del 45 aniversario de la visita de la CIDH y
la reaparición de Firmenich
Claudia Peiró
Infobae, 08 Sep,
2024
La misión enviada
por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA llegó a la
Argentina hace 45 años, el 6 de septiembre de 1979, para una misión de
observación sobre la situación de los derechos humanos. Permaneció en el país
hasta el 20 de septiembre. Se entrevistó con familiares de víctimas,
integrantes de asociaciones de derechos humanos y referentes políticos, entre
otros. Luego elaboró un extenso informe en el que además de un panorama general
de la situación, incluía varios casos particulares.
Dicho esto, cabe
señalar que la presencia de la CIDH en el país no frenó la represión ilegal. En
plena misión de “observación” de la OEA, hubo una veintena de desapariciones
forzadas y muertes, algunas de personas muy buscadas por su posición relevante
dentro de las organizaciones guerrilleras.
La causa principal
fue la llamada Contraofensiva Montonera, lanzada por la conducción de esa
organización desde el exterior, partiendo del análisis de que la dictadura
estaba en crisis y que por lo tanto era el momento de pasar de la “Defensiva
Estratégica” a la “Contraofensiva Estratégica” con “la seguridad del éxito”.
Una serie de acciones de agitación y propaganda, alternadas con operaciones
militares de gran espectacularidad, quebrarían el frente militar y le
asegurarían a Montoneros un protagonismo en la siguiente etapa.
Eso explicaba la
presencia en el país de varios cuadros, incluso algunos “históricos”, de la
organización. La mayoría de los grupos que formaron parte de esa contraofensiva
eran integrantes de Montoneros que se encontraban en el exterior, porque habían
sobrevivido a la primera oleada brutal de represión en 1976 y 1977.
En total, las dos
etapas de la Contraofensiva Montonera -una tuvo lugar en 1979, la otra en 1980-
se cobraron la vida de 80 de los 200 cuadros que participaron de ellas.
En los días en que
estuvo en Buenos Aires, del 6 al 20 de septiembre, la delegación de la CIDH
recibía denuncias de los familiares en Avenida de Mayo 760, sede local de la
OEA. En la vereda se formaban largas colas.
Una militante
“histórica” de Montoneros fue secuestrada en esa fila en aquellos días de
septiembre. Se llamaba Adriana Lesgart. El suyo era un apellido emblemático en
la organización. Su hermana, Susana Lesgart, entonces esposa de Fernando Vaca
Narvaja, había sido fusilada en Trelew, junto con otros 15 presos políticos, en
represalia por la fuga de varios jefes guerrilleros.
Adriana Lesgart,
cuyo marido, Héctor Talbot Wright, había sido muerto a tiros por el grupo de
tareas que intentó secuestrarlo, en octubre de 1976, estuvo un tiempo en el
exterior y regresó clandestinamente en 1979, en el marco de la Contraofensiva,
para intentar tomar contacto con los familiares de víctimas de la dictadura que
por entonces ya estaban muy organizados.
¿Qué hacía
Lesgart, que estaba en Argentina con identidad falsa porque era muy buscada por
las fuerzas represivas, entre la gente que hacía cola, a los ojos de todo el
mundo, en plena Avenida de Mayo? La organización consideró que debía ir a dar
su testimonio, quizás evaluando que, por estar la CIDH en el país, los
militares no actuarían. Un tipo de análisis temerario habitual por parte de la
conducción montonera en lo que hacía a la seguridad de sus cuadros.
Casi todas las
personas secuestradas o muertas en los días en que estuvo la CIDH en el país
-unos 20- eran integrantes de la organización Montoneros que habían ingresado
al país en el marco de la Contraofensiva. Entre ellos, otro histórico de la
organización, Armando Croatto, que había sido diputado nacional por el Frejuli
en 1973, y Horacio Mendizábal, integrante de la conducción de Montoneros. Ambos
fueron abatidos en un enfrentamiento.
Cabe aclarar que
para el momento de la llegada de la CIDH -septiembre de 1979- la dictadura ya
había desarticulado a casi todas las agrupaciones políticas de base, como las
comisiones de delegados de fábricas, y había aniquilado lo grueso de las
organizaciones guerrilleras. La CIDH dijo en su informe que la intensidad de la
represión había disminuido; ya no quedaban casi activistas sindicales o
políticos que secuestrar.
Pero surgió
entonces la Contraofensiva. Cuadros sobrevivientes de Montoneros fueron
reclutados para esa operación. La conducción guerrillera persistió en el diseño
de operaciones tan insensatas como funcionales al régimen. Éste no dejó pasar
la ocasión de seguir masacrando sin piedad a todos los militantes así
sacrificados.
