reflota viejos y falsos clichés sobre los
Papas, de Pío XII en adelante, incluyendo a Francisco
CLAUDIA PEIRÓ
Infobae, 01 Mar,
2025
El libro Jesus
Wept: Seven Popes and the Battle for the Soul of the Catholic Church (Jesús
lloró: Siete Papas y la batalla por el alma de la Iglesia Católica) es
presentado como un análisis de la evolución del rol de los Papas en el último
siglo, pero antes que nada es una crítica a lo poco que ha evolucionado la
Iglesia según los criterios del autor, que se centra casi exclusivamente en las
cuestiones de moral sexual.
El autor, Philip
Shenon, es un periodista estadounidense que presenta el libro como “una
historia de investigación de la Iglesia Católica Romana moderna” y dice haber
estudiado durante diez años la vida de los últimos Papas. Su tesis es que el
rol de los pontífices ha cobrado relevancia, se ha fortalecido, al punto de ser
casi autócratas -con el mundo entero está pendiente de sus gestos, actos y
pronunciamientos, en especial desde Juan Pablo II y de la mano de la expansión
de los medios audiovisuales-, pero la Iglesia que estos hombres dirigen no ha
evolucionado en lo más mínimo. Esto, dice Shenon, se refleja en el hecho de que
nada ha cambiado en materia de anticoncepción, voto de castidad, ordenación de
mujeres, matrimonio homosexual o aborto; según él es por este mismo motivo que
la Iglesia ha perdido tantos fieles.
En el New York
Times, la escritora Mary Jo McConahay publicó una reseña sobre “Jesús lloró” en
la que ironiza: “Las disputas sobre la homosexualidad, el celibato sacerdotal y
el control de la natalidad aparecen [en el libro] con tanta frecuencia que el
lector podría pensar que el sexo (la palabra o sus derivados están unas 400
veces en 514 páginas de texto) es la principal preocupación de la Iglesia
moderna”.
Poco tiempo
después de asumir, en septiembre de 2013, el papa Francisco dijo que la Iglesia
no podía “seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al
matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos”.
Esto, que
Francisco le reprochaba a la Iglesia, les cabe también a sus críticos, que sólo
prestan atención a las cuestiones de índole sexual, tanto para atribuirle al
catolicismo retraso o rigidez en esta materia, como para medir su grado de
renovación que desde la perspectiva de la ultra corrección política se basa
sólo en estos criterios.
Shenon apela al
recurso populista de contraponer la grey católica -los fieles, “el Pueblo de
Dios”- a un “linaje monárquico de Papas”, una dualidad o polarización que pasa
por alto el hecho de que si esta institución doblemente milenaria ha
sobrevivido y mantiene su influencia es justamente por la conjunción de esos
dos elementos.
El reproche antes
mencionado del papa Francisco fue que no se le prestara suficiente “atención al
anuncio del Evangelio” para pasar “a la catequesis, preferentemente al área
moral, y dentro de la moral se prefiere hablar de la moral sexual: que si esto
se puede, que si aquello no se puede…”
Esta frase fue
celebrada por muchos como expresión de la llegada de vientos “revolucionarios”
al Vaticano. Entonces, cuando al día siguiente el Papa dijo que cada niño
“injustamente condenado al aborto, tiene el rostro del Señor”, los mismos
aplaudidores de la víspera creyeron ver en esto una contradicción.
Como dijo Luke
Coppen, editor del semanario británico Catholic Herald, ciertos gestos
iniciales de apertura llevaron a algunos a esperar “que el Papa dejase de ser
católico”.
En concreto, toda
la perspectiva de Shenon es lo que podríamos llamar progresista y no debe
sorprender: criado en una familia protestante poco practicante de California y
declaradamente agnóstico, integra la amplia corriente de críticos de la
Iglesia, obsesionados “sólo” con el aborto, la contracepción y el celibato
sacerdotal. Es llamativo cómo estas cuestiones parecen molestar más a quienes
no perteneces a la grey católica que a sus integrantes.
Hasta ahí,
podríamos decir que las críticas de Shenon -un no creyente que no se priva de
interpretar a Cristo -”Jesús lloró…”-, aunque poco originales, son un punto de
vista que tiene derecho a expresar. “Seguramente las lágrimas del Salvador
estarían justificadas hoy por las catastróficas fallas de una iglesia que
afirma actuar en su nombre”, escribe Shenon.
El problema n son
sus opiniones sino que se hace eco de las fake news más clásicas, algunas ya
rancias, y hace tiempo desmentidas o claramente expuestas como campañas de
difamación.
