Karina Mariani
Mitos y Fraudes
Cada generación ha
disfrutado de una calidad de vida superior creada por sus congéneres
anteriores. Pero la Agenda 2030 está a punto de cambiar esa ecuación.
Sólo existen dos posibilidades: ser muchos y ricos, o
pocos y pobres.
Friedrich August von Hayek
Hace un poco más
de dos siglos, en 1798, un intelectual y clérigo anglicano llamado Thomas
Robert Malthus creyó haber entendido que era inexorable el colapso de la
humanidad como resultado del desequilibrio que se producía entre el exceso de
personas y los recursos dispo-nibles para alimentarlas. Ese desequilibrio hacía
que la existencia de la humanidad no fuera “sostenible”. Según su Ensayo sobre
el principio de la población (An Essay on the Principle of Population) mientras
la producción de alimentos crecía en proporción aritmética la población lo
hacía en proporción geométrica. Poca gente ha sido tan enormemente exitosa
propagando una idea tan falsa. Seguramente sin saberlo, el buen Malthus
iniciaba una poderosa tradición que hoy es todo un éxito: la de alarmar a la
población con predicciones falsas, acomodar los datos para no cambiar las
predicciones y desprestigiar a quienes cuestionen la alarma y las predicciones.
Malthus creía que
la sobreexplotación de los recursos naturales conduciría a la miseria. Su
ensayo, si bien establecía una serie de catástrofes, carecía de datos que
sostuvieran la argumentación general, lo que explica su rotundo fracaso. Pero
el empecinamiento de Malthus por sostener sus tesis lo llevaron a hacer
modificaciones entre las diferentes ediciones adecuando las argumentaciones a
las conclusiones, y no al revés. Como sea se equivocó, los recursos disponibles
no crecieron en forma aritmética sino que se multiplicaron de una manera tan
asombrosa que superaron lo que se necesita para alimentar a todos los
terrícolas. Para la época en que escribió su ensayo más del 90% de la población
era pobre, mientras que apenas dos siglos después menos del 10% de la humanidad
vivía en esas condiciones.
"Una poderosa
tradición que hoy es todo un éxito: la de alarmar a la población con
predicciones falsas, acomodar los datos para no cambiar las predicciones y
desprestigiar a quienes cuestionen la alarma y las predicciones."
Según los datos de
FAO, actualmente es menor a un dígito el porcentaje de la población que pasa
hambre y esto no es por falta de alimentos sino por factores relacionados con
la guerra, la logística, etc. La
humanidad se ha multiplicado pero sin embargo vive mucho más y en mejores
condiciones. La amenaza de que la superpoblación haría escasear los recursos y
el espacio ha sido rotundamente desmentida por los hechos. Malthus no pudo
prever que la economía crecería mucho más que la población, generando una gran
cantidad de riqueza en un período brevísimo. Respecto del espacio,
utilizamos sólo una pequeña parte del planeta, aún descartando zonas
inhóspitas. Las alarmas encendidas por Malthus no tuvieron en cuenta la
increíble capacidad humana para crear ciencia y tecnología que adaptara el
espacio y los recursos, de manera que no existe un solo indicador que mida el
bienestar humano que no haya mejorado en los últimos dos siglos.
Sin embargo, a
pesar de ser los humanos una especie generadora de semejantes proezas, triunfan
en el mundo ideologías que nos consideran como agentes contaminantes, viles
ofen-sores de un planeta que padece nuestra existencia. Poco difiere el fallido
argumento malthusiano de la prédica ecologista ligada a las políticas que
proponen desandar el camino de crecimiento, confort y calidad de vida humanos
para evitar, de nuevo, el apocalipsis de insostenibilidad generado por el Homo
sapiens. Se trata de un denodado ejercicio de autohumillación.
El relato que
describe a la humanidad como un parásito del planeta es recurrente y volvió con
renovados bríos en el emblemático año 1968 cuando Paul Ehrlich publicó “La
bomba de población”, libro tan exitoso como su par malthusiano y que sostenía
la misma tesis.
Algo muy
interesante sucedió cuando el economista contemporáneo Julian Simon sostuvo
justamente lo contrario: que el crecimiento de población es la base de la
abundancia de recursos porque es la gente la fuente de las innovaciones y
cuanta más haya, mayor cantidad de recursos y mayor eficiencia en su uso. Simon
le hizo una apuesta a Ehrlich: que eligiera una canasta con materias primas que
creyera que iban a ser menos abundantes y, por tanto, más caras a futuro. Si
realmente esa canasta se volvía más costosa en diez años, Ehrlich habría ganado
la apuesta, caso contrario el victorioso sería Simon. Ehrlich eligió cobre,
cromo, níquel, estaño y tungsteno. En el período de la apuesta, para la década
del 80 del siglo pasado, la población mundial aumentó en más de 800 millones de
personas, pero los cinco materiales estaban más baratos. Simon tenía razón.
