en una Francia acosada por la desigualdad y el
ascenso de la extrema derecha
Gustavo Sierra
Infobae, 1 Jul,
2023
Vuelven a arder la
“banlieue”, los suburbios de las grandes ciudades francesas. Como en 2005, los
hijos de los inmigrantes que viven confinados en estos barrios sin alma
volvieron a salir a las calles para prender fuego o robarse todo lo que
encontraron a su paso. Y la causa es la misma, la violencia se inició por la
represión policial. Esta vez fue un chico muerto por dos gendarmes que le
dispararon cuando conducía sin su carnet, antes habían sido dos adolescentes que
escapaban de la policía y terminaron electrocutados en una cerca. De todos
modos, no importa mucho el motivo. En la “banlieue” hay bronca acumulada que
tiene que salir por algún lado. Y es mucho más que la pérdida del Estado de
Bienestar. Ahora es el Estado mismo que está en juicio.
“On va vous
debarrasser de la recaille” (vamos a quitar del medio a esta gentuza), dijo en
el 2005 el entonces presidente Nicolas Sarkozy, mirando desde una de las
ventanas del Eliseo. La gentuza, la basura, la escoria no se la perdonó. Fueron
19 noches en las que se incendiaron al menos 8.700 vehículos y fueron
arrestados 2.700 menores de edad. Tambaleó el hombre que gobernaba sobre unos
tacones por su complejo de petiso. Emmanuel Macron, ahora, no la hizo mucho
mejor. Mientras el país ardía por el asesinato de Nahel M. y su madre marchaba
junto a miles de personas en su barrio de Nanterre, el presidente bailaba junto
a su mujer Brigitte en un concierto de Elton John. Kylian Mbappé, el jugador de
fútbol, que se crió en uno de estos suburbios, Bondy, entiende más que estos
hombres que ejercen el poder. “Me siento mal por mi Francia”, lanzó en Twitter
y de inmediato se solidarizó con la mamá del asesinado y con sus amigos del
barrio.
Y es que “los
nuevos miserables”, similares en muchos aspectos a los que describió Victor
Hugo en su novela, son una mezcla transformada por el arribo durante décadas de
los inmigrantes de 30 nacionalidades, desde el Magreb hasta el corazón de
África y las colonias del Caribe. Y ya no son sólo los inmigrantes que piden
más derechos. El islamismo que trajeron muchos de ellos terminó modificando
todo como lo cuenta otro gran escritor, Michel Houellebecq, en su novela
“Sumisión”, que describe el ascenso a la presidencia del islamista Mohammed Ben
Abbes. En el medio, ahora está otro ascenso que parece imparable, el de la
extrema derecha encarnada en Marie Le Pen. En la “banlieue” comienzan a tener
votos los que quieren aplastarlos, hacerlos desaparecer. Los hijos de los
inmigrantes terminan votando a los que se oponen a la inmigración. Reaccionan a
lo mismo de manera diferente.
La raíz la
describe Michel Kokoreff, sociólogo, profesor de la universidad Paris
VIII-Vincennes-Saint-Denis y especialista en el tema de la “banlieue”: “Se ha
construido una especie de barrera racial. A pesar de ser el país de los
derechos humanos, con la declaración de los derechos del hombre, el Estado de
derecho, la democracia, etc. Es aún mucho más complicado encontrar un trabajo
cuando te llamas Boubakar y eres de origen maliense, que cuando te llamas
Bernard y tus padres nacieron en Bretaña. Es un país de igualdad sobre el
papel. Pero de desigualdad e injusticia en la realidad”.
Y no hay que
olvidar el ambiente político circundante. El presidente Macron viene de
sobrevivir a una andanada de piedras y manifestaciones por parte de la
izquierda insumisa por la reforma al sistema de pensiones. Los sindicatos,
particularmente, se oponen a aumentar la edad de la jubilación de un
privilegiado 60 o 62 años a los 65, como en el resto del mundo. Ese malestar
sigue por debajo, más allá de que los jóvenes que ahora salen a protestar están
todavía muy lejos de una jubilación. Ni siquiera tienen trabajo.
