Mario
Meneghini
Recientemente,
el conocido intelectual Alberto Benegas Linch (h), referente del liberalismo,
publicó un artículo titulado “El nacionalismo es tóxico” (1), considerando que
dicha tendencia política, es “una peste que abarca no pocos lugares de nuestro
mundo que consiste en la manía patriotera de considerar lo propio como un valor
y lo foráneo como un desvalor”. Leyendo su contenido, se advierte una buena
crítica a los regímenes totalitarios del siglo XX, entre los que señala un
estrecho parentesco. Trataremos de efectuar un breve análisis del tema.
Según
la Real Academia de la Lengua, nacionalismo
es el sentimiento de pertenencia a una nación y de identificación con su
realidad y con su historia. Para
Ricardo Rojas el nacionalismo es la «conciencia... del yo colectivo» de una
nación». Por lo tanto, el nacionalismo propiamente dicho, es
equiparable al patriotismo, como sentimiento de orgullo y conformidad con la
comunidad a la que se pertenece. Sabemos por la sociología, que una nación
resulta del desarrollo en el tiempo de una población en un territorio
determinado, donde se consolida una cultura, habitualmente una misma lengua,
costumbres y tradiciones acendradas y otras características que diferencian a
dicha comunidad de otras en el mundo. Confundir el sentido de pertenencia y la
defensa de las tradiciones, en la vida social y política, con las ideologías
totalitarias y racistas, es un grueso error.
Curiosamente, el
autor no menciona en ningún momento al nacionalismo argentino, que se
caracteriza por su orientación católica. Basta recurrir a Wikipedia, para
enterarse que: El nacionalismo católico es una doctrina y un movimiento
político nacionalista y católico fundado en la filosofía tomista, la doctrina
social de la Iglesia y el catolicismo social. Sus principales referentes, en la
Argentina, fueron los sacerdotes católicos Julio Meinvielle y Leonardo
Castellani, el historiador Julio Irazusta, y los filósofos Jordán Bruno Genta y
Carlos Alberto Sacheri; éste último autor –asesinado por la subversión- en su
libro más conocido, “El orden natural”, detalla las críticas que le merecen las
ideologías totalitarias: comunismo, nacismo y fascismo. Precisamente, por la
adhesión del nacionalismo argentino a la Doctrina Social de la Iglesia, de la
que integran las encíclicas condenatorias de las tres ideologías citadas:
Divini
redemtoris (comunismo), Mit brennender Sorge (nacismo), Non abbiamo bisogno
(fascismo). Es claro que también la Iglesia condenó al liberalismo, en la
encíclica Libertas, en este caso por
estar fundado en una exaltación del individualismo y el naturalismo. “Los que
profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el
hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia
historia” (Gaudium et Spes, n. 20).
Sobre el
racismo, rechazado con razón por el autor, baste recordar la contundente
definición del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia: “es moralmente
inaceptable cualquier teoría o comportamiento inspirados en el racismo y en la
discriminación racial” (p. 433).
Por cierto, que
nadie está obligado a compartir las ideas del movimiento nacionalista, pero nos
parece equivocado e injusto asignarle los problemas actuales en el país. En
realidad, nuestra preocupación en esta hora dramática de la historia, radica,
precisamente, en el insuficiente patriotismo activo en la Argentina. Hemos
mencionado en otro trabajo, que el debilitamiento del Estado como órgano de
conducción de la sociedad, se debe, entre otros motivos, a la anomia vigente en
la comunidad, que impide la concordia social que caracteriza a una nación en
plenitud. Como acaba de señalar Abel Posse, en el primer capítulo de una obra
colectiva que apunta a colaborar con los dirigentes que se postulen en las próximas
elecciones (2): “Pero lo más grave es nuestra comunidad desorganizada y más
bien en disolución. Argentina hoy es una sociedad sin sentido, a la deriva.”
“Somos por ahora una potencia intermedia con vocación de inviabilidad de
autoaniquilación anárquica”.
En coincidencia
con el brillante escritor y diplomático, consideramos necesario y urgente la
participación efectiva en la vida pública de los ciudadanos que todavía sienten
el fervor patriótico. Si, como afirma Aristóteles, es imposible que esté bien
ordenada una ciudad que no esté gobernada por los mejores sino por los malos,
resulta imprescindible que procuremos seleccionar a los más aptos y honestos
para el desempeño de las funciones públicas.
(Publicado
en el Informador Público, 16-2-23)
(1) La Prensa,
11-2-2023.
(2) El resurgir
de la Argentina; ed. Docencia, Pedro Luis Barcia (coordinador), 2023.