aspectos de su vida
In memoriam, a 50
años de su partida a la casa del Padre
P. Javier Olivera
Ravasi, SE
Que no te la
cuenten, 31-7-2023
(Artículo original
aparecido en la Revista Diálogo 63 (2011), 19-32).
“Un lejano día de
marzo de 1933, apareció en Versailles, un joven sacerdote con su negra valija
en mano, caminando por la calle de tierra de este alejado barrio del oeste,
preguntando a los vecinos por la calle Marcos Sastre y Bruselas. Alguien lo
acompañó hasta allí, pero no hay nadie, todo está cerrado. Ροr fin, un feligrés se acerca, abre la puerta
de una muy pequeña piecita, le muestra la humilde capilla vacía y le dice:
¡esto es todo! (…). Agranda la capilla que ya es demasiado pequeña para la
cantidad de gente que viene a la Santa Misa, atraída por su convincente
palabra. Construye el primer salón para reuniones, conferencias, enseñanza del
catecismo de la doctrina cristiana a los chicos y cine festivo los domingos,
que costará 5 centavos y será gratis para los que tengan al día la planilla de
asistencia a los oficios religiosos”[1].
Julio Ramón Meinvielle[2] nació en Buenos Aires
el 31 de agosto de 1905; poco sabemos hasta ahora de su infancia (su biografía
está recién por escribirse). Terminados los estudios secundarios, suponemos,
ingresó en el Seminario Pontificio de Villa Devoto, donde – luego de doctorarse
en Filosofía y Teología – se ordenó sacerdote el 20 de diciembre de 1930[3].
Era una época de gloria la del seminario, por
aquellos tiempos se formaba tanto Meinvielle como “Castellani, Derisi, Sepich,
Lavagnino, Garay y tantos otros”[4]. Sabemos por testimonios y relatos que se
han transmitido, que, durante las clases del Seminario, Julio Meinvielle
estudiaba ya las materias del año siguiente, estando, así, un año adelantado.
Luego de su ordenación y con apenas 27 años
(1932), comenzó a difundir su pensamiento precoz; de aquella época data su
primer libro que será una de sus obras fundamentales: Concepción Católica de la
Política. De pensamiento vigoroso, sin demasiados rebusques, concibe aquí la
política de la mano de Santo Tomás y Aristóteles, como esa ciencia
arquitectónica de la cual hablaba el de Estagira, que es capaz de llevarnos al
bien común sobrenatural y natural.
Es extraño, repetimos, la exactitud de
Meinvielle en esta obra, máxime cuando sabemos que, a juzgar por lo que él
mismo dijo a algunos (a Sacheri, entre otros), no había tenido grandes
maestros; es así: Meinvielle se había “hecho solo”, pero bajo la segura sombra
del Magisterio de la Iglesia y el mismo Santo Tomás, en la lectura directa,
asidua e inteligente de sus obras, como lo aconsejaba el entonces reciente
movimiento de renovación tomista.
Su amor por Santo Tomás, a quien no dejará
jamás, lo hacía un “bicho raro” para la época, como lo demuestra aquella
anécdota que narrara Sacheri: siendo sacerdote recién ordenado leía la Suma
Teológica en el atrio de la Iglesia de Balbanera, cuando un alto prelado le
preguntó qué estaba leyendo y al ver que era Santo Tomás le dijo “¡Pero m’hijo,
no leas esas cosas tan complicadas que te van a hacer mal a la cabeza!”[5].
Menos mal que no le hizo caso, de lo contrario, hubiera terminado como ese alto
prelado…
1. Escribió la verdad
Tres fueron (si pueden ser resumidos) los
ámbitos en los que Meinvielle más debió dar el buen combate:
- Liberalismo (Maritain)
- Marxismo
- Progresismo
Para ello escribió más de 20 libros, entre los
cuales citamos:
Concepción católica de la Política, Cursos de
Cultura Católica, Bs.As.
Concepción católica de la Economía, Cursos de
Cultura Católica, Bs.As.
Entre la Iglesia y el Reich, Adsum, Bs.As.
1937.
Un juicio católico sobre los problemas nuevos
de la política, Gladium, Bs.As. 1937.
Tres pueblos bíblicos en su lucha por la
dominación del mundo, Adsum, Bs.As., 1937.
Qué saldrá de la España que sangra, J. A. C.,
Bs.As.
