sólo un 8% del mundo la vive de forma plena
Antonella Marty
Infobae, 30 Mar,
2023
Teniendo en cuenta
que la democracia siempre puede estar en peligro (y por eso hay que ser
cuidadosos y no caer ante las tentaciones autoritarias), nos tocará aprender a
identificar cuando la disfrutamos a pleno, para poder reconocer en el momento
exacto en el cual comienza a desvanecerse.
Dicho esto, la
democracia podría ser definida, en términos generales, como el sistema de
gobierno en el cual las personas determinan las leyes y el rumbo del país, ya
sea directamente o mediante sus representantes elegidos por la mayoría. En el
año 1990, en nuestro planeta existían unas 26 democracias electorales. En el
año 2015, el número ascendió a 150. A mayor desarrollo económico, mayor
democracia, mejores niveles de educación, mayor cantidad de empresas, menor
tasa de pobreza y clases medias más grandes. Éstos son los hechos. Hay una
gran correlación entre el nivel de riqueza de un país y la apertura o democratización
de su sistema político.
Para entender la
democracia debemos partir de la etimología de la palabra. Demos proviene de
gente y kratos de poder: el poder en manos de la gente. Winston Churchill
recordaba que «la democracia es el único sistema que insiste en preguntar a
los poderes que hay si son los poderes que deberían ser».
La democracia
remonta sus orígenes aproximadamente al año 500 a. C., en Atenas, donde
aparecieron las primeras ciudades-Estado independientes o polis con diversas
instituciones, tales como el Consejo de los Cuatrocientos, la Asamblea (donde
votaban los ciudadanos, aunque no todos, en ese entonces sólo votaban los
adultos hombres, no los esclavos ni las mujeres, y se trataban asuntos económicos,
políticos o de guerra) y, por último, las Cortes Populares. En este marco,
las personas eran escuchadas y, desde Pericles, en tal modelo político no se
imponían decisiones, sino que se votaban de manera libre.
Podríamos decir
que Solón, el legislador más famoso de Atenas, nacido en el año 638 a. C.,
fue el precursor de la democracia ateniense. Pues fue él quien promulgó una
ley para la emancipación de esclavos, además de introducir el Consejo de los
Cuatrocientos y un Tribunal de Justicia Popular. En el año 594 a. C. le dio a
Atenas una Constitución llamada solónica, a partir de la cual los ciudadanos
atenienses (con algunas excepciones) tenían que decidir por sí mismos qué
iban a hacer, mediante decisiones de la mayoría. Fueron sus semillas las que
gestaron el ambiente perfecto para la aparición de los primeros pasos de la
democracia y lo que más tarde llamaremos igualdad ante la ley.
A sus logros
podemos sumar a Clístenes de Atenas, nacido en el año 570 a. C., denominado
por Heródoto (480-425 a. C.) como el creador de la democracia: los consejeros
del introducido Consejo de los Quinientos podían servir dos veces a lo largo
de su vida, y es este proceso o sistema el que se denomina demokratia, el
“poder del pueblo”, y que en el Consejo brindaría isegoría o “igualdad de
palabra”. Además, Clístenes le dio derecho de ciudadanía a los extranjeros,
marinos y mercaderes que vivían cerca de los puertos.
No obstante, la
democracia no tiene un punto de inicio exacto, puesto que ha sido conformada en
un largo proceso de gestación hasta moldearse como la conocemos en la
actualidad bajo una noción mucho más compleja que como se entendía en la
Antigüedad.
En la actualidad
conocemos la democracia como un modelo en el que prima la opinión de la mayoría
y los ciudadanos participan en el proceso de toma de decisiones, en el que el
poder político es ejercido por la ciudadanía y para la ciudadanía. Aquí se
constituye una forma de gobierno de las mayorías.
Es importante
tener en cuenta que «la decisión de la mayoría» no implica aplastar las
decisiones de las minorías ni faltarles al respeto. Y aquí reside la cuestión:
no siempre la democracia ha salvaguardado las libertades individuales, y en
varias ocasiones ha derivado en populismos que, una vez que llegaron al poder a
través de las vías democráticas, destruyeron la institucionalidad.
