la
instrumentación de un reclamo legítimo para imponer un dogma minoritario
Llama la atención la convicción que tienen algunos (y
algunas) de estar haciendo algo para disminuir los femicidios en el país. En
realidad legisladores y funcionarios hacen cosas inútiles, porque a malos
diagnósticos, malos remedios
Claudia Peiró
Infobae, 29 de
Enero de 2023
La Ley Micaela fue
la respuesta de circunstancia a un problema que los poderes públicos no logran
resolver. Por eso la cifra de femicidios no ha disminuido, ni disminuirá. El
remedio es equivocado porque el diagnóstico también lo es. Nuestros
legisladores votan siguiendo la corriente, mientras otros lobbies aprovechan
las crisis -generalmente desencadenadas por casos particularmente impactantes-
para colar su ideología, en este caso, la de género, queer, no binarie o como
le quieran llamar, una ideología que no fue plebiscitada, ni siquiera votada.
Eso no impide que el gobierno la haya convertido en
dogma y, en virtud de la Ley Micaela (27499, del 10/1/2019), obligue en el
mejor estilo estalinista a decenas de miles de agentes de la administración, de
las fuerzas de seguridad, de los planteles de universidades, hospitales y
medios oficiales- a realizar cursos cuyos contenidos están inspirados en la
ideología de género.
La historia de
cómo se llegó a esta ley revela la extensión de la hipocresía de ciertos
políticos que pasaron de negar la inseguridad, promover la excarcelación de
presos peligrosos y defender a jueces prevaricadores, a rasgarse las vestiduras
por los femicidios y señalar al
fantasmagórico patriarcado como “culpable” de esta situación.
Recordemos primero
que Micaela García (21 años) fue secuestrada, violada y asesinada el 1° de
abril de 2017 por un criminal reincidente que gozaba de libertad condicional,
concedida por el juez Carlos Rossi. Varios crímenes como el de Micaela,
cometidos por delincuentes sexuales beneficiados por la ley, habían tenido
lugar en los años previos sin que los funcionarios de turno se sintieran
interpelados. Pero Micaela García era
militante del Movimiento Evita y del NiUnaMenos; el caso fue tomado como
bandera. Entonces, los mismos que pocos años antes habían evitado la
destitución del juez Axel López -otro liberador serial de delincuentes
peligrosos- pedían ahora a gritos el juicio político de Carlos Rossi. De la
indiferencia pasaron a la sobreactuación. Pero no a la eficacia.
El caso de Axel
López fue paradigmático. En dos ocasiones concedió beneficios a presos
peligrosos, contra la opinión de peritos que le advirtieron del riesgo de
reincidencia, lo que efectivamente pasó. Volvieron a violar y a matar: en 2009,
a Soledad Bargna, y en 2012, a Tatiana Kolodziej. Sin embargo, cuando fue
enjuiciado en el Consejo de la Magistratura, fue protegido por los mismos que
hoy baten el parche con las cifras de femicidio; no para buscar soluciones sino
para crear estructuras inútiles, enjuiciar a todos los varones por igual y
ahondar la grieta de género.
Lo insólito es que
también el feminismo protegió a Axel López, aunque cueste creerlo. El juicio
político, en 2015, coincidió con la primera convocatoria bajo el lema
NiUnaMenos. pero las referentes de esa marcha que buscaba poner fin a los
femicidios se negaron a respaldar el pedido de destitución del juez. Les
resultó más cómodo acusar al machismo que increpar a los políticos del Consejo
de la Magistratura.
Si Axel López
hubiese sido destituido en 2015, tal vez su par de Entre Ríos Carlos Rossi lo
hubiera pensado dos veces antes de liberar al asesino de Micaela García.
Cuando los políticos tomaron este crimen como bandera
no lo hicieron para adoptar medidas eficaces contra la violencia doméstica sino
para convertir en doctrina oficial y obligatoria una ideología extremista,
marginal, que sostiene que el sexo no es biológico, que la distinción
varón-mujer no es natural sino una construcción social; en concreto, usaron el
caso para promulgar una Ley por la cual todos los agentes de la administración
pública deben someterse a una capacitación cuyos contenidos apuntan a
estigmatizar a un género -el masculiino-, a enjuiciar la heterosexualidad y a
devaluar a la familia.