Hacia la Cristiandad, Adsum, Bs.As. 1940.
De Lamennais a Maritain, Nuestro Tiempo, Bs.As.
De Lamennais à Maritain (en francés), La Cité
Catholique, París 1956.
Correspondance avec le R.P. Garrigou-Lagrange à
propòs de Lamennais et Maritain, Nuestro Tiempo, Bs.As. 1947.
Crítica de la concepción de Maritain sobre la
persona humana, Nuestro Tiempo, Bs.As. 1948.
Respuesta a dos cartas de Maritain al R.P.
Garrigou-Lagrange, O.P. Con el texto de las mismas, Nuestro Tiempo, Bs.As.
1948.
Conceptos fundamentales de la economía, Nuestro
Tiempo, Bs.As. 1953.
Política Argentina (1949-1956), Trafac, Bs.As.
La cosmovisión de Teilhar de Chardin, Cruzada,
Bs.As.
Concepción católica de la política, Theoria,
Bs.As. 1961 (tercera edición).
El poder destructivo de la dialéctica
comunista, Theoria, Bs.As. 1962.
El judío en el misterio de la historia,
Theoria, As. 1964.
Le juif dans le mystère de l’histoire, Défense
du Foyer, Saint Céneré, Mayenne
El comunismo en la revolución anticristiana,
Ediciones Theoria (2da ed.), Bs.As. 1965.
Teilhard de Chardin o la religión de la
evolución, Ediciones Theoría, Bs.As. 1965.
El decreto conciliar sobre la libertad
religiosa y la doctrina tradicional, Ediciones Theoria, Bs.As.
De la Cábala al Progresismo, Epheta, Bs.As.
1994.
Y una cantidad enorme de artículos[6].
Visite las obras del Padre Julio Meinvielle
2. “Hizo” la verdad
Hay en las sagradas páginas del Nuevo
Testamento, en especial en el Evangelio de San Juan, una frase que siempre me
ha llamado la atención; el benjamín de los apóstoles no dice, cuando habla de
la verdad “decir la verdad”, sino “hacer la verdad” (tèn alètheian poiein).
El Padre Julio, no sólo escribió la verdad,
sino que la hizo, la hizo carne.
a. Ante todo, sacerdote y mariano
Todos los que lo han conocido pueden atestiguar
de él su gran amor por el sacerdocio católico. Todo en él era “sacerdotal” y, a
pesar de haber tenido que ocuparse de temas sociales, nunca dejaba de lado
aquello para lo que estaba hecho: para el altar.
De él narrará uno de sus discípulos lo
siguiente:
“No
conozco otro sacerdote que se haya ocupado tanto y tan ordenadamente – es decir
con la debida subordinación – de los problemas económicos, sociales y políticos
a la luz del Evangelio de Cristo y de la Doctrina Social de la Iglesia, como el
P. Meinvielle. Hizo de ello un apostolado y no un motivo – y menos aún una
excusa – para mundanizarse; ‘estaba en el mundo pero no era del mundo’ (Jo. 17,
15)”[7].
Entendía que con la Misa se hacen milagros, por
ello, la última vez que el P. Buela fue a conversar con él le pidió un consejo
importante; luego de estar sopesando durante un rato los pro y los contras de
ambas posibilidades y sin poder inclinarse por ninguna de las dos, le dijo:
“Ofrece las Misas que tengas libres para saber cuál es la voluntad de Dios”; es
que “confiaba ciegamente en la virtualidad del Sacrificio”[8].
Pero no sólo la Santa Misa era su centro, sino
también su devoción a la Virgen Santísima, de allí que rezaba diariamente el
Rosario (completo, el de los 15 misterios) y lo hiciera rezar. Hay una anécdota
que pinta de cuerpo entero su devoción mariana:
“Durante un campamento con sus Scout en Mar del Plata, un grupo de ellos
se estaba bañando y he aquí que en determinado momento se encontraron en una
situación tal que no podían regresar a la orilla porque había mar de fondo. El
Maestro Scout, Pablo Di Benedetto – “Pablito”, que luego sería sacerdote – se
lanzó inmediatamente al mar para tratar de salvar a los chicos. Logró ir
sacando a todos menos a uno porque ya se encontraba muy cansado, de modo que
tanto él como el chico restante quedaron desamparados. Alertados los de la
orilla avisaron al P. Julio y a otro sacerdote joven, actualmente obispo, y
emplearon todos los medios a su alcance para salvarlos; uno de ellos ya se
hundía. Humanamente estaba todo perdido. Fue entonces cuando se escuchó –
imperiosa – la voz del P. Meinvielle: “Recemos a la Virgen para que los salve”.
