para opositores
Eduardo Fidanza
Perfil, 21-9-24
La discusión sobre
la democracia empezó antes del cristianismo y no parece que fuera a concluir, o
concluirá si el sistema se convierte en un trasto de la historia, lo que es una
amenaza real en esta época. De ese debate nos interesa un aspecto: la
contraposición entre la democracia normativa y la democracia efectiva. Dos
versiones conceptualmente enfrentadas. Subyace a ese conflicto el modo en que
se concibe la política, que constituye su herramienta. Platón y Maquiavelo
permiten ver, con simplicidad pedagógica, la distancia entre estas
concepciones: el griego pugnaba por un gobierno de los sabios; el florentino
enseñaba a príncipes astutos la despiadada naturaleza del poder. Considerando
esa polémica, interesa enfocar a la oposición en un momento de anomia ante el
fenómeno novedoso y disruptivo de los libertarios.
La cuestión
pragmática es qué debe hacer para recuperar el gobierno. Buscando resolver ese
enigma, Platón servirá menos que Maquiavelo. El realismo político, que trata
con crudeza sobre la lucha por la hegemonía, tal vez posea la clave que
aproxime la solución al problema de los opositores. Una premisa es que ante la
mala fortuna debe adecuarse la conducta al tiempo histórico; frente a la
adversidad, enseña Maquiavelo, “es dichoso aquel cuyo modo de proceder se halla
en armonía con las circunstancias, y es desgraciado aquel cuya conducta está en
discordancia con los tiempos”.
¿Cuáles son los
rasgos de la política en este tiempo? Abstrayendo, elegiremos dos: la imagen
seductora y la polarización. O, en otras palabras, el carisma y la grieta.
Constituyen los medios indispensables para conquistar el poder. Ambos
pertenecen a la cantera de la irracionalidad, los sustentan la fe ciega y una
agresividad que la retroalimenta. Es una reedición, en clave religiosa, del
combate entre justos y réprobos, la convicción de que existen el bien y el mal
irreductibles y que, según procedamos, nos aguarda el cielo o el infierno.
¿Quién nos salva de la desgracia? El redentor carismático, que les declara la
guerra a los impíos y promete la liberación. La ultraderecha es la que
interpreta mejor esta sociodicea hoy en Occidente. Protagoniza una saga que
está matando a la democracia liberal.
La lógica de esta
se asienta, según sus fundadores, sobre la división de poderes y la
deliberación razonable entre iguales, que buscan la equidad para resolver los
diferendos. Los medios son adecuados a los fines y la transparencia de los
procedimientos resguarda la calidad institucional. El realismo político
invalidó, hasta cierto punto, estos ideales, al recordar los rigores de la
dominación, el papel determinante de las pasiones, el inevitable recurso a la
violencia, la opacidad de la administración, la existencia estructural de las
élites. Con eso mostró que la vocación por el poder en democracia no podía
eludir el mal. El “pacto con los poderes diabólicos”, que Max Weber vinculó a
la política, trata en cierta forma de eso.
El realismo viene
a decir algo que suena escandaloso: en la lucha perpetua entre el bien y el mal
no hay que ser ingenuo, porque no siempre del bien se deriva el bien y del mal
surge el mal. ¿Hicieron el bien Rodríguez Larreta y Bullrich disputando una
interna para determinar quién sería el candidato a presidente de la oposición?
Aparentemente tuvieron buenas intenciones, usaron un recurso legítimo para
dirimir al más apto; sin embargo, el daño ocasionado a la coalición a la que
pertenecían, debido a lo largo e impiadoso de la competencia, fue una de las
principales razones de la derrota. Lo que era el bien terminó produciendo el
mal. A la inversa, el extremismo de Milei, que es algo malo, produjo, para él y
los millones que lo votaron, el bien; ganó las elecciones y domina la escena,
con chances de consolidarse en los próximos años.
Si acepta las
reglas que impone la historia, la oposición deberá superar al menos dos
desafíos para regresar al poder. El primero es poseer líderes seductores que
penetren en los sentimientos del votante, que lo conmuevan con magnetismo
emocional, que sean capaces de colar consignas banales y pegadizas en TikTok e
Instagram, porque antes de los votos vienen los likes. El segundo desafío es
polarizar, organizar a los desilusionados detrás de un significante vacío
absolutamente contradictorio con el adversario, que, si resultara inevitable,
será convertido en enemigo. El trago amargo de la razón populista es ineludible
para la oposición. Eso significa que no podrá esquivar el trato con el mal,
presentado bajo la forma de lo irracional, el rasgo trágico que,
paradójicamente, la democracia liberal venía a conjurar.
El poder del
periodismo herido
Para polarizar
existe un requisito: superar la fragmentación. Los que polarizan son dos; si
polariza uno contra varios, como ocurre ahora, el indiviso vencerá. ¿Se puede
reunir la oposición en términos electorales? ¿Cómo acercar al peronismo,
derrotado y dividido, a republicanos también vencidos que durante años lo
combatieron? ¿Los dos tercios constituyen una mera contingencia o adelantan una
articulación letal para el oficialismo? ¿Alguna vez sonará el teléfono rojo y
hablarán Cristina y Macri? Se dirá que son aproximaciones inverosímiles, pero
deberían intentarlo. La unidad de la oposición es la clave de su ventura.
Establecer la
división irreconciliable con los libertarios instauraría una verdadera grieta,
un “ellos” y “nosotros” donde no puede haber acuerdo. Significaría el no
rotundo a los que erosionan la democracia y buscan transformar la sociedad, no
la economía, en un mercado, donde desaparezcan la fraternidad y la justicia
social, una ideología que la mitad de los argentinos repudia. Para lograrlo,
los opositores tendrían que convencerse del daño irreparable que los
libertarios puede inferirle a la cultura.
La oposición, sin
embargo, debe adecuarse a la época, como aconsejaba Maquiavelo. Para eso quizá
necesite entender qué termina y qué comienza con los libertarios. Lo que podría
cesar, si se unificara, es la amenaza más grande al liberalismo político en
cuatro décadas, pero lo que ya empezó, y se profundizará cada vez más, es una
sociedad regida por algoritmos polarizadores, ilusiones de libertad, consumo de
imágenes, liderazgos emotivos y rechazo a las élites.
Estos son aspectos
del complejísimo problema que enfrentan los opositores. Para acotarlo, acaso
deban escribir un guion realista que posibilite lo que hoy parece imposible:
recuperar el poder y gobernar bien –porque el buen gobierno existe– después de
haber pactado con la cara oscura de la política.