Basta asomarse a
esos contenidos para confirmar que poco y nada tienen que ver con los
verdaderos motivos por los cuales en la Argentina la violencia no se frena: la
ineficacia de las fuerzas de seguridad, del ejecutivo y de los jueces. Y de los
legisladores. Todos ellos son corresponsables de la desprotección estatal que
pone en riesgo a las mujeres, pero no sólo a ellas, sino a todos los
argentinos, inermes frente al flagelo del delito y la violencia. ¿Qué medidas
se han tomado en los últimos años para agilizar los juicios, evitar la salida
anticipada de criminales peligrosos, mejorar el desempeño de las fuerzas de
seguridad, hacer efectivas las medidas perimetrales y supervisar con eficacia
las morigeraciones de penas?
En cambio, se les explica a los forzados auditorios de
estas “capacitaciones” que el “sexo” es una “clasificación cultural binaria” y
el “género” una “contrucción social”. ¿Sabrá esta gente que desde la
prehistoria la humanidad se organiza en torno a la pareja humana varón-mujer,
porque parece que la biología, la distinta función reproductiva de cada uno,
tuvo algo que ver? Allí está la antropología para confirmarlo.
Los “estereotipos
de género son modelos que se imponen a través del mandato social para que se
cumpla con lo establecido como natural”, dice el dogma impuesto por ley. Un
ejemplo es la asociación “mujer-madre” (muy antinatural, por cierto). El sexo
es “asignado al nacer” y “se aprenden los roles de género, acorde a la sociedad
patriarcal heteronormativa”, (sociedad que solo existe en las cátedras de
Sociales).
Basta ver la definición que ellos mismos dan de
patriarcado para confirmar que éste no existe en la Argentina: “...un tipo de
organización social en la que los varones ejercen la autoridad en todos los
ámbitos…; un orden social genérico de poder, basado en un modo de dominación
donde el paradigma es el hombre”; esto dicen en un país que ya tuvo dos
presidentes mujeres en los últimos 50 años y en el que ninguna norma, ni ley,
consagra la superioridad del varón sobre la mujer. Ninguna.
El patriarcado,
insisten, puede ser visto “como organización y estructura sociopolítica que
asegura el poder de los hombres y subordina a las mujeres” y que se “impone por
la fuerza y justifica la violencia contra aquellas mujeres que desobedezcan los
mandatos de género, de la familia y la sociedad patriarcal”.
Nos vamos
acercando al nudo de la cuestión: a los varones se les enseña a “ser hombres”,
lo que consiste en “ser heterosexual”, “ser proveedor: sostener a la familia”,
“ser fuerte”, “ser valiente o tener coraje”, etc. Estas cosas “terribles” que
se enseña a los varones surgen del “binarismo de género”, de “la clasificación
del sexo y el género en dos formas distintas y complementarias de masculino y
femenino”. Un horror.
Los cursos
refuerzan la idea de que la violencia es unidireccional; por eso hablan de
violencia de género y no como debería ser de violencia doméstica o familiar,
para abarcar todos los conflictos que pueden darse en ese ámbito. El objetivo
es estigmatizar a un sexo.
El curso enumera
varios tipos de “violencias por motivos de género”: “física, psicológica,
sexual, económica y patrimonial, doméstica, institucional, simbólica.
mediática”, etc. A esto se agregó la “violencia política”, que busca
“menoscabar, anular, impedir, obstaculizar o restringir la participación
política de las mujeres (...) en cualquier espacio de la vida pública y
política...”
Traducción: una legisladora puede maltratar
verbalmente a un colega en el recinto, pero si éste la increpa a ella es
violencia de género.
