Javier Boher
Alfil, 22 DE ENERO
DE 2024
El poder es un
factor ordenador de las relaciones sociales, donde quienes los detentan
establecen de qué y cómo se habla, mientras el resto solamente puede buscar
estrategias de subversión del poder. Así, en general los gobiernos están
ordenados y encolumnados detrás de un liderazgo o una idea fuerza, mientras que
los opositores deben luchar contra la desorganización.
Durante mucho
tiempo el peronismo supo estar ordenado más allá del gobierno. Si ejercer los
resortes del Estado le daba recursos para financiar su política, perder ese
control le daba un incentivo para recuperarlo cuanto antes. Su verticalismo era
un activo que servía al fin de plantar una organización fuerte frente a gobiernos
con tensiones internas, una organización más allá del ejercicio formal del
poder.
Eso parece haberse
diluido. El sectarismo kirchnerista desarmó al peronismo, que está desperdigado
como los pueblos latinos: todos hablan más o menos la misma lengua, pero no
pueden entenderse.
Así, el
oficialismo nacional está logrando arrastrar a todos en su agenda, algo que
todavía no sabemos si es por pericia o por imprudencia. En cualquiera de los
dos casos, el peronismo se embarca en las discusiones que proponen los libertarios,
manteniendo siempre vivo el recuerdo de por qué la gente votó en contra de su
candidato.
Muchas de las
decisiones que ha tomado el gobierno de Milei son antipáticas, especialmente
aquellas que han impactado negativamente en el bolsillo de la gente. Sin
embargo, hay muchas otras que -incluso sin haberse convertido en medidas
concretas y aún viviendo en el terreno de las discusiones- exponen de qué se
trata la red de privilegios que otorgaba el régimen anterior.
La estrategia
recuerda bastante a la de Néstor Kirchner: el nuevo gobierno, con pocos votos,
busca legitimidad peleándose con todos aquellos que aparecen a los ojos de los
ciudadanos como responsables de la crisis actual. Hace más de una década,
hablando con un amigo kirchnerista, me dijo porqué estaba embelesado por la
figura del estrábico ex presidente: "el tipo llegó y se peleó con todo lo
que me había molestado siempre: los milicos, los curas y Clarín".
Para los
milevitas, hoy en ese lugar están los artistas, los investigadores y algunos
grupos más, como sindicalistas, organizaciones de ddhh, grupos de piqueteros,
ambientalistas o feministas. No importa cuántos frentes abra Milei, en todos
pareciera tener algo por ganar, en la medida en la que cada ataque se presente
tan focalizado y no susceptible de convertirse en un factor de organización
transversal de la oposición. Esto no quiere decir que no puedan aparecer
incentivos para la cooperación opositora, pero es difícil ver cómo la CGT, los
artistas y los intelectuales pueden congeniar para alinearse detrás de una
causa específica común.
Junto a esta
estrategia de dispersión opositora hay otra estrategia de generación de
gobernabilidad. Baglini mediante, el gobierno libertario se va nutriendo de
viejas y conocidas figuras del justicialismo, que van aportando la estructura
ósea a un proyecto político que nació prematuramente. Esto, sin embargo, abre
interrogantes sobre cuánto quedará de libertarianismo para cuando finalmente se
complete el proceso.
Hasta ahora todo
parece marchar ordenado por pasiones que emanan del recuerdo fresco del
kirchnerismo, pero es imposible saber por cuánto tiempo esa estrategia seguirá
siendo útil. La fragmentación del poder es tan alta que cualquiera puede
conseguir el apoyo necesario para desafiar al gobierno del libertario, que
todavía puede explotar la centralidad organizadora que implica ejercer el
gobierno, lo que puede cambiar en cualquier momento si no empieza a mostrar
logros concretos que vayan más allá de la pelea simbólica contra las comedias
románticas de Adrián Suar.