Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de
Palencia
18-6-23
No soy quién para
dar lecciones de ética política, pero en esta hora donde de nuevo hemos sido
llamados a las urnas tenemos que obrar con responsabilidad, porque nos jugamos
mucho, no sólo personalmente, sino como pueblo, como sociedad española.
Quiero hacerme eco
de lo que el Papa Francisco dijo hace poco, el 29 de mayo, en la entrega del “Premio
Pablo VI” al Presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella, pero
que, considero, válido para todas las naciones, también la nuestra. Lo que dice
el Papa recoge la Doctrina Social de la Iglesia al respecto.
Después de los
saludos de bienvenida dijo: «El Concilio Vaticano II, por el que debemos estar
agradecidos a San Pablo VI, subrayó el rol de los fieles laicos, destacando su
carácter secular. Los laicos, de hecho, en virtud del Bautismo tienen una
auténtica misión, que han desarrollar en el “siglo”, es decir, en todos y cada
uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de
la vida familiar y social (LGF, 321). Y entre estas ocupaciones destaca la
política, que es la forma más alta de la caridad. Pero nos podemos preguntar:
¿cómo hacer de la acción política una forma de caridad, y, por otro lado, cómo
vivir la caridad, es decir, el amor en el sentido más alto, dentro de las
dinámicas políticas?»
El papa recordó
que San Pablo VI respondía en el SERVICIO: «Los que ejercen el poder público
deben considerarse como servidores de sus compatriotas, con el desinterés y la
integridad que corresponde a su alta función. El deber de servicio es inherente
a la autoridad; y cuanto mayor es este deber, mayor es esta autoridad». Sin
embargo, aún en los mejores sistemas políticos, muchos se sirven de la
autoridad en lugar de servir por medio de la autoridad. ¡Qué fácil es subir al
pedestal y qué difícil bajar para ponerse al servicio de los demás! Jesús habló
de la dificultad de servir y prodigarse por los demás, admitiendo, con realismo
velado de tristeza, que los que son tenidos como jefes de las naciones las
dominan como señores absolutos y sus grandes los oprimen con poder. «No ha de ser
así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros,
será vuestro servidor» (Mc 10, 42-43) Para el cristiano, grandeza es sinónimo
de servicio: “No sirve para vivir quien no vive para servir”.
Pero el servicio
corre el riesgo que quedar en un ideal un tanto abstracto si una segunda
palabra que nunca se puede separar de él: RESPONSABILIDAD. El mismo San Pablo
VI decía que las palabras sirven de poco si no van acompañadas por la toma de
conciencia de la propia responsabilidad. Es demasiado fácil descargar sobre los
otros la responsabilidad de las injusticias si no estamos convencidos de que
todos participamos de ellas. Estas palabras son siempre actuales porque cuántas
veces culpabilizamos a los demás y nos desentendemos de la sociedad. Es urgente
la conversión personal. En un clima de incertidumbre la desconfianza se
transforma fácilmente en indiferencia. La responsabilidad, en cambio, nos llama
a todos a ir a contracorriente respecto al clima de derrotismo y de queja, para
sentir las necesidades de los demás como propias y a redescubrirse a sí mismos
como partes insustituibles del único tejido social y humano al que
pertenecemos.
Otro componente
esencial de la vida común es el compromiso por la LEGALIDAD. Esta requiere
lucha y ejemplo, determinación y memoria, memoria de los que han sacrificado la
vida por la justicia. Es verdad que en las sociedades democráticas no
instituciones, pactos y estatutos, pero «falta muchas veces la observancia
libre y honesta de la legalidad, y de aquí surge el egoísmo colectivo». Es
importante caer en la cuenta de la responsabilidad de cada uno por el mundo de
todos, por un mundo que se ha hecho global. En concreto de la paz; no podemos
resignarnos frente a los desequilibrios de las injusticias planetarias, porque
la cuestión social es cuestión moral y porque una acción solidaria después de
las guerras mundiales es verdaderamente tal si es global. Es urgente afrontar
los desafíos climáticos, ante la amenaza de un ambiente que se habría vuelto
intolerable para el hombre como consecuencia de la actividad destructiva del
hombre mismo, que, enseñoreándose de la creación, se encontraría sin poder
dominarla. Hacia otros aspectos nuevos es hacia donde tiene que volverse el
hombre y la mujer cristiana para hacerse responsable, en unión con las demás
personas, de un destino que es realidad ya común.
Para san Pablo VI
el sentido de responsabilidad y el espíritu de servicio están en la base de la
construcción de la vida social. Así debemos construir comunidades solidarias,
unas comunidades de participación y de vida, animadas por el compromiso de
afanarse en la realización de solidaridades activas y vividas.
Terminaba el papa
Francisco recordando una frase de San Pablo VI: «El hombre contemporáneo
escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si
escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio; escucha de mejor gana a
los testigos que a los maestros; y si escucha a los maestros lo hace porque son
testigos» (Evangelii nuntiandi, 41).