Y hay espacio para
muchas más
Riccardo Cascioli
Brújula cotidiana,
18-11-2022
El hito de los
ocho mil millones de habitantes en la Tierra ha sido la ocasión para infundir
el habitual temor a la superpoblación. Pero el mundo no está superpoblado,
simplemente los neomaltusianos imponen normas infundadas y engañosas (sobre
agricultura, energía, alimentación) para impedir el desarrollo y disminuir la
población. Es de ellos de quien hay que tener miedo.
Estos días ha
habido mucho revuelo y se han publicado muchas noticias porque el 15 de
noviembre habría nacido el ciudadano número 8.000 millones. Decimos “habría”
porque la fecha ha sido fijada convencionalmente por la ONU, pero es
necesariamente aproximada porque el tamaño de la población mundial sólo puede
estimarse, ya que vastas zonas del mundo ni siquiera conocen lo que es un
censo.
Fijar una fecha
sirve principalmente para crear un evento que permita transmitir un mensaje. Y,
de hecho, en la página web de la ONU dedicada al hito de los 8.000 millones,
los mensajes (dos) son claros: el crecimiento de la población en los países
pobres pone en peligro la consecución en 2030 de los Objetivos de Desarrollo
Sostenible, tal y como se recoge en la famosa Agenda 2030; y las naciones más
ricas tienen niveles insostenibles de producción y consumo. Así que el objetivo
es claro: frenar el crecimiento de la población en la medida de lo posible y
evitar que la renta per cápita aumente, especialmente en los países ricos. En otras
palabras, vuelven a proponer las viejas teorías maltusianas que ya han sido
refutadas mil veces por la historia.
Como se recordará,
Thomas Robert Malthus fue un pastor y economista anglicano que escribió un
Ensayo sobre la población a finales de 1700 en el que argumentaba que el
aumento de los recursos alimentarios no podría seguir el ritmo del aumento de
la población, prediciendo así una rápida y dramática crisis alimentaria
mundial, que nunca ha sucedido, ni mucho menos: baste decir que mientras que en
1804 la población mundial se estimaba en mil millones (por lo que ha crecido
aproximadamente 8 veces desde entonces), desde 1820 hasta 2018 el Producto
Interior Bruto (PIB) medio mundial per cápita ha crecido unas 15 veces. Y por
muy desigual que haya sido el aumento de la riqueza, la situación también ha
mejorado notablemente para los países más pobres, hasta el punto de que las
grandes hambrunas que afligían algunas zonas especialmente de África en los
años 60 y 70, son ya un recuerdo.
Esto no significa
que ya no haya problemas de pobreza extrema y desnutrición, pero son
situaciones más limitadas o causadas por regímenes políticos (véase Corea del
Norte) y guerras. En cualquier caso –remitiéndonos de nuevo a los datos
oficiales de la ONU- si en 1990 había 1.900 millones de personas en situación
de extrema pobreza sobre algo más de 5.000 millones de personas que habitan la
tierra (alrededor del 36%), hoy hay unos 700 millones (menos del 9% de la
población mundial).
Además, la propia
historia de los países desarrollados demuestra que las cosas funcionan al revés
de lo que piensa la ONU: las tasas de fecundidad tienden a disminuir con el
desarrollo y no al revés, como pretenden las políticas de desarrollo
sostenible. Además, con el desarrollo también llegan mejores condiciones
medioambientales, que en los países industrializados son mucho mejores hoy que
antes de la revolución industrial. Pensar en derrotar la pobreza eliminando –o
no permitiendo que nazcan- a los pobres es una ilusión. Por último, un corolario
del enfoque de la ONU –que demoniza el ciclo producción y consumo- es que el
desarrollo de los países pobres también debe limitarse estrictamente, o
simplemente impedirse.
Solíamos decir que
la realidad siempre se ha encargado de desmentir las tesis maltusianas. Sin
embargo, a pesar de ello, no sólo no han pasado al olvido sino que hoy se han
convertido en la base de todas las políticas globales, pero con una inquietante
diferencia respecto al pasado: para evitar nuevos desmentidos de la historia sobre
los límites del desarrollo y el agotamiento de los recursos, hoy las políticas
neomaltusianas se centran en cambiar la realidad. Es decir: si la realidad
demuestra que se pueden producir alimentos abundantes no sólo para 8.000
millones de personas, sino incluso para más; si se pueden producir más recursos
de los que se necesitan; si es posible disponer de energía suficiente para un
número cada vez mayor de personas y a costes cada vez más bajos; si el
desarrollo permite realizar y poner a disposición tecnologías cada vez menos
contaminantes… Entonces se cambian las reglas de la realidad.
Así, empezaron a
demonizar primero el uso de la biotecnología en la agricultura, y luego también
la agricultura tradicional, impulsando la agricultura orgánica y biodinámica,
es decir, los tipos de bajo rendimiento y mayor coste, como los únicos
éticamente aceptables. A continuación, acusaron a la ganadería de contaminar en
exceso y de producir emisiones que alteran el clima, con el fin de reducir la
producción de carne, especialmente la roja, empujando a la gente a hacerse
vegetariana o a pagar mucho más por una carne que está destinada a ser cada vez
más valiosa. Así, con el pretexto del cambio climático, se impulsa la
eliminación de los combustibles fósiles (y se impide el uso de la energía
nuclear) persiguiendo la utopía de obtener energía sólo de fuentes renovables,
con la consecuencia de que nos encaminamos hacia una situación en la que la
energía es cada vez más escasa, menos segura y mucho más cara, como ya estamos
experimentando.
De esta manera, es
decir, poniendo limitaciones tan rígidas como injustificadas y llenas de
pretextoss, acabaremos haciendo la vida en el mundo cada vez más difícil,
esperando así demostrar que en realidad somos demasiados. En resumen, los neomaltusianos
quieren vengarse amañando las cartas.
Por lo tanto, el
hito de los 8.000 millones debería hacernos tomar conciencia de esta impostura,
y empezar a movilizarnos para acabar con estas políticas que pretenden reducir
la pobreza y la población mundial. No hay peligro de un crecimiento demográfico
descontrolado porque la mitad de los países del mundo ya tienen una tasa de
fertilidad inferior al nivel de reemplazo, y la tasa de fertilidad mundial es
de 2,3 hijos por mujer, ligeramente superior al nivel de reemplazo, que es de
2,1. Es decir, si estas tendencias se mantienen, es poco probable que el pico
de población mundial supere los 10.000 millones. Más bien hay que preocuparse
por los que sueñan con un mundo de hasta dos mil millones de personas,
preferiblemente incluso menos.