Por supuesto que
reivindica el Concilio Vaticano II (1962/65), cuyos alcances “revolucionarios”
exagera, y que, desde su perspectiva, debía reducir la importancia del Papa en
la Iglesia y poner en primer plano a los católicos de a pie. Una simplificación
que no contempla el hecho de que la relevancia de la Iglesia católica y su peso
en el mundo, además de los factores históricos, se debe justamente a la
presencia de una autoridad central y al doble carácter -jefe de la Iglesia y
jefe de Estado- de la cabeza de la institución.
No es original la
perspectiva de Shenon. ¿En qué consiste la novedad de su libro, entonces? Según
la reseña del New Yorker, en “la profundidad de la información” que maneja,
“combinada con la estricta observancia de la cronología en su narrativa” (algo
lógico por ser un libro de historia) “lo que da un nuevo énfasis al material
perdido en el ajetreo del ciclo de noticias.”
Shenon hace
abundante uso de fuentes anónimas. Afirma haber hecho “cientos de entrevistas”
con personas “que se arriesgaron a hablar conmigo... la mayoría con la
condición de que no revelara sus nombres”.
La tesis de Shenon
es que la forma de comportarse de los Papas, ha desviado la atención de asuntos
graves como los abusos sexuales clericales, algo que se contradice con la
amplia y permanente cobertura que han tenido -y siguen teniendo- esos
escándalos que, como en el caso del “yo te creo hermana”, han llevado a pasar
por encima de las garantías individuales ya que en estos casos no suele correr
la presunción de inocencia.
Las denuncias de
abuso -o de encubrimiento- han sido ampliamente usadas como herramientas para
descalificar. El caso más notable, pero no el único, ha sido el del cardenal
George Pell que pasó un año tras las rejas por una falsa denuncia. Y no fue el
único.
Ni hablar de los
estridentes y periódicos anuncios de hallazgos de tumbas de niños en las
cercanías de Iglesias, que luego resultan ser cadáveres de todas las edades,
resultado de que los cementerios se ubicaron por siglos en los predios de las
capillas.
Pero según Shenon
la concentración en torno al espectáculo del papado y sus controversias ha
disimulado la resistencia de la Iglesia al cambio.
Dado que es
cronológico, el libro arranca con el papado de Pío XII, Eugenio Pacelli,
haciéndose eco de la infamia de acusarlo de hacer la vista gorda al Holocausto.
Como no puede negar que el Vaticano salvó a muchos judíos, Shenon le atribuye
el mérito a Angelo Roncalli (el futuro Juan XXIII) y a una monja asistente del
papa Pío XII; no es la versión de Golda Meir ni de otras autoridades judías que
en reiteradas ocasiones agradecieron públicamente al Papa y a la Iglesia por lo
hecho para protegerlos de la persecución. Tampoco es el parecer de las muchas
familias judías que bautizaron Eugenio a sus hijos en honor a Pacelli.
Lo llamativo es
que una investigación de diez años haya pasado por alto que las acusaciones de
complicidad con el nazismo lanzadas contra Pío XII fueron parte de una
conspiración de los regímenes soviéticos en venganza contra el Papa que levantó
una barrera eficaz a a expansión del comunismo en Europa, como lo reveló un
agente de inteligencia rumano, que reveló la autoría de la KGB en esa acción de
propaganda..
Hollywood les ha
hecho creer a las generaciones post Segunda Guerra Mundial que los aliados
entraron a la contienda para salvar a los judíos. Pero, como llegaron bastante
tarde para la faena, ¿qué mejor que buscar un chivo emisario? ¿Y quién es el
ideal? ¡El Papa! ¡La Iglesia católica!
La crítica
principal al papa Pío XII es que no quiso condenar públicamente el conflicto.
Es habitual esto, sobre todo en el progresismo para el cual decir es más
importante que hacer. Rasgándose las vestiduras ex post facto, creen poder
lavar sus conciencias…
Pero ni en eso de
la no condena tienen razón. Diez años de investigación y tantas fuentes
vaticanas no le alcanzaron a Shenon para detectar que la Encíclica Mit
Brennender Sorge (Con ardiente preocupación), fechada en el Vaticano el 14 de
marzo de 1937, firmada por Pío XI, antecesor de Pío XII, y enviada a Alemania
para ser leída en todos los templos católicos el Domingo de Ramos de aquel año,
había sido en realidad redactada por Eugenio Pacelli, que entonces se
desempeñaba como Secretario de Estado vaticano. El documento contenía una dura
condena a los fundamentos de la doctrina nazi.