Se afirma que
“pensar que los agresores padecen una problemática de salud mental es
desconocer la responsabilidad que tienen por las violencias que ejercen”. Claro
que hay agresiones y abusos basados en el machismo, como en el desprecio por la
otra persona, pero negar la posible existencia de un trastorno o una perversión
detrás de estas conductas es lo que lleva a los jueces abolicionistas a liberar
violadores, como se liberó al asesino de Micaela García, en cuyo nombre se
niega la realidad.
En la misma
capacitación se afirma que “la mayoría de las violaciones son ejercidas por
varones que las personas agredidas conocen y/o en quienes confían”. De nuevo
olvidan el caso que dio origen a la ley, porque lo importante es socavar la
confianza entre los sexos y estigmatizar al varón.
Micaela García no
fue víctima de un noviazgo violento ni de una relación tóxica. No importa. Se
asocia su nombre a una ley que no es inocua, porque se está utilizando una
preocupación legítima de la sociedad y un reclamo más legítimo aún de las
familias de las víctimas, para operar una reingeniería social y promover un
credo deformante de la realidad. A lo largo de toda la capacitación, la
violencia tiene una sola dirección y divide la sociedad en un colectivo de
víctimas -mujeres y lgbt- y uno de victimarios: los varones, todos.
“La violencia de género se basa en las desigualdades
de poder que existen entre varones (lugar privilegiado) y mujeres y personas
LGBTIQ+, pudiéndose ubicar allí el origen de todas las violencias, basadas en
la discriminación y desigualdad”, sentencian.
¿El binarismo es
violencia? ¿Toda la violencia deriva de la clasificación femenino-masculino?
¿Las mujeres no discriminan? Se termina asumiendo el credo del lesbofeminismo,
que postula que lo más seguro para una mujer es “no estar casada” (con un
hombre, se entiende), y que la heterosexualidad “no es la manera natural de
vivir la sexualidad” sino “una herramienta política y social” destinada a
“subordinar las mujeres a los hombres”.
Cada vez son más
los organismos que deben someterse al adoctrinamiento. La sobreactuación no
cesa. Un ejemplo lo ilustra muy bien: desde
el 18 de noviembre del año pasado, en la provincia del Chaco, todo ciudadano (y
ciudadana) que quiera presentarse a cargos públicos está obligado, como
“requisito excluyente”, a someterse a esta humillación de género.
¿En qué tipo de
violencia se encuadraría esta imposición estatal?
Campaña
anti-varones
Llama la atención
la convicción que anima a tantos funcionarios (y funcionarias) de estar
haciendo algo para disminuir los femicidios en el país, cuando es evidente que
no es así (ellos mismos llevan la cuenta). O, en todo caso, hacen cosas
inútiles, porque a malos diagnósticos, malos remedios. Detrás de casi cada
femicidio hay una historia de desprotección, de denuncias desoídas, de lentitud
judicial, de protocolos mal aplicados, etcétera. A nada de eso se le busca
remedio efectivo.
El número de
femicidios sólo es usado para amplificar el discurso andrófobo, porque aunque
la ministra de las Mujeres diga que “no hay lugar para violencias de ningún
tipo”, para el funcionariado feminista la violencia es de un solo tipo y es
unidireccional.
En momentos en que un caso como el de asesinato de
Fernando Báez Sosa está en el candelero, ¿qué campaña, qué medidas vimos para
prevenir, disuadir, evitar, las peleas a la salida de los boliches? ¿Qué
campaña vimos contra el consumo de alcohol y de drogas? Al contrario, se las
promueve, se las banaliza. Se cumplieron tres años de ese hecho que entristeció
a todos, y no pasa nada. Ya ha habido otros Fernandos y los seguirá habiendo.
En momentos en que
un caso incalificable como el del pequeño Lucio Dupuy confirma lo que sabemos
todos -salvo los y las feministas- que la violencia no es “de (un) género”,
sino que atraviesa todas las relaciones familiares y humanas en general, el
Gobierno esta enfocadísimo en lo esencial.