Esto no quiere
decir que debamos deshacernos de la democracia, sino más bien que debemos
sumar al sistema democrático factores como la libertad cultural, la división
de poderes, el libre mercado y un Estado de derecho. De esta manera, cuando hay
controles sobre el poder, las decisiones de la mayoría no pueden lastimar la
libertad de las minorías. Además, el Gobierno debe ser elegido mediante
elecciones libres y justas, y necesitamos contar con instituciones que
controlen y vigilen de manera permanente a nuestros gobernantes con el objetivo
de que no abusen del poder ni pretendan reformar a gusto las reglas
institucionales. La justicia independiente será clave en todo este desenlace.
La democracia no
es suficiente, puesto que, si no va de la mano del respeto a los derechos y las
libertades civiles y el respeto a un marco de seguridad jurídica, puede
derivar en autoritarismos. Parafraseando a Guillermo O’Donnell, la democracia
también puede morir de manera lenta, no ya por abruptos golpes militares, sino
mediante una sucesión de medidas poco espectaculares, pero acumulativamente
letales.
Pero eso no es
todo. Hoy se suman modelos como la llamada “democracia iliberal”, una propuesta
que, como su título define, lleva a los gobernantes a acceder al poder por las
vías democráticas, pero en un marco en el que no existe la división de los
poderes estatales, no hay independencia judicial, no predomina la división
entre la religión y el Estado ni se protegen las libertades civiles o los
derechos de las minorías. Más que la expresión de la voluntad del ciudadano,
el voto es el aval ilimitado del Gobierno. El votante es en realidad un insumo
del poder.
La palabra democracia
le da un golpe de marketing a este modelo, y le sirve para mantener una fachada
sana mientras avanza hacia el desarrollo de instituciones iliberales que
atentan contra la mismísima democracia, transformándola en una «democracia
vacía», en la que la mayoría efectivamente cuenta con el poder de aplastar a
la minoría si así lo desea.
Este término
comenzó a utilizarse en 1997, en el artículo «El auge de la democracia
iliberal», del politólogo Fareed Zakaria, para ponerle título a los Gobiernos
legítimos cuando se habla de las urnas, pero que no admiten respeto alguno por
los límites de los poderes estatales. Además, es un término que refleja una
apariencia externa de democracia, con procesos de elecciones y las dinámicas
de los sistemas parlamentarios, pero con un caudillo fuerte que marca con énfasis
la presencia del Estado en la vida de la gente, sea del modo que sea.
El mayor
representante actual de este modelo de “democracia iliberal” se encuentra en el
corazón de la Unión Europea y es Viktor Orbán, primer ministro de Hungría,
una de las cabezas de la nueva derecha europea nacional-populista que da lustre
a los aires nacionalistas, detesta todo lo que sea extranjero y ve en las
libertades individuales o temáticas, como la libre inmigración, una amenaza
inminente.
Este modelo ha
llegado a denominarse democratura, una mezcla entre democracia y dictadura. Fue
Viktor Orbán quien acuñó la expresión «democracia iliberal» en 2014,
durante la campaña electoral de su partido Fidesz, que encarna la más
fervorosa forma de iliberalismo. Este modelo es aplaudido por la nueva derecha
organizada en filas como las de Vox en España, Trump en Estados Unidos,
Bolsonaro en Brasil y sus demás “aliados naturales”.
En este modelo, el
autoritarismo obtiene una justificación en la democracia misma; un modelo o
sistema autoritario puede ser una categoría amplia, pero destacada por sumar a
sus filas a Gobiernos con poder supremo cuyas decisiones recaen en una persona
o grupo determinado. Algunos modelos autoritarios pueden pretender ser
democracias permitiendo la existencia de partidos políticos que, en verdad, no
tienen poder real, o también pueden ejercer de manera abierta una represión y
poder brutales sobre la población, sin esconderse detrás de falsas máscaras
democráticas.
Quedará en los
ciudadanos aprender a cuidar la democracia liberal, saber identificar cuando la
misma peligre, pero por sobre todas las cosas hacer algo al respecto.