Buenos Aires, 28
de octubre de 2023
Querido Mario
(Caponnetto):
Muchas gracias por
tu correo, por tu caridad y tu prudencia en las palabras.
El texto que
publiqué con fuentes viene a colación de un pequeño manual de ideologías que
estoy escribiendo (algo así como “ideologías para bárbaros”) donde, entre
otras, también estará presente, como debe ser, el liberalismo en sus diversos
grados (lo más difícil, como te imaginarás, es resumir estos temas para la gente
joven).
A partir de la
coyuntura política de nuestro país (las elecciones de Noviembre de 2023, en la
que se enfrenta el kirchnerismo y el liberalismo/libertario), efectivamente, me
pareció conveniente y prudente publicarlo, sobre todo cuando comencé a leer que
algunos hasta negaban su autenticidad (“no puede ser de San Pío X…”- decían).
Como bien sabes,
sigo las nociones de filosofía práctica que me enseñaron mis padres (el mío
hasta fue dirigente político y yo mismo llegué a ser candidato a diputado
provincial en mi juventud), el querido Octavio Sequeiros, Díaz Araujo y, a
partir de ellos las de Maurras, el Padre Julio Meinvielle y los hermanos
Irazusta, entre otros. Vos, en cambio, con otros grandes y entrañables amigos,
la que predicara el mártir Jordán Bruno Genta que ayer mismo recordábamos en un
nuevo aniversario de su martirio (aún no reconocido por la jerarquía
eclesiástica, lamentablemente).
Entiendo tus
diferencias pero no las comparto. Y no las comparto porque, por un lado, creo
que se trata de dos planos del saber distintos: el orden teórico, metafísico,
apodíctico, necesario, que parte de los primeros principios para alcanzar la Verdad, y el
orden práctico, moral, que en la especie política, obra sobre lo contingente,
lo irrepetible y lo que, desde la prudencia intenta buscar los medios para
lograr el fin que no es otro que el Bien Común político.
Pero por el otro,
tampoco las comparto por las probables consecuencias de esas acciones
prudenciales. Me explico: creo que la prédica contra la democracia moderna de
cierta parte del nacionalismo católico argentino (y subrayo “cierta parte”) ha
logrado no sólo un abstencionismo partidocrático (totalmente lícito, por
cierto) sino también, y sin buscarlo, un cierto “celo amargo” entre algunos jóvenes
que creen que sólo resta esperar el martirio o la parusía, sin intentar hacer
algo en pos de la cosa pública (para no decir “re-pública” y recordar a
Anzoátegui). Y esto, aún cuando algunos tuvieran vocación y talento para ello.
Yo opino con
Maurras que la cuestión política debe ser, cronológicamente y siempre, anterior
no a los principios (claro está) sino al mismo desarrollo de la realidad
(“politique d’abord”). De lo contrario, ¿de qué nos serviría una restauración
católica en lo individual, una restauración de los primeros principios en
nuestros estudiantes si el país continuara siendo vasallo de los imperios y
sometido a las agendas globalistas? La primera de las libertades del hombre es
la independencia de su Patria y, junto con ella, la restauración de los
principios; no una cosa sin la otra. No aut… aut, sino et…et.
Respecto a la
reiterada lucha contra la forma de gobierno democrática que algunos han tomado,
sólo diré que yo participo de la visión irazustiana (y católica, creo) de la
relatividad de esas formas, según la cual nacen de una empresa de gobierno bien
lograda (situación que no ha ocurrido todavía entre nosotros, por cierto).
Son esas formas de
gobierno relativas las que permitieron a lo largo de la historia que algunos
cristianos fuesen consejeros de emperadores politeístas o que ciertos pueblos
bárbaros fuesen conquistados para Cristo, aún en situaciones doctrinalmente
desfavorables: San Remigio no buscó que Clodoveo fuera “primero” un católico
ortodoxo y excelente en su doctrina para, recién luego, presentarle a Santa
Clotilde, sino que hizo de Celestino entre un pagano que adoraba a las ranas y
una princesa cristiana para que, con el tiempo, se formara el primer reino
católico de occidente. Así, de la mano de la cosa pública, iría la restauración
de la cultura greco-romana y la instauración de la única religión verdadera.
En cuanto a mí, al
escribir intento ajustarme siempre a la virtud de la Veracidad, y al obrar u
opinar en política, a la de la Prudencia; y en todo, con Caridad. Tratando de
no disparar nunca “hacia la derecha” ni de criticar a quien intenta hacer algo
si no hay necesidad. Sino al contrario: intentando hacer apostolado con quienes
aún no son “propia tropa” pero que, con poco esfuerzo, paciencia y caridad,
Dios termina obrando en ellos la conversión. Me sobran los ejemplos. Es claro
que en estos temas, siempre se corren riesgos, pero son los propios de quien se
mueve sin certezas en los resultados.
Porque es muy
cierto que alguien tiene que decir la Verdad públicamente pero también alguien
tiene que hacer Bien en el orden práctico según nos lo permita el Buen Dios
y conforme la vocación de cada cual.
En fin, se trata
de ópticas diferentes que no tienen por qué empañar nuestra amistad. Lo cierto
es que, hasta la actualidad, no creo haberme desviado aún de mi camino que, si
bien no todos compartirán, creo que es el que debo seguir en conciencia.
En cuanto a mí,
espero nunca vacilar en apoyar a todo aquel que haga algo en pos de la Patria y
de la verdadera Fe o, en su defecto, a quienes -sin que se nos pida la
claudicación en los principios ni acallar la voz ante las legítimas
diferencias- intenten hacer mermar en algo el mal que por todos lados se
cierne, hasta tanto llegue (o logremos formar) un caudillo católico para
restaurar el orden social cristiano; y todo eso, aun a riesgo de equivocarme
muchas veces, como es propio de los enemigos de “la inacción que es la
cordura”, según decía el agnóstico Borges.
Un gran abrazo en
Cristo y la Patria y sigamos manteniendo la sentencia escolástica que siempre
te ha caracterizado: in dulcedine societatis quaerere veritatem (“en la dulzura
de la amistad buscar la verdad”).
Un abrazo
P. Javier