A través del Ministerio de las Mujeres ha lanzado una
feroz campaña contra los “micro-machismos”, neologismo feminista que sirve para
ver patriarcado hasta en la sopa. En realidad, son spots anti-varones, en los
cuales éstos son presentados bajo una luz negativa; toda situación incómoda,
fricción o desentendimiento en el seno de una pareja o familia es siempre y sin
atenuantes culpa de los varones.
La campaña está
unificada por el hashtag #ArgentinaSinViolencias, pero ese plural no debe
confundir. La violencia es una sola, masculina. El violento es el varón; el
único desagradable, chicanero, prejuicioso, discriminador, extorsionador
afectivo, incumplidor de sus deberes parentales, etcétera.
Las detractoras del “estereotipo” mujer-madre, lo
sustituyen por otros: “mujer-santa”, o “mujer-víctima”, “mujer-inimputable”,
etcétera. Y su contracara: “varón-irresponsable”, “varón-desconsiderado”,
“varón-discriminador”, etcétera.
En uno de los
spots de la campaña, una parejita joven se junta a comer pizza y tomar algo,
hay arrumacos -consentidos, aclaremos-, pero cuando van a pasar a mayores, ella
se acuerda de que no tienen preservativos. Él dice “no importa”, ella se pone
firme, él se decepciona y se lo reprocha mal. Una basurita el pibe.
En otro spot,
situación parecida. Él se enoja porque ella no quiere tener sexo y se va.
En otro, un padre
de familia se prepara para ir a trabajar y antes de salir le dice a ella:
“¿Buscás vos los chicos en el colegio?” Ella pone cara de desagrado. Él
replica, sobrador: “Dale, ¿si yo no laburo quién paga las cuentas en esta
casa?” Un garca. Y encima se va diciéndole “te amo”. Extorsión afectiva a full…
Campaña
"Argentina sin violencias"
Unos flacos juegan
al fútbol en un campito. La pelota se les va y una pareja de dos varones,
sentados en un banco, se la devuelven de una patada. Comentario de un jugador:
“¿Viste? Hasta un marica patea mejor que vos…” Homofóbico, discriminador,
prejuicioso…
Hétero, que ya va
siendo un insulto.
De nuevo, sólo los
hombres discriminan, sólo ellos se ponen desagradables cuando no consiguen lo
que quieren, sólo ellos pasan factura por su aporte a la familia, etcétera.
En otro spot, se
muestra una reunión de trabajo. Mientras una mujer está hablando, dos colegas
se envían una foto de la dama tomada de su perfil -foto normal, nada raro- y se
guiñan el ojo, cómplices… La mujer nota la distracción y se molesta. Pregunta:
¿las mujeres no comparten fotos de hombres? ¿No hablan de las características
físicas de tal o cual señor?
Campaña
"Argentina sin violencias"
Hace poco, el
actor Luciano Castro, decía, al diario La Nación: “No me siento acosado, pero
si yo hiciera lo que me hacen a mí, me denunciarían (...). Me tocan los
abdominales, las tetas... (...) ¿Qué pasaría si yo le tocara la panza a una
chica? Me comería una denuncia de cabeza”.
¿Micro-qué vendría
a ser esto?...
Se niegan una
binariedad para sustituirla por otra, una en la cual las mujeres no son
violentas, no agreden, no matan. Es evidente que no pueden, por lo general,
como un varón, matar de una piña o de una patada. Pero eso no les impide matar,
mandar a matar o complotar para matar. La crónica policial está llena de casos.
Otro estereotipo,
el de “madre-protectora” (ninguna madre maltrata, ninguna miente, ninguna hace
falsas denuncias, etc), también está resquebrajado por el caso Lucio Dupuy,
caso que ignoran porque no pueden cargarlo a la cuenta del machismo.
Pero además,
¿nunca vieron a una patota de chicas agredir a otra? Pregunten a los docentes
de secundaria.
Todos los humanos
tienen la tendencia a ser más violentos en grupo, a discriminar al diferente, a
agredir para conseguir algo. Eso no se combate estigmatizando a un género, sino
educando en valores, inculcando el respeto a la vida, propia y del otro.