de los 'little platoons'
ABC / CEU, 2-10-22
Lucía Vallejo
Rodríguez, profesora de Doctrina Social de la Iglesia del Instituto CEU de
Humanidades Ángel Ayala, explica en este artículo la importancia de las
«pequeñas agrupaciones», las que dan sentido a la vida y conservan todo para
que tenga sabor a eterno
Hace un mes me
encontraba en el seno de unas pequeñas comunidades ubicadas en Michigan,
Hillsdale y Mecosta. Ambas representan lo que el filósofo angloirlandés Edmund
Burke denominaba 'little platoons', aquellas «pequeñas agrupaciones a las que
pertenecemos en la sociedad» y «el germen de todos los afectos públicos»; es
decir, la familia, la iglesia, el municipio y todas aquellas asociaciones que
impiden que nos convirtamos en una masa indiferenciada.
Estos meses, en
esos pequeños pueblos, era como estar sumergida en la América que se encontró
Alexis de Tocqueville en 1831, y que tan bien describe en Democracia en
América. Resonaban en mi cabeza sus palabras cuando percibía el espíritu que
impregnaba a estos vecindarios, un espíritu de asociación, de caridad, de ayuda
mutua o de amor por la patria, y que eran incluso contagiosos.
En estas
comunidades todavía se practican los principios conservadores originarios. Se
cuidan las tradiciones religiosas, la cultura y la familia. Son lugares donde
los amigos y los familiares aún conservan el arte de visitar, un arte que no
requiere cita previa, de carácter espontáneo y acogedor.
Donde con asombro
descubría que los vecinos se conocen entre ellos y que forman parte activa de
la educación de los jóvenes de toda la comunidad. Donde la tradición representa
una forma de conocimiento social, en la que las generaciones pasadas se abren
paso para dar respuestas a preguntas olvidadas. Un lugar donde la intervención
del Estado no hace falta para ayudar al necesitado y, mucho menos, para la
crianza de los hijos.
Distinguidos por
el alma conservadora, a estos vecinos les es natural echar raíces en sus
comunidades. Mientras, en España, no sabemos ya de quién somos y de qué
historia formamos parte. Estas pequeñas comunidades sembraron en mí una
esperanza. Desmienten el mito que se instala con fuerza en Europa y en España,
que solo un gran Estado puede cuidar de nosotros.
Este es el
verdadero sueño americano al que deberíamos aspirar: recuperar el amor por
nuestras «pequeñas agrupaciones», las que dan sentido a la vida y conservar
todo aquello que tenga sabor a eterno.