Sobre la base de
una evaluación distorsiva y delirante de la etapa, Montoneros lanzó una
Contraofensiva, en dos oleadas, ambas con el mismo fracaso estrepitoso y
costosísimo en vidas humanas.
Las desapariciones
ocurridas durante la Contraofensiva fueron juzgadas. No existe en cambio una
reflexión seria e intelectualmente honesta sobre las desviaciones y graves
errores -por decirlo suavemente- que llevaron a esa inmolación colectiva.
No sólo eso. Recientemente
asistimos a intentos de justificación de la Contraofensiva con el argumento de
que fue una experiencia estigmatizada. Se pretende exculpar a sus responsables
con el atenuante de que no podían prever los resultados. Esto es falso.
Los jefes montoneros
eran perfectamente conscientes de la derrota que ya les había infligido la
dictadura, del aislamiento político en que habían colocado a su organización
desde el momento en que se enfrentaron a Perón y luego a su viuda y, más grave
todavía, del grado de conocimiento que tenían los servicios de inteligencia del
régimen sobre sus planes.
Un acontecimiento
previo a la Contraofensiva ilustra ampliamente el desprecio de Montoneros por
la seguridad de sus cuadros. La conducción convocó a una reunión semipública en
Madrid a la que asistieron más de 200 exiliados y en la cual se invitó
públicamente a participar de la Contraofensiva. Los interesados debían dejar un
papelito con su nombre en una urna… Cualquiera que tenga una mínima noción de
qué medidas de seguridad debe tomar un clandestino -y basta con leer libros o
mirar películas de espionaje- comprende que esto era suicida. A la dictadura
casi que ni le hacía falta espiar.
Los archivos de la
DIPBA (Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires)
demuestran el alto conocimiento que tenían los militares de los planes de
Montoneros, pero también que la jefatura de la organización guerrillera
desestimó las alertas de seguridad. Por caso, sabían que existía una alta
probabilidad de que los escondites de las armas hubiesen sido detectados pero
aun así enviaron a los militantes a buscarlas. Así se inició una de las cadenas
de caídas.
La Contraofensiva,
y esto es quizá lo más patético, transcurrió en la total ignorancia e
indiferencia de la sociedad argentina. Fue una operación clandestina para sus
supuestos destinatarios -el pueblo- y ampliamente conocida por el enemigo que
se pretendía atacar.
En concreto, la
conducción montonera mandó literalmente al muere a unos 200 militantes, de los
cuales cayeron 80, la mayoría en la frontera, antes siquiera de ingresar al
país, y otros muchos, apenas llegados a Argentina y sin casi haber entrado en
operaciones.
Hoy muchos cuadros
montoneros han encontrado cobijo en las organizaciones de derechos humanos,
donde militan una intransigencia que ha colocado a la Argentina como excepción
nefasta en el concierto de naciones. Mientras que la abrumadora mayoría de
países que han vivido experiencias traumáticas -muchas más graves que la
nuestra-, por represión ilegal, agresión externa, guerra civil, genocidio o
apartheid, han cerrado esas etapas con soluciones jurídico-políticas que
permiten mirar hacia el futuro, nosotros seguimos manteniendo expuestas las
fracturas casi medio siglo después.
Los cultores de
esta política dicen que somos un ejemplo ante el mundo. Es falso. Ningún país
ha seguido nuestro camino. Por el contrario: optan por cicatrizar las heridas y
dejar el pasado atrás, luego de un período -breve- de revisión de lo ocurrido.
Acá, un relato
maniqueo que sólo ve culpables en un sector fogonea un antimilitarismo que ha
llevado a la Argentina a no tener política de Defensa y a prácticamente carecer
de Fuerzas Armadas. En concreto, se ponen las grietas del pasado al servicio de
una política contraria al interés nacional estratégico.
Y, en vez de una
autocrítica por su rol en aquellos años, algunos sobrevivientes de esa
experiencia siguen abonando la división entre los argentinos, ahora por otros
medios.
Hace un par de
años, entrevistado por Tomás Rebord, Fernando Vaca Narvaja dijo que la
contraofensiva había sido un “éxito”. Lo fue, pero para la dictadura militar,
que así vio facilitado el aniquilamiento de lo poco que quedaba de Montoneros.
Ahora, reapareció
Mario Eduardo Firmenich, jefe supérstite de una organización aniquilada,
travestido en sabio que da consejos.
Al amparo de la
impunidad y confiando en que el paso del tiempo borre la memoria de los
argentinos en general, y de los protagonistas y testigos de esa historia en
particular, los jefes montoneros que sobrevivieron al aniquilamiento de casi
toda su tropa ensayan una lavada de cara y una reescritura del pasado que
oculte su responsabilidad política en la muerte inútil y evitable de tantos
jóvenes argentinos.