Shenon tampoco se
ha enterado de que en esos años de preguerra y durante la misma, ningún
gobierno levantó la voz contra la persecución a los judíos.
No lo hizo
Inglaterra, ni Francia, ni los Estados Unidos, todos regímenes que seguramente
Shenon considera mucho más republicanos y democráticos que la “autocracia”
vaticana.
Nadie recrimina a
los Estados con poder de fuego su indiferencia cuando no su complicidad con el
exterminio de los judíos y en cambio todos señalan al Vaticano, cuya autoridad
es de orden espiritual.
El papa Francisco,
que ordenó la apertura de los archivos vaticanos del pontificado de Pío XII,
fue muy duro contra sus críticos: “A veces me da un poco de urticaria
existencial cuando veo que todos se la toman contra la Iglesia y Pío XII, y se
olvidan de las grandes potencias. ¿Sabe usted que conocían perfectamente la red
ferroviaria de los nazis para llevar a los judíos a los campos de
concentración? Tenían las fotos. Pero no bombardearon esas vías de tren. ¿Por
qué?”
¿El Vaticano es el
único Estado que debe dar explicaciones por lo que hizo en la guerra? Olvidan
que a Pío XII, en la inmediata posguerra “se lo veía como el gran defensor de
los judíos”, agregó Bergoglio.
En agosto de 2022,
una nota del semanario israelí en castellano Aurora Israel decía: “Muchos
acusan a Pío XII de colaboracionista o directamente lo llaman el papa nazi.
Pero, ¿qué dijeron Golda Meir, Albert Einstein, Jaim Weizmann, Ytzhak Herzog,
Moshé Sharet, Bernard Henry-Levy y otras personalidades sobre el papa Eugenio
Pacelli?”
Y responde el
mismo medio: “Todas estas personalidades y muchas más dicen que Pío XII, viendo
la imposibilidad de ser útil en una confrontación directa contra Hitler, optó
por dar ayuda en total silencio a los perseguidos por el nazismo. Pío XII
impartió órdenes personalmente a todas las iglesias, conventos, parroquias,
santuarios y seminarios católicos de toda Europa de proteger a todos los judíos
posibles, dándoles asilo, refugio, documentos falsos y toda una batería de
elementos disponibles para evitar las deportaciones a los Campos de Exterminio.
Se calcula que más de 800.000 judíos salvaron sus vidas gracias a la Iglesia
Católica y a Pío XII”.
No hay cliché del
progresismo en el que no incurra Shenon: los teólogos a los que exalta son el
suizo Hans Küng y el jesuita español Pedro Arrupe, ambos en conflicto con la
doctrina oficial, Por si no bastara con eso, reivindica la Teología de la
Liberación y, para exaltarla aún más y negar su afinidad con el marxismo, dice
que uno de sus exponentes fue monseñor Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo
asesinado en El Salvador en 1980. Esto es un flagrante mentira, ya que es de
todos conocido que el religioso salvadoreño jamás comulgó con esa teología.
Ello le confería una autoridad moral y política de la que carecían otras
figuras y por eso lo mataron.
En el esquema de
Shenon, Juan Pablo II y Benedicto XVI fueron dos reaccionarios que se dedicaron
a deshacer lo actuado por el Concilio Vaticano II, y Francisco, que quiere
reanudar con aquello, se ve frenado por los conservadores. Nuevamente, las
reformas que Shenon espera del Papa son el levantamiento de la prohibición del
control de la natalidad, la promoción de mujeres en la curia, etc.
El incansable
peregrinar de los Papas, en especial de Juan Pablo II en adelante, tendiendo
puentes entre culturas y trabajando por la paz y la justicia social, deja
indiferente al autor.
Un cambio
sustantivo para Shenon sería que la Iglesia deje de ser Iglesia. Tal vez se
alegre al saber por ejemplo que algunas congregaciones anglicanas ya consideran
eliminar la palabra “iglesia” de sus denominaciones.
En su reseña, Mary
Jo McConahay formula varias preguntas que resumen la perspectiva de Shenon:
“¿Se describe mejor el carácter y la identidad de la Iglesia Católica
contraponiendo ‘el pueblo de Dios’ a ‘una línea monárquica de Papas’? ¿Se
oponían realmente Juan Pablo II y Benedicto XVI al ‘espíritu del Vaticano II’?
¿Pedro Arrupe, antiguo superior general de los jesuitas, ‘dio la vuelta a la
orden’? ¿Las revelaciones de abusos sexuales por parte de clérigos hicieron que
‘millones’ abandonaran la Iglesia? ¿Ayudó la encíclica Pacem in terris del Papa
Juan XXIII a poner fin a la Guerra Fría?”