Todos se hincaron en la arena y rezaron un Ave María. La Virgen los escuchó
porque los que se estaban ahogando encontraron un banco de arena y caminando
salieron del mar. Así fue posible que “Pablito” se hiciera sacerdote
realizando, durante su corta vida, un fecundo apostolado”[9].
Tan grande era la devoción a la Virgen que una
vez llegó tomar medidas un tanto drásticas como se nos narra en el siguiente
episodio:
“Su
intenso amor a la Virgen María no se reducía al ámbito meramente personal. En
una ocasión, siendo ya párroco, una secta protestante, provocativamente instaló
una carpa en los límites de su parroquia para hacer proselitismo, y desde allí
comenzaron a predicar diversos errores, incluyendo blasfemias sobre la
Santísima Virgen. No contentos con eso, comenzaron a recorrer casa por casa, e
incluso se instalaron en el atrio de la parroquia para allí repartir volantes,
invitando a su culto. El Padre no podía tolerar que se blasfemara de Nuestra
Señora, y mucho menos en el territorio de su jurisdicción. “Digno es de
alabanza ser paciente en las injurias contra unο mismo -enseñaba S. Juan Crisóstomo-, pero
disimular y tolerar las hechas contra Dios, sería en extremo impío”. Y
blasfemar de la Madre de Dios es doble pecadο porque se injuria a la Madre y a Dios. En fin, luego de
algunos avisos disuasivos, tomó el Padre drásticas medidas… y los
blasfemos desaparecieron”[10].
Pero no quedaba todo en oración, tenía una
especial dedicación por los pobres:
“Desarrolló
allí lo que él llamaba ‘la pastoral de las puertas abiertas’. Todo el mundo
podía entrar en su casa a cualquier hora prudente. Fundó, por primera vez en la
Argentina, la Agrupación Scout que lleva el n° 1 y, luego, la Unión de Scout
Católicos Argentinos de los que fue su primer Capellán Nacional… no había
necesitado que se retirase con las manos vacías. Una de las primeras cosas que
hacía a la mañana era ordenar sobre un alargue de su escritorio montoncitos de
monedas para los pobres que venían a pedirle ayuda. Algunos de más confianza
tomaban la limosna ellos mismo. Hasta esto era “jerárquico” porque no a todos
daba lo mismo… Ayudaba absolutamente a todos, incluso a los que sabía que le
estaban mintiendo o que estaban en el campo contrario. Su dicho era: “En rigor,
hay que hacer el bien sin mirar a quién”. En un papel anotaba lo que prestaba y
a quién y, al lado, a veces, escribía “que nunca me lo va a devolver”… Yo mismo
he visto, en una oportunidad, partir en tres partes el bife que le pasaban las
religiosas y que él mismo hacía sobre una plancha eléctrica que había sobre el
alféizar de la ventana del comedor: una parte era para un hombre cuyo nombre no
recuerdo, otra para otro pobre, Don Juan, a quien por más de seis años dio la
mitad de su propia comida, y la otra parte para él… Merece una especial mención
la ayuda desinteresada que brindó a tantos seminaristas y sacerdotes que fueron
a estudiar a Europa a los que enviaba generosos giros”[11].
b. Perseguido por causa de la justicia
El P. Meinvielle sufrió una persecución doble:
a causa de haber practicado lo que es justo y por “justicia” de este mundo.
No temía a nada ni a nadie, por eso no
trepidaba en decir: “¡Aunque el Anticristo me aplaste la cabeza, con el último
aliento de mi vida quiero confesar a Cristo!”[12].
“Dos veces por lo menos lo llevaron preso injustamente; intentaron
asesinarlo disparándole varios balazos; recibía múltiples amenazas anónimas,
por escrito y telefónicamente; buscaron mil y una maneras para silenciarlo. Sin
embargo no cejó en lo que entendía era misión. Conoció como pocos la
“conspiración del silencio” que, al modo de nebuloso manto, pesó sobre él.