Otro ejemplo del
mismo dogma malthusiano se encuentra en el resumen anual del Foro Económico
Mundial, más conocido como Foro de Davos (sí, sí, ese de “no tendrás nada y
serás feliz») de 1973, en el que se comenzaron a discutir cómo establecer
nuestros “límites para el crecimiento”. Unos años antes se había fundado el
Club de Roma, otro grupo de expertos e iluminados que encargó en 1972 un texto
que justamente se llamó “Los límites del crecimiento”. La alarma era la misma:
la gente vs. el ambiente y sus recursos. El texto anunciaba catástrofes que,
por supuesto, jamás se concretaron, pero las soluciones propuestas para el
futuro seguían siendo las mismas: reducir la población y el nivel de consumo.
Tal cual le pasó a Malthus, su fracaso predictivo fue un éxito editorial,
traducido a 30 idiomas y vendido por millones.
"Poco difiere
el fallido argumento malthusiano de la prédica ecologista ligada a las
políticas que proponen desandar el camino de crecimiento, confort y calidad de
vida humanos para evitar, de nuevo, el apocalipsis de insostenibilidad."
Lo que la
humanidad debería revisar, más que su huella planetaria, es su apego a los
embaucadores y a las predicciones fracasadas. El neomalthusianismo está más
vivo que nunca en el ecologismo político que propone limitar el crecimiento y
el desarrollo para evitar un desequilibrio que, como se ha demostrado, carece
de asidero. Las políticas ecologistas proponen recuperar la sostenibilidad
limitando el bienestar. Calefaccionarse menos, comer peor, viajar menos,
producir y consumir menos energía. Y desde ya, estas propuestas se erigen como
leyes de sostenibilidad mundial. Si bien el fracaso de la planificación
centralizada es una constante en la historia, la excusa ecológica ha servido
para que reviva la idea de una política pública global de control sobre todos
los ciudadanos del mundo, la Agenda 2030.
Las ediciones sucesivas
de las cumbres, foros y congresos que concentran cientos de jefes de Estado son
un aquelarre destinado a afirmar, en cada ocasión, que el mundo está en grave
peligro. En la misma tónica el Grupo Intergubernamental sobre Cambio
Climático de la ONU (IPCC) se ha convertido en la autoridad encargada de avalar
este alarmismo a pesar de que existen cientos de científicos desmontando una
tras otra todas sus tesis. Es abrumadora la lista de predicciones del IPCC
no cumplidas, pero curiosamente, pasa lo mismo que con las voces catastrofistas
del pasado, sus yerros son venerados por la prensa y los gobiernos. Las
predicciones de la ONU fallaron una y otra vez, las climáticas, las
alimenticias, las sanitarias. Sin embargo, no han cambiado su prédica contraria
al libre desarrollo humano.
Los malthusianos,
los de antes y los de ahora, han descartado siempre la masiva capacidad de
crear prosperidad de la especie que más detestan: la humana. El periodismo
alarmista es parte de este problema, toman fragmentos de titulares, buscan el
escándalo y jamás dicen que los escenarios cataclísmicos tienen una
probabilidad minúscula de ocurrir, ¡y eso consta incluso en los informes del
IPCC! Los desastres naturales han disminuido en un 90% en el último siglo, pero
los titulares de los periódicos se regodean con las imágenes de incendios o
inunda-ciones como si fueran plagas divinas, venganzas de la madre Tierra.
Omiten decir que padecemos menos las inclemencias porque somos más ricos y
desarrollados, y por ende, podemos defendernos mejor. Son nuestras adaptaciones
las que nos protegen, no las que nos condenan. Pero esta difusión ignorante y
alarmista es la base de las creencias del público masivo.
Esto ocurre porque
la ideología de la ecología política no tiene por objetivo el progreso
científico, si así fuera, no silenciarían ni desprestigiarían a quienes debaten
con sus teorías científicas. Se trata sólo de dar soporte narrativo para el
intervencionismo creciente, y si la evidencia no se amolda, peor para la
evidencia, lo político es sagrado y está primero.
