la corriente contracultural
Por Alberto Asseff
La Prensa,
24.09.2023
Este proceso
electoral teñido por el desencanto y, peor, de falta de esperanza en buena
parte de la sociedad, tiene una peculiaridad positiva: la crisis está explícita,
se la sufre ahora, nos perturba ya mismo.
En 1999 y en 2015
Menem y Cristina Fernández lograron ocultar la bomba –y la mecha corta que
tenía– de modo que el inexorable estallido fuera responsabilidad de sus
respectivos sucesores.
Esa fue la causa esencial
–además de las indiscutibles chapucerías de los sectores republicanos, que
indulgentemente llamaríamos errores no deseados- del retorno del populismo en
2003 y en 2019. Regresos que sin duda contribuyeron decisivamente para que
muchísimos compatriotas llegasen a la conclusión que el corsi y ricorsi es
prueba de que “a esto no lo arregla nadie”.
El mal que
padecemos no es económico. La economía debilitada, literalmente maltrecha, es
la consecuencia. El problema, sin duda colosal, es moral. Es el derrumbe de los
valores. Es tan aguda la patología que no es una cuestión de inmoralidad, sino
de amoralidad. Inmoralidad supone que se conoce la axiología, pero se la ignora
en los hechos. Amoralidad es, en cambio, terrible: lisa y llanamente se ha
perdido la noción misma de los valores.
Es cuando rige a
pleno Cambalache, escrito hace un siglo, nefandamente premonitorio. Ese tango
podría denominarse Todo es igual. El bien y el mal, juntos e indiferenciados,
dando lo mismo el uno o el otro. La vagancia igualada al trabajo, la molicie
asimilada al mérito, la desidia equiparada al esfuerzo, el interés personal
reinando sobre el general.
En última
instancia, este trastrocamiento y desplome de los valores –que para colmo son
intangibles, invisibles en una primera panóptica– impacta en nuestra alicaída y
desacreditada política. Esto completa el cuadro sombrío.
En efecto, la
solución la puede y debe brindar la política, igual que a un enfermo sólo está
en aptitud de sanarlo la medicina. Pero, ¿cómo podría una herramienta
oxidada como lo es la política actual de nuestro país ser efectiva para
acometer tamaña faena como lo es reorganizar un inmenso país como el nuestro?
Ineluctablemente la política necesita del auxilio social.
La conclusión es
categórica: en el contexto de nuestra realidad la política que se proponga
revertir la decadencia requiere del ministerio social-no obviamente el de
Desarrollo Social y Humano, un rotundo y costosísimo fracaso nacional. Esa
ayuda deberá darla la sociedad a través de sus organizaciones más o menos
espontáneas, de su voluntariado, de su compromiso, de su participación.
Parece
definitivamente cierto que la crisis profunda trae consigo sus panecillos, sus
soluciones. Esta descomunal crisis argentina está exhibiendo una reacción
contracultural. La última manifestación se dio en estos días en la plaza
central de la querida ciudad de Bahía Blanca, con Los padres por la educación,
bajo el lema Ni un solo día más de clase perdido.
Está claro que los
ingresos personales y familiares deben crecer. Por supuesto que no
nominalmente, sino en poder adquisitivo. Pero no menos cierto es que para que
ello acaezca es menester mejorar sustancialmente la educación hasta rangos de
cuasi excelencia para la mayor parte, inmediatamente posible, de nuestra
población en edad escolar.
Ese empoderamiento
de cada uno y de todos nos hará libres, emprendedores, capaces de obtener de
nuestra labor lo que la cultura imperante pretende que debe venir de la mano
del Estado. Quieren que comamos de las palmas estatales y aspiran a igualarnos
en una nefasta categoría de todos pobres y, de paso, todos sometidos
electoralmente.
Aunque suene
absurdo luego de 213 años de ser un país independiente, seguimos oyendo que
pujan dos modelos de Argentina. Es verdad, hay dos formatos, el del Estado
sobredimensionado, cada vez más grande y simultáneamente más parasitario, con
trece provincias adelantadas en esa dirección que lleva al abismo, con más
empleo público que privado.
Son precisamente
–¡qué paradoja!- las del partido nacido en 1945 para reivindicar al trabajo,
devenido ochenta años después en el sector abanderado de la ayuda social y de
la igualdad para abajo. El otro paradigma es el del mérito, el esfuerzo y sobre
todo la educación y el trabajo. Y de la libertad, claro.
Dice el poeta que
la noche es más oscura cuando se acerca el amanecer. Pues, esa luz se atisba en
la corriente social contracultural que desde el llano le está señalando a la
cumbre dirigencial que va enllegando la hora de una mutación tan honda como
políticamente bisagra entre la Argentina larga y penosamente declinante y la
que retoma el rumbo de la prosperidad.
Cabe ser
recurrente, no habrá un derrotero próspero sin una restauración moral básica.
El cimiento de la recuperación no es de cal, arena y los elementos que
requieren levantar una construcción, El fundamento es moral. Lo encontraremos
al amparo de la corriente contracultural que cada día es más caudalosa en
nuestro país. Ella es la gran esperanza.