Asimismo se intentó empañar su obra tratando de restarle brillo y densidad,
ridiculizando la importancia y actualidad de la misma. Las calumnias que tuvo
que soportar merecerían todo un artículo: los que no son “verdaderos
israelitas” (Jo. 1, 47) lo llamaban “nazi”, aunque escribió un libro
denunciando los errores del nacional-socialismo, también “antisemita” aunque
condenó explícitamente el antisemitismo; mientras otros afirmaban que sería
judío porque no atacaba la Compañía de Jesús (!). Algunos lo tildaron de
marxista solapadο, mientras que los
marxistas intentaron hacerle un juicio por insania porque veía
“marxistas por todos lados”. Algunos católicos de inspiración liberal afirmaron
que tenía una “mentalidad desaprensiva frente al derecho de la propiedad”; los
comunistas decían que tenía una cosmovisión capitalista. Los progresistas lo
trataron de “cerrado”, los inmovilistas le achacaron un “irenismo imprudente” y
de no caracterizarse su escuela “por su combatividad, frente al progresismo”.
Los que no quieren subordinar lo temporal a lo eterno lo llamaron “teologizante”,
los que niegan la sana autonomía de lo temporal lo estigmatizaron como
“economicista”, etc. Y muchas otras calumnias. Sé, circunstancialmente, que
llegaron a calumniarlo con denuncias fundamentadas en fotos y grabaciones
fraudulentas. Por todo comentario dijo: ‘La Virgen no va a permitir que
triunfen’”[13].
Cuando la DAIA publicó contra él una solicitada
llena de inexactitudes y mentiras, simplemente dijo: “las calumnias de los
judíos me enaltecen”[14].
Tenía un temple de acero y una personalidad
fuerte y aunque era sumamente agradable en el trato, no por eso caía en la
blandura.
El Padre Alberto Ezcurra, otro sacerdote, solía
contar que al volver de Europa fue a visitarlo a su casa. En el momento en que
estaban conversando apareció la Policía Federal para detener al P. Meinvielle
(al parecer la Policía Federal estaba buscando a un sacerdote de apellido
francés, que era el P. Grasset y dijeron: “francés, ‘Meinvielle’, debe ser
éste”.
Luego de llamar le dijeron a qué venían y el
Padre les contestó secamente: “Esperen afuera porque ahora estoy ocupado, estoy
atendiendo a este Padre que viene de Europa, así que ahora no me molesten;
“nosotros” – le dijo al P. Ezcurra – “vamos a tomar un té”. Luego de conversar
un buen rato, dijo a los uniformados: “Ahora sí, a ver señor, lléveme preso ya”[15].
Pero esa virtud de la fortaleza no sólo se
aplicaba al momento de “resistir”. El Padre Meinvielle vivía lo que pensaba y
hacía lo que decía, cosa que siempre les repetía a los seminaristas: “No sólo
hay que rezar y hay que ser de buena doctrina sino que, también, hay que actuar
en consecuencia. Esas tres cosas son las que hacen a un buen sacerdote. No una,
ni dos, sino las tres”“[16].
En una oportunidad sucedió que se veía la
necesidad de realizar en forma urgente una gran Revolución Nacional.
“Un señor Coronel, gran católico, patriota y
amigo, le decía al P. Julio que rezaba todos los días, que iba a Luján en
peregrinación, etc. Pero, el Padre quería noticias sobre la marcha de la
Revolución Nacional y viendo que su interlocutor no salía del campo religioso
privado, le espetó un: “¡Ud. haga la revolución, y yo rezo!”[17]“.
Otra vez, que hubo una trifulca contra unos
protestantes provocadores, al parecer tuvo que arremangarse la sotana junto con
su vicario y salir a repartir tortazos; “¡Qué noche! – diría su vicario el P.
Ganchegui – ¡Dónde tiraba una trompada, había una cara!”[18].
Enrique Díaz Araujo me llegó a referir que,
siendo ellos jóvenes, el Padre Meinvielle se les había presentado con su sotana
y todo en un café de la Avenida de Mayo cuando ellos se disponían a meterse en
una trifulca contra unos peronistas provocadores. “Muchachos, yo voy con
ustedes”, decía el quincuagenario sacerdote; los jóvenes lo disuadieron y éste
cedió a la prudencia juvenil[19].
c. Redentor del tiempo[20]
Cuentan que San Alfonso María de Ligorio había
hecho un voto: el voto de no perder ni un minuto en su vida. No sabemos si
Meinvielle lo hizo, pero lo cierto es que lo cumplía al igual que el obispo de
Nápoles.
