POR BERNARDINO
MONTEJANO
La Prensa,
25.08.2024
Semanas atrás
tuvimos en el Instituto de Filosofía Práctica una Santa Misa, oficiada por un
sacerdote cuyo nombre omitimos para protegerlo de sanciones cuerveras, en
memoria del P. Julio Meinvielle, en otro aniversario de su muerte.
En recuerdo del
padre Meinvielle hablaremos, con la cabeza y el corazón y, desde aquí, en
primera persona.
En el año 1933 fue
designado párroco de Nuestra Señora de la Salud, en el barrio de Versalles;
edificó la iglesia parroquial, una catedral, según el cardenal Copello, y fundó
el Ateneo Popular de Versalles que presidió hasta su muerte; fundó la Unión de
Scouts Católicos Argentinos; promovió los campamentos juveniles parroquiales;
participó en la pastoral jocista, pero en 1951 fue alejado de la parroquia por
sus manifestaciones públicas contra el peronismo gobernante. Tal vez la medida
fue providencial porque le permitió desde entonces redoblar su labor de gran
formador de las inteligencias.
No recuerdo cuándo
ni dónde conocí al insigne sacerdote, pero cuando tuve el honor de presentarlo
en el Colegio Manuel Belgrano para su conferencia “Desviaciones modernas de los
católicos”, organizada por el Centro de Estudios de Belgrano, el 30 de octubre
de 1959, hacía rato que lo frecuentaba.
Recuerdo que llegó
y partió acompañado por un gran dominico, fray Mario Agustín Pinto, quien con
su amigo fray Antonio García Vieyra formaron un dúo que honró a la orden.
Recuerdo un breve diálogo entre ellos al irse respecto al bonachón capellán del
Colegio. Meinvielle: “¿Qué piensa el Padre X?” Pinto:” Antes hay que saber si
piensa”.
Para homenajear al
invitado se formó una Comisión de Recepción, integrada entre otros por amigos
muy queridos, como Alberto Arcapalo, Juan Carlos Jesús Cardinali, Julio Carrera
Pereyra, Tomás Cavanagh, Carlos Díaz Vélez, Fernando García Morillo, Rodolfo
Marré, Néstor Noacco, Enrique Podestá, Enrique Quián Tizón, Carlos Scoccimarro,
Marcelo Soldano, Agustín Villar y hasta mi hermano. hoy Pbro. Fernando
Montejano, ordenado por monseñor Adolfo Tortolo para la diócesis de Paraná,
donde reside desde entonces.
DISCIPULOS
Meinvielle tuvo
muchos discípulos, algunos lo traicionaron, otros fuimos fieles a su
pensamiento y a su memoria muy querida. Entre sus seguidores se destacaban
en especial dos: Carlos Sacheri y Jorge Labanca, el filósofo tomista y la
esperanza política respectivamente. Pero el primero cayó vilmente asesinado y
el segundo hoy está fuera del combate.
También murió
junto con su mujer, un importante discípulo de Meinvielle y asiduo colaborador
de Presencia, Carlos Alberto Quinterno, autor de un libro muy interesante
Militares y populismo: la crisis argentina desde 1966 hasta 1976. Poco antes de
su trágica muerte me lo envió de regalo por medio de una de sus hijas, que era
alumna con una sentida dedicatoria: “Al Dr. B. Montejano con especial estima
por su obra, 29/11/1979 C.A. Quinterno”. Hoy, en Argentina tan ingrata, este
discípulo está totalmente olvidado.
El P. Julio Ramón
Meinvielle fue un teólogo y filósofo de nota, pero ante todo fue sacerdote de
Jesucristo.
Meinvielle tuvo
una cabeza bien ordenada y un extraordinario poder de síntesis: un ejemplo de
ello lo tenemos en sus palabras acerca del Santo Sacrificio del altar: “El
sacerdote, instrumento de Cristo… al ofrecer la Misa, la ofrece por los fines
para los cuales nos dirigimos a Dios: en primer lugar, para adorar a Dios, fin
latréutico; en segundo lugar, para dar gracias a Dios por los beneficios que
nos ha dado, fin eucarístico; en tercer lugar, para pedirle perdón por nuestros
pecados, fin expiatorio y luego, para pedirle a Dios las gracias que
necesitamos, o sea, el fin impetratorio”.
Su sacerdocio fue
vivido con una teología estudiada y meditada, fundada en su raíz: la fe. Un
sacerdocio dado para los demás, con una caridad jamás divorciada de la verdad.
Un sacerdocio marcado por una acendrada devoción a la Virgen, cuyo Rosario
desgranaba en su casa y fuera de ella, en la calle, en los colectivos, en los
subtes…
EL HOMENAJE
En el entierro de
Meinvielle, uno de los que habló, fue tal vez el mayor de sus discípulos,
Carlos Sacheri, asesinado cuando era subdirector del Instituto de Filosofía
Práctica. Y en esa ocasión dijo: “En la vida de los pueblos, como en la
historia de la Iglesia, surgen de vez en cuando algunas figuras excepcionales,
que jalonan con su personalidad y con su obra, el invisible itinerario de esas
naciones hacia su destino histórico. Uno de ellos ha sido el padre Meinvielle”.
“Filósofo y
teólogo cristiano tuvo pasión por la verdad y como tarea profundizarla y
difundirla. Fue un intelectual combatiente y enfrentó a Maritain, Teilhard de
Chardin, Kúng, Rahner y otros, como al nacionalismo marxista, a la teología de
la liberación y al progresismo cristiano”.
“Como teólogo de
la Cristiandad advirtió desde el principio que quien no contribuye a restaurarla,
trabaja para su demolición”.
Concluía nuestro
mártir sus palabras. señalando que nuestra Iglesia y nuestra Patria “necesitan
que la obra del Padre se prolongue a través de los discípulos que formó. La
tarea es ardua en estos tiempos en los que abundan las defecciones de todo
tipo”.
El Instituto de
Filosofía Práctica, conservador de la biblioteca de Meinvielle, que lleva su
nombre, con sus cincuenta años de fiel discipulado, acredita que la obra del
recordado sacerdote continúa viva.