Desde 2005, el
gobierno francés invirtió 50.000 millones de euros en tratar de mejorar estos
barrios de la periferia. Tuvo muy poco efecto. Sus habitantes creen que nada
cambió y lo expresaron claramente esta semana. El restaurante Wok’n roll de dos
pisos en Aulnay-sous-Bois, a 15 kilómetros de la Torre Eiffel, era un emblema
del barrio al que no todos podían acceder. A pesar de ser un lugar popular, sus
precios no lo eran tanto. Ofrecía buféts asiáticos a 13,9 euros el almuerzo y
19,9 euros la cena. Tal vez un precio normal para el centro de París, pero no
tan accesible para esta zona de Seine-Saint-Denis. En la madrugada del jueves
quedó reducido a escombros tras ser prendido fuego. Había sido anteriormente
sede de un concesionario de Renault, cuyo espectacular incendio durante la violencia
del otoño de 2005 dejó una huella profunda en la imagen de este suburbio de
80.000 habitantes.
A la noche
siguiente se concentraron en el lugar unos 3.000 manifestantes. Los chicos que
conocen cada rincón del barrio cortaron la luz e incrustaron un autobús de la
empresa Transdev en lo que había quedado del pequeño centro comercial.
Terminaron bajo las llamas otros dos restaurantes de comida rápida, un KFC y un
Quick, muy frecuentados por los mismos que ahora los incendiaban. Y no fueron
solo restaurantes, también fueron consumidos por el fuego escuelas y hasta una
gran biblioteca de Marsella. Los de la “banlieue” no consideran suya la tan
afamada cultura francesa y hasta gritan algunas consignas contra la cultura
misma. “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”, como vociferó el general
falangista español Millán Astray en la Universidad de Salamanca, en medio de un
discurso del filósofo Miguel de Unamuno. Esto lo comprende bien la extrema
derecha que quiere gobernar Francia y que se prepara para hacerlo.
“El que se crió en
la violencia termina incorporándola a su vida. Para nosotros, esto es parte de
nuestra vida. No sabemos ir con un cartelito a una manifestación en la Plaza de
la Bastilla. Nosotros sabemos hacer lo mismo que hicieron allí en la Revolución
Francesa. No fuimos `civilizados´ como el resto de los franceses en estos 500
años. Nos expresamos así porque lo sentimos así”, explicó hace no mucho tiempo
atrás Ben Ahmed, un activista de la cités “93″ un complejo de monobloques de
Bobigny, uno de los municipios más duros de París. “La exclusión comienza
cuando no tienes trabajo, cuando no puedes acceder al transporte, cuando no
puedes disfrutar completamente de todos tus derechos. No poder enviar tu
currículum a una empresa sin tener en cuenta el hecho de que lo estás enviando
desde el 93″, explicó Ahmed en una entrevista con Euronews.
Y está el detalle
de las redes sociales. La acumulación obscena de riqueza en unas muy pocas
manos se exhibe en todo su esplendor por las redes sociales. Los chicos de la
“banlieue” ya no necesitan ir a enterarse de las enormes diferencias sociales
en la escuela o en alguna agrupación política. Lo tienen ahí, en las narices,
en vivo y en directo y a una velocidad a la que sólo Usain Bolt puede pensar.
No piensan, se juntan mandándose mensajitos a través de un chat y una cosa
lleva a la otra. Tienen rabia acumulada y la descargan. Cuando los medios
franceses le preguntaban en estas noches de violencia a los manifestantes por
qué estaban rompiendo e incendiando, había primero algunas justificaciones por
la muerte prematura del francés-argelino Nahel, pero enseguida aparecía la
bronca que salía sin explicación. No saben que están contra el “republicanismo
protector” de Macron o el Estado de Bienestar de la Unión Europea. Saben que
están hartos y que van a seguir saliendo cada tanto a romper todo para ser
ellos, por una vez, los protagonistas, como los miserables que flameaban las
banderas azul, blanca y roja en las barricadas de 1832 aunque no sepan ni
siquiera quién fue Victor Hugo, consideren a Houellebecq un “puto loco” que
aparece en los carteles del metro y a Marine Le Pen “una rubia con pelotas”.