Meinvielle era disciplinado, cuenta un alumno,
era disciplinado, pero sin terquedad. Administraba su tiempo y sus fuerzas
prudentemente. Organizaba racionalmente sus actividades, llevando una vida
metódica, vivida con intensidad, sin perderse en banalidades. Es anécdota común
que, cuando algún visitante comenzaba a “divagar”, sin ningún empacho le
decía: “Bueno, querido, se te hace tarde”, y lo despedía sin más…
Pero este aprovechamiento del tiempo no era un
estoicismo hierático, sino la necesaria ascesis cristiana que nos hace
aprovechar “lo mejor posible el tiempo presente” (Col. 4,5); no dudaba, por
eso, en dejar de escribir un libro o incluso de rezar, para atender a un pobre.
Sabía que eso era dejar “a Dios por Dios”.
Para nada era grave en las opiniones y,
siguiendo las reglas del estagirita en la Retórica, cuando un tema debía ser
resuelto y no tenía la certeza del caso, introducía con un “me parece…”, o “no
me consta…” o bien (cuando sabía de qué se estaba hablando) con un “es así…”.
No perdía el tiempo con libros insípidos y
siempre que se lo consultaba fundaba su juicio sea en la Sagrada Escritura, o
en el Magisterio de la Iglesia, o en alguna autoridad de peso; tenía, además,
la sana costumbre de “hacer leer en voz alta” a quien pidiera consejo: “toma,
leamos acá”, habrá dicho más de una vez con la sagrada página en la mano, con
la Suma u otro tratado importante.
Tenía tiempo para todo ya que no veía
televisión, ni cine, ni escuchaba radio (salvo excepciones).
Era metódico en el dormir. Era un hombre que
habitualmente se acostaba temprano. ¡Y se acostaba temprano y dormía! Una vez
el padre Lojoya lo llamó por teléfono a eso de las 22:00 y él ya estaba
durmiendo.
Acostarse temprano era lo que le permitía
levantarse temprano al otro día. A las 6.00 de la mañana ya estaba de pie.
Generalmente era a la mañana cuando escribía en
su escritorio, aprovechando a responder las numerosas cartas que le enviaban,
casi siempre en el mismo día. Sabía administrar preciosamente el tiempo, por lo
que hacia el mediodía, cuando ya llevaba casi cinco horas de trabajo, almorzaba
frugalmente y luego de una brevísima siesta – a las 13.30 horas - ya estaba nuevamente trabajando.
Además, como sabía que “plenus venter non
studet libenter” (con la panza llena no se estudia libremente) hacía ayunos de
uno, tres, ocho días, y llegó a hacer unο
de cuarenta días; él lo llamaba “dieta”, siendo muchos los testigos de
ello[21].
Era metódico en el rezar. Como hombre práctico
que era, lo primero que hacía era rezar sus oraciones, el breviario, hacer la
meditación. Aprovechaba los momentos del día en que estaba más tranquilo,
cuando la gente no lo iba a ver, para preparar el sermón.
Era metódico en el escribir. Habitualmente
escribía a la mañana (una, dos o tres horas, dependiendo de lo que tuviese
entre manos), luego de las oraciones y de preparar el sermón; cuando escribía
un libro lo escribía del principio al final y lo primero que hacía era el
índice (¡ya tenía el libro en la cabeza!)[22].
d. Hijo sufriente de la Iglesia
“¡Cuántas veces – exclamaba uno de sus discípulos
– le hemos oído decir: “En la doctrina, hay que seguir al Papa; en la vida, a
los santos”[23].
Su amor por el Vicario de Cristo en la tierra
era entrañable y no menos lo era su afecto por la jerarquía de la Iglesia, pero
aquello que se ha llamado “su respeto por las esencias de las cosas” hacía que
también tuviera que denunciar con dolor no pocos yerros prudenciales o
doctrinales.
Denuncias de connivencia o de “acomodo” le
ganaron no pocos enemidos, gomo por ejemplo cuando escribió que el “aparato publicitario
de la Iglesia” formado por “los judíos, junto con los masones y los comunistas
(ha) logrado encaramarse en posiciones claves de la Iglesia”[24].
