POR HUGO ESTEVA
La Prensa,
22.04.2024
El reciente acto
en el Senado recordando la gesta ha sido de una calidad y una justicia que
parecían definitivamente dejadas de lado en el mundo oficial.
Los días de abril
y mayo son, desde 1982, de reflexión patriótica a partir de la Guerra de
Malvinas. Porque, fuera del reconocimiento de errores y engaños, el recuerdo de
dos meses de profundo reencuentro de los argentinos ha dejado una huella que no
se borra. Al contrario, y el reciente Gobierno ha acertado en subrayarlo aunque
todavía no esté claro qué rumbo va a tomar en sus manos nuestro más que justo
reclamo por las islas del Atlántico Sur.
Pero, ¿cómo no
evocar con emoción aquel inesperado cartel que ingresó a la Plaza de Mayo
transportado por cientos de compatriotas de ojos rasgados que proclamaba ‘caras
japonesas, corazones argentinos’? O el patriótico afán (del que fui testigo) de
otros de origen judío que afirmaban que uno de nuestros héroes aeronáuticos lo
era también para acercarnos más aunque después el mencionado piloto no lo
fuera.
El amor a la
patria también tiene “razones que la razón no conoce” y, a pesar de la bajeza
de la desmalvinización que propulsó el alfonsinismo y la sujeción menemista firmada
en Madrid, hoy la juventud argentina levanta la bandera de nuestras islas
irredentas sin dudar de hasta qué punto nos pertenecen.
En ese sentido, el
reciente acto en el Senado recordando la gesta y devolviendo el lugar que le
correponde a las Fuerzas Armadas ha sido de una calidad y una justicia que
parecían definitivamente dejadas de lado en el mundo oficial. Homenaje justo a
pesar del paralelo e incomprensible elogio del Presidente a Margaret Thatcher,
la enemiga profunda de nuestra patria.
HEROISMO
PATRIÓTICO
Esa
reivindicación, y la de quienes lucharon noblemente contra la subversión
marxista y extranjerizante cuya influencia cultural todavía sufrimos, deben
profundizarse y superar el mero nivel de las palabras para que la nación se
enderece. Una nación no tiene nada qué ganar enredándose en conflictos
internacionales ajenos, en nombre de coincidencias principalmente económicas.
Pero, por lo
demás, no habrá revaloración verdadera del heroísmo patriótico que deberá
inflamar a quienes nos sucedan si queremos que la Argentina se alce firme en su
base si no se señala con claridad a los traidores que levantaron y levantan con
mentira las banderas que no fueron capaces de defender entonces. Así hemos
vivido los años del kirchnerismo destinados a la entrega cultural de la patria,
paralela al enriquecimiento fraudulento de unos cuantos.
Hubo entonces
civiles y militares traidores. Pero es importante recordar en especial un
ejemplo profundo de hipocresía, una flagrante mentira disfrazada después de
malvinera, envuelta en falsa brisa del Sur.
Me refiero a la
protagonizada por la ex presidente y ex vicepresidente de la República Cristina
Kirchner que, en una declaración periodística que seguramente hoy debe querer
olvidar, contó que el 14 de junio de 1982 ella estuvo en la Plaza de Mayo para
pedir la destitución del Gobierno que acababa de ser derrotado en las islas.
Porque, en efecto, mientras la mayor parte de un grupo de ciudadanos se reunió
espontáneamente frente a la Casa de Gobierno para intentar la resistencia, ella
formó parte de otro bullanguero que -a la altura del monumento a Belgrano-
pedía la inmediata renuncia de quienes habían llevado adelante la guerra justa.
¿Quién inspiraba a
esos tempraneros protestantes? ¿Qué hacía ese día en Buenos Aires una señora de
Santa Cruz que hubiera debido estar cuidando a sus hijos en un sitio de
particular peligro bélico? Difícil saberlo.
Lo cierto es que
la encontramos en un grupo que esquivaba la suerte patriótica desde el primer
minuto. ¿Qué habría podido sorprendernos después?
Más allá de toda
esa hipocresía, disimulen o no los mentirosos de ayer, la causa Malvinas será
siempre una esperanzadora prueba de cómo el pueblo argentino es capaz de unirse
con firmeza en torno a la verdad.