ya está en carrera
Gustavo González
Presidente y CEO
de Editorial Perfil
Perfil, 20-10-2024
Los opositores que
pronostican un futuro cercano más negro para la Argentina y para este gobierno
se pretenden posicionar para ser ellos los elegidos en el recambio político que
vendría.
Igual sucede con
los opositores que están seguros de que el modelo libertario no funciona, pero
que no creen que la actual crisis socioeconómica lleve a que ese recambio
ocurra antes de tiempo.
Incluso muchos de
los aliados de Javier Milei no dejan de prepararse para un eventual futuro que
los considere como protagonistas, aunque ese futuro no sea cercano.
Es lógico. Sean
opositores duros, moderados u oficialistas, la naturaleza del político es
liderar sus respectivos espacios y, eventualmente, posicionarse como aspirante
a presidir la Nación.
Y es lógico
también que supongan que son capaces de acelerar la historia y de convencer a
la sociedad de actuar en consecuencia. Quizá no sepan que es al revés. Que son
los sectores sociales los que los eligen para usarlos cuando sea necesario. Por
eso, el sucesor de Milei ya está en carrera. Aunque todavía no sepamos quién
es.
Ansiedad
peronista. En las últimas semanas, la ansiedad se apoderó de los dirigentes
peronistas a partir de la renovación de autoridades en el Partido
Justicialista. Forman parte de los opositores más duros que toman nota de la
caída de Milei en las encuestas y le dan más importancia al deterioro de los
índices de consumo y a la recesión que al “veranito financiero” del dólar
calmo.
Axel Kicillof es
la representación bonaerense de ese pensamiento. Comanda la provincia más
poderosa y se considera el candidato natural para encarnar la angustia de los
sectores más dañados y convertirse en el futuro recambio presidencial.
Cristina Kirchner
se autopercibe como la conductora natural de ese espacio y brega para que no se
opaque el poder de la agrupación que conduce su hijo y por mantener una
centralidad obligada por tantos conflictos judiciales. A los 71 años y tras
haber sido dos veces presidenta y una vez vice, su objetivo final no sería el
de volver algún día a la Rosada. Aunque con ella (y en especial con la historia)
nunca se sabe.
En las últimas
semanas, ellos, junto al resto de los referentes peronistas, se muestran
urgidos por resolver pronto quién será la contracara del ajuste de Milei.
No terminan de
decirlo en público, pero lo advierten en privado: piensan que el rechazo social
a los vetos al incremento de jubilaciones y de los fondos universitarios es
solo la punta del iceberg de un malestar generalizado que puede explotar más
temprano que tarde. Si eso ocurre, señalan, quieren que haya un peronista posicionado
para conducir tal malestar.
Está bien que lo
piensen, pero no va a ser ninguno de ellos quien decida quién conducirá a esos
sectores sociales cuando llegue el momento. Es la historia la que siempre mueve
por ellos.
Tres años antes de
ser presidente, Milei era un excéntrico y no tan conocido panelista televisivo,
mientras que su ahora poderosa hermana era una emprendedora de tortas caseras y
tiraba el tarot.
Tres años antes de
convertirse en el máximo líder del país, Juan Perón era uno de los referentes
secundarios del golpe militar de 1943. Tres días antes del 17 de octubre de
1945, estaba preso en Martín García y desde allí le escribía a Evita que quería
abandonar el Ejército, casarse e irse “a vivir en paz a cualquier sitio”.
Tres años antes de
ser presidente, Néstor Kirchner iniciaba su tercera gobernación en Santa Cruz.
Era, probablemente, el menos conocido de los gobernadores. Cinco meses antes de
saber siquiera que participaría de las presidenciales de 2003, el entonces jefe
de Estado, Eduardo Duhalde, le propuso apoyarlo en una candidatura. Lo hizo
recién después de que otros tres políticos rechazaran el ofrecimiento: Solá,
Reutemann y De la Sota.
Incluso, fue el
movimiento de la historia (ese resultado de pujas entre los distintos sectores
sociales nacionales y la respectiva correlación de fuerzas con otros
movimientos económicos internacionales) el que llevó a un presidente como
Carlos Menem a aplicar políticas que jamás había pensado aplicar. Aunque él,
con picardía y para no aparecer improvisado, luego diría que lo tenía todo
planeado y que no lo decía “porque de lo contrario no me hubieran votado”.
Ansiedad
oficialista. No solo en el peronismo abunda la ansiedad por anticiparse al
futuro. Dentro mismo del oficialismo hay alguien que semana a semana da señales
claras de posicionarse como alternativa de poder.
Esta vez, Victoria
Villarruel hizo tres audaces demostraciones de fuerza. El lunes mantuvo una
reunión de una hora con el papa Francisco, con una cordialidad que el Pontífice
nunca le había dedicado a quien lo llamó “enviado del maligno en la Tierra”.
Luego fue a España a darle una distinción a la expresidenta María Estela
Martínez de Perón. Y el emblemático Día de la Lealtad la homenajeó en el
Congreso inaugurando un busto de “Isabelita”: “Hoy se termina la proscripción
impuesta por los mismos que ahora dirigen el partido que lleva su apellido (…)
desoyendo las ideas que alimentaron la doctrina justicialista”. Al final, acusó
a quienes “dejaron a una mujer, cuyo apellido es Perón, a merced del terrorismo
al que combatió, por el gobierno de facto que la encarceló y, finalmente, por
una clase política que la desterró”.
Esta nacionalista
católica, aliada circunstancial de un anarcocapitalista, aparece en todas las
encuestas con mejor imagen que el Presidente. Sabe que solo los unió el espanto
y que los pueden separar las urgencias. Desde hace diez meses sufre desplantes
y paga con la misma moneda, en una construcción explícita de un espacio propio
integrado por el electorado más conservador. Por eso recorre el país y por eso
volvió a enviar mensajes al votante histórico del peronismo no camporista.
Ansiedad social.
Puede que el futuro líder de una nueva mayoría provisoria surja de una de las
figuras conocidas de la oposición o del oficialismo. O puede que, como otros
antes, aparezca un actor hoy secundario para protagonizar un nuevo cambio de
ciclo dentro de tres años o cuando las circunstancias lo requieran.
Pero la verdadera
duda es cuál será el perfil de ese líder en ciernes. Qué tipo de liderazgo irá
a buscar la nueva mayoría social para reemplazar al anterior.
La duda encierra
el interrogante de qué tan bien o tan mal le irá a Milei, qué tan rápido se
sabrá eso y cómo lidiará con ese proceso la ansiedad social.
Porque si “le va
bien”, en el sentido de que al menos un sector relativamente importante de la
población llegara a gozar de algún beneficio y él lograra sustentabilidad
política, entonces el sucesor tardará en aparecer o, cuando lo haga, debería
ser alguien muy parecido a este hombre. Su hermana, por ejemplo.
Y si la situación
social no mejorara o fuera peor, la pregunta es si el sucesor a buscar será un
outsider excéntrico como Milei, pero en sentido ideológico contrario, o si el
fracaso de un líder agresivo e inestable llevará a una nueva mayoría a elegir a
su espejo inverso: un moderado, antigrieta y con perfil de estadista del largo
plazo.
Mientras tanto,
unos y otros juegan con el tigre de la historia como si realmente fueran
capaces de domarlo. Cuando, en el mejor de los casos, lo terminarán corriendo
de atrás, intentado aferrarse a su cola. Como siempre.