El ecologismo
político es sistemáticamente anticapitalista. Sospechosamente, va contra el
sistema que en 200 años generó tanta prosperidad que dio por tierra con el
ensayo de Malthus, casi parece una venganza. Ve, en el desarrollo y el
crecimiento que consiguieron que la vida sea más larga, un mal por sus efectos
sobre la naturaleza. El problema es mayúsculo porque se trata de la ideología
predominante y está creando pesimismo y aprensión respecto del fu-turo,
afectando particularmente a las nuevas generaciones que se perciben como
enemigas del planeta. El alarmismo climático está provocando depresión y
angustia en los niños obligados a consumir este dogma permanentemente: en la
escuela, en las redes, en los medios, en el marketing, en el deporte. Un relato
verde destinado a proyectar vergüenza y culpa, adoctrinando a los niños para
que sean agentes de su ideología.
El ecologismo
neomalthusiano cree que las soluciones provienen de la imposición de multas,
cupos y restricciones al crecimiento, siempre por medio del control y la
regulación del Estado. Cada reunión de líderes mundiales reclama mayores
intervenciones para frenar nuevos apoca-lipsis siempre inminentes. Pareciera
que la creencia en el apocalipsis ambiental les proporciona un propósito
místico, un modo de elevación espiritual y se consideran a sí mismos como
semidioses que crean el bien a costa de sacrificar la vida de muchos, pero
nunca la propia. Por eso usan sus jets privados para reunirse y decir que
los simples mortales debemos dejar de usar el combustible de un simple
automóvil. Más y más intervención de los expertos iluminados para amoldar
el comportamiento de los ciudadanos. Más y más ingeniería social que es, ni más
ni menos, que más poder para regular nuestras vidas.
Como cada vez que
se juntan los líderes atacados por el neomalthusianismo, la conclusión a la que
llegan es que la única forma de resolver estos grandes problemas es a través de
una gobernanza centralizada de expertos. Tal es la propuesta de la Agenda 2030
y del famoso Gran Reinicio. El ecologismo político cree que debemos cambiar
nuestro modo de vida de manera radical y ese dogma no puede ser cuestionado.
La Agenda 2030 es
un libro sagrado rubricado por la inmensa mayoría de los líderes y poderosos
del mundo. El enemigo es, claro está, el ser humano libre, capaz de elegir por
sí mismo su futuro.
Pocas espadas más
eficientes al servicio del colectivismo como la narrativa verde, no existe
gobierno, plataforma electoral, organización o empresa que no la tenga como fin
y misión. Todo, por supuesto, ha de ser sostenible, palabra mágica que no dice
mucho, pero que lo es todo. Tenemos políticos e influencers dándonos
sermones en los que nos culpan, como especie, de ser responsables de
catástrofes que no se han cumplido ni por aproximación. Pero no hay caso,
el ecologismo neomalthusiano, pese a los datos que desmienten tanto a su
precursor como a sus sucesivos profetas, siguen anunciando peligros que son
causados por la interven-ción humana sobre la naturaleza. Es evidente que el
verdadero enemigo es, para los neomal-thusianos, la humanidad misma.
Privilegian a la naturaleza como a una diosa, antes que a la humanidad.
Asistimos inermes,
mientras tanto, a políticas de decrecimiento, que es eso que llaman “sostenible”.
Propuestas que detienen o ralentizan el crecimiento económico y que estancan a
los países más pobres. No existe forma de que los países salgan del
subdesarrollo sin fuentes de energía sólidas como la fósil o la nuclear,
oponerse a ellas es lisa y llanamente ecocolonialismo y es criminal. Las
alarmas ambientales de cualquier índole no se evitan empobreciendo la calidad
de vida, sino apostando a las soluciones que la humanidad, libremente, va a
encontrar como lo viene haciendo desde que es especie.
Afortunadamente,
todas las predicciones de que la existencia de la humanidad empeoraría han sido
un rutilante fracaso. No hay apocalipsis en el horizonte, estamos mejor que
hace dos siglos y, si somos libres, estaremos mejor en el futuro. Los humanos no
nos resignamos, crea-mos, somos pensantes, encontramos soluciones. Por eso,
cada generación ha disfrutado de una calidad de vida superior creada por sus
congéneres anteriores. Pero la Agenda 2030 está a punto de cambiar esa ecuación
¿Dejaremos que el ecologismo neomalthusiano consiga que nuestros hijos vivan
peor que nosotros?
(Fuente: Faro
Argentino, Abril 24, 2022)