O cuando denunció la “Iglesia de la publicidad”
en términos durísimos.
Sabemos que el mysterium iniquitatis ya está obrando (II Tes, II, 7);
pero no sabemos los límites de su poder. Sin embargo, no hay dificultad en
admitir que la Iglesia de la publicidad pueda ser ganada por el enemigo y,
convertirse de Iglesia Católica en Iglesia gnóstica. Puede haber dos Iglesias,
la una la de la publicidad, Iglesia magnificada en la propaganda, con obispos,
sacerdotes y teólogos publicitados, y aun con un Pontífice de actitudes
ambiguas ; y otra, Iglesia del silencio, con un Papa fiel a Jesucristo en su
enseñanza y con algunos sacerdotes, obispos, fieles que le sean adictos,
esparcidos como “pusillus grex” por toda la tierra. Esta segunda sería la
Iglesia de las promesas, y no aquella primera, que pudiera defeccionar. Un
mismo Papa presidirá ambas Iglesias, que aparente y, exteriormente no sería
sino una. El papa, con sus actitudes ambiguas, daría pie para mantener el
equívoco. Porque, por una parte, profesando una doctrina intachable sería
cabeza de la Iglesia de las Promesas. Por otra parte, produciendo hechos
equívocos y aún reprobables, aparecería como alentando la subversión y
manteniendo la Iglesia gnóstica de la Publicidad. La eclesiología no ha
estudiado suficientemente la posibilidad de una hipótesis como la que aquí
proponemos. Pero si se piensa bien, la Promesa de Asistencia de la Iglesia se
reduce a una Asistencia que impida al error introducirse en la Cátedra Romana y
en la misma Iglesia, y además que la Iglesia no desaparezca ni sea destruida
por sus enemigos. Ninguno de los aspectos de esta hipótesis que aquí se propone
queda invalidado por las promesas consignadas en los distintos lugares del
Evangelio. Al contrario, ambas hipótesis cobran verosimilitud si se tienen en
cuenta los pasajes escriturarios que se refieren a la defección de la fe. Esta
defección, que será total, tendrá que coincidir con la perseverancia de la
iglesia hasta el fin. Dice el Señor en el Evangelio : “Pero cuando venga el
Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra ?(Lc. XVIII, 8)[25].
e. Maestro incansable
Lejos de ser un pastor celoso “nunca quiso (ni
tuvo) discípulos ‘meinviellanos’, (…) íbamos a verlo (cuenta Sacheri) jóvenes
con las más variadas inquietudes… Tampoco pretendía que todos se preocupasen
por la crisis de la Iglesia o por la Patria; respetaba las inquietudes de cada
uno: “los corro por donde disparan”, dijo alguna vez… Buscaba y trataba de
formar gente con “motor propio”(…). Nos enseñaba a ser libres, porque enseñaba
la verdad y “la verdad os hará libres” (Jn. 8, 12)”[26].
No era de esa pedantería escalofriante que deja
pasmado al auditorio; una vez más, parecía recordar aquello de Aristóteles en
la Retórica donde aconseja pensar como un sabio pero hablar como un hombre
común[27]. Él huía de todo academicismo, de toda pomposidad en el lenguaje, de
toda inútil complejidad en la exposición de su pensamiento. Su estilo tenía el
sabor del Evangelio: simple, claro, profundo, preciso[28].
A todos atendía con la mayor paternidad
espiritual.
Quizás fue por ello que se hicieron tan
conocidos sus grupos de Suma Teológica. Es que había hecho propio aquello que
dijo el Juan XXII en la Bula de canonización del Doctor Angélico: “Santo Tomás
iluminó más a la Iglesia que todos los doctores y en sus libros aprovecha más
el hombre en un año que todo el resto de la vida en los demás”,
De este modo, llegó a ser una verdadera
tradición “el grupo de la Suma” como se le llamaba al grupo de jóvenes que se
reunían todas las semanas en la casa del P. Julio para estudiar con él la gran
enciclopedia católica.
Repetía una y otra vez que “la sola lectura de
Santo Tomás forma la inteligencia y le da estructura”, asignándole un especial
valor al tratado De Deo Uno “porque es el paso a la trascendencia”[29] – decía.