En definitiva,
dice Paul Baumann, editor del commonwealmagazine.org, esta “investigación
histórica” o “historia investigativa” como la llama Shenon, es “un refrito
familiar de las batallas entre los llamados reformistas y los llamados
tradicionalistas sobre el legado del Vaticano II”
“Evidentemente,
Shenon también piensa que la gestión de los abusos sexuales por parte de
sacerdotes, obispos y el papado sigue siendo la cuestión que define al
catolicismo”, dice, tema en el que el libro se demora con lujo de detalle.
“Nadie duda de lo odiosos que fueron esos actos ni de lo cobardes y despistados
que resultaron ser a menudo los dirigentes de la Iglesia ante las acusaciones
de abusos -dice Baumann-. Pero ya han pasado más de veinte años desde que los
obispos estadounidenses adoptaron su Carta de Dallas, y hay buenas razones para
creer que los abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes católicos ya no
son la amenaza que fueron, al menos en Estados Unidos. ¿Fue terrible la crisis
de los abusos? Por supuesto que sí. Pero un libro sobre la historia moderna de
la Iglesia católica que sitúa el abuso sexual clerical en su centro y sugiere
que nada importante ha cambiado es anacrónico y engañoso”.
“Como todas las
instituciones humanas, la Iglesia ha fallado frecuentemente -agrega Baumann-.
Pero ella es más que sus fallas, y mucho más que las interminables querellas
sobre el Vaticano II, el papado o la moral sexual. Es primero y principalmente
sobre la creencia de que ‘Cristo ha resucitado’, y que quienes ‘se durmieron en
Cristo’, también resucitarán en una nueva vida”.
“Que el Evangelio
está primero es algo sobre lo cual los papas Francisco y Juan XXIII, los héroes
del libro de Shenon, y los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, sus villanos,
estarían de acuerdo”, concluye.
En 2010, el
todavía cardenal Jorge Bergoglio decía: “La opción básica de la iglesia en la
actualidad no es disminuir o quitar prescripciones o hacer más fácil esto o lo
otro, sino salir a la calle a buscar a la gente, conocer a las personas por su
nombre. Salir a anunciar el Evangelio”.
Algunos
confundieron esta actitud con una suerte de secularización, pero a dos meses de
haberse convertido en Papa, Francisco pidió a los católicos no tener vergüenza
de vivir con “el escándalo de la Cruz”. Jesús no escandalizó por sus obras, sus
palabras o sus milagros, sino porque afirmó ser Hijo de Dios. “Esto es lo que
no se tolera, el demonio no lo tolera”, agregó. “Cuántas veces escuchamos:
‘Sean un poco más normales, no sean tan rígidos, sean razonables’. ‘¡No nos
vengan con que Dios se hizo hombre!’ Podemos hacer todas las obras sociales que
queramos, y dirán: ‘¡Qué bien la Iglesia, qué buena tarea social hace!’ Pero si
decimos que hacemos esto porque estas personas son la carne de Dios, viene el
escándalo”.
Publishers Weekly
elogió el libro por su “prodigiosa investigación”, que dio como resultado un
“retrato ricamente detallado de una institución compleja, jerárquica y secreta
que lidiaba con un mundo en proceso de modernización”.
Una prodigiosa
investigación que no le impide a Shenon repetir la infamia -difundida durante las
gestiones kirchneristas- de que Jorge Bergoglio en los 70 había denunciado a
dos sacerdotes jesuitas que fueron secuestrados por la dictadura. Una calumnia
especialmente perversa ya que fue por la intervención de Bergoglio que ambos
sacerdotes salvaron la vida.
Pero hubo cosas
que sí descubrió Shenon en los diez años que duró su investigación: una, que
“el Nuevo Testamento no dice casi nada sobre el control de la natalidad”, como
le dijo el autor al periodista radial Dave Davies. Lo raro hubiese sido lo
contrario, realmente.
La segunda,
aparece en relación a su crítica del hecho de que por mucho tiempo la Iglesia
seguía usando el latín en las misas, algo que cambiaría recién con el Concilio
Vaticano II. Digamos que el latín no fue una excentricidad de la Iglesia sino
que deriva del hecho de que ésta fue la heredera del Imperio Romano, tras su
disolución. Pero Shenon hace un descubrimiento peculiar: “Algo que aprendí en
el transcurso de todo esto (es que) Jesús no habló a sus discípulos en latín,
sino en arameo, que era similar al hebreo”. Caramba.