3. Un final abierto
A mediados de 1973, dirigiéndose a sus charlas
habituales de política que tenía con algunos laicos, fue víctima de un
accidente en la avenida Nueve de Julio. Cuentan que el último mes de su vida
debió pasarlo postrado en cama, como consecuencia de las muchas fracturas que
sufrió al ser atropellado por un auto; no podía mover más que el antebrazo
derecho pero le bastaba para desgranar las cuentas del Rosario.
Falleció el 2 de agosto de 1973.
Una gran multitud de fieles y un nutrido
cortejo de amigos, discípulos e intelectuales lo despidieron. A pesar de haber
tenido más de un “enemigo” entre el clero local, una enorme cantidad de
sacerdotes y religiosos de Buenos Aires y de las diócesis vecinas desfilaron
por la capilla ardiente, incluidos el cardenal arzobispo de Buenos Aires y hasta
uno de los líderes de los sacerdotes tercermundistas, el P. Carlos Mujica, su
antiguo alumno en los grupos de Suma.
En el atrio del templo de Nuestra Señora de la
Salud, la tierra patria guarda en suelo sacro los despojos del pensador y
combatiente de la Cristiandad de los peregrinos: “Amó la Verdad” (cf. 2 Tes. 2,
10), reza su epitafio.
*
* *
A menudo el Padre Julio repetía, como dijimos:
“en la doctrina, hay que seguir al Papa; en la vida, a los santos”; luego de
leer algunos pormenores de su vida, creemos que a esa cita le faltaba algo pues
hoy sabemos que también en la doctrina, podemos seguir a Meinvielle y en su
camino de santidad también.
P. Javier Olivera Ravasi, SE
[1] Palabras de un feligrés, en Carlos M.
Buela, Padre Julio Meinvielle, Ediciones del Verbo Encarnado, San Rafael 1993,
65.
[2] Cfr.
Arturo Ruiz Freites, Padre Julio Meinvielle (1905-1973) Notas biográficas,
Publicado en Diálogo, San Rafael (Argentina), nn. 42 y 43, julio y diciembre
2006 (edic. del Verbo Encarnado).
[3]
Datos escuetos en la solapa de Crítica de la concepción de Maritain
sobre la persona humana, Ed. Epheta, Bs.As 1993.
[4]
Alberto Buela, “Un juicio sobre Meinvielle”, en http://www.padrebuela.com.ar/pag_res.asp?id=189.
[5]
Carlos Sacheri, “R. P. Julio Meinvielle”, en Carlos M. Buela, op. cit.,
62.
[6] Para mayor abundamiento véase www.juliomeinvielle.org donde se encuentra
gran parte de su obra.
[7] Carlos M. Buela, op. cit., 9.
[8] Ibídem, 10.
[9] Ídem.
[10] Ibídem, 10.
[11] Ibídem, 19-20.
[12] Ibídem, 8.
[13] Ibídem, 11-12.
[14] Ibídem, 26.
[15] Artículo de Carlos Buela, Hombre metódico,
en www.padrebuela.com.ar.
[16] Carlos M. Buela, Padre Julio Meinvielle,
15.
[17] Ibídem, 34.
[18] Ibídem, Esta anécdota referida por el P.
Buela al vicario de Meinvielle, el P. Ganchegui, creo habérsela escuchado a
aquél mismo pero referida a Meinvielle.
[19] Entrevista propia mantenida con Enrique
Díaz Araujo, el 22-10-2011.
[20] Ef 5, 15-16 “mirad atentamente cómo vivís;
que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo
presente”.
[21] Cfr. Carlos M. Buela, op. cit., 16-17.
[22] Dice Hugo Wast que si el que tiene
vocación de escritor escribiese al menos 3 páginas por día, todos los años
publicaría un libro…
[23] Carlos M. Buela, op. cit., 14.
[24] Ibídem, 35. Se trata del Prólogo de
Meinvielle al libro de Piere Virion, La masonería en la Iglesia.
[25] Julio Meinvielle, De la Cábala al
Progresismo, Epheta, Bs.As. 1994, epílogo. Cursivas y negritas nuestras
[26] Carlos M. Buela, op. cit., 26-29
(extracto).
[27] Aristóteles, El arte de la retórica,
Eudeba, Bs.As. 1966, L. III, c. 2, 377.
[28] Cfr. Carlos M. Buela, op. cit., 14.
[29] Ibídem, 12-13.