Voy, lo mato y vengo
En septiembre último, las autoridades iraquíes responsabilizaron a la compañía Blackwater, especializada en contraterrorismo y combates urbanos, de la muerte de 11 civiles en Bagdad.
Blackwater, según observa el investigador Jeremy Scahill en un libro sobre la compañía, es el ejército de mercenarios más poderoso del mundo, tiene 20 aviones de guerra y más de 20.000 soldados, o empleados, en su plantilla.
Es la otra cara de una guerra dentro de la guerra en la cual los ejércitos privados hacen su negocio en un alarmante limbo legal.
En letra muerta cayó la Convención Internacional de las naciones Unidas contra el reclutamiento, la utilización, la financiación y el entrenamiento de mercenarios, de 1989. El derecho internacional sólo reconoce dos actores en una guerra: los combatientes y los civiles. Los otros, por más que peleen como Rambo y sobrevivan como Terminator, violan la Convención de Ginebra, de 1949. Sus actividades, como “personas reclutadas para un conflicto armado por un país distinto del suyo y motivadas por la ganancia personal”, están prohibidas, en realidad.
La reducción de un tercio del personal militar y los recortes del presupuesto contribuyeron a recurrir a aquello que, según Uesseler, inventó el ex marine británico Tim Spicer, condecorado por la reina por sus proezas en Malvinas, Irlanda del Norte, Chipre y Bosnia.
(Extractado de: La Nación, 23-3-08)
En septiembre último, las autoridades iraquíes responsabilizaron a la compañía Blackwater, especializada en contraterrorismo y combates urbanos, de la muerte de 11 civiles en Bagdad.
Blackwater, según observa el investigador Jeremy Scahill en un libro sobre la compañía, es el ejército de mercenarios más poderoso del mundo, tiene 20 aviones de guerra y más de 20.000 soldados, o empleados, en su plantilla.
Es la otra cara de una guerra dentro de la guerra en la cual los ejércitos privados hacen su negocio en un alarmante limbo legal.
En letra muerta cayó la Convención Internacional de las naciones Unidas contra el reclutamiento, la utilización, la financiación y el entrenamiento de mercenarios, de 1989. El derecho internacional sólo reconoce dos actores en una guerra: los combatientes y los civiles. Los otros, por más que peleen como Rambo y sobrevivan como Terminator, violan la Convención de Ginebra, de 1949. Sus actividades, como “personas reclutadas para un conflicto armado por un país distinto del suyo y motivadas por la ganancia personal”, están prohibidas, en realidad.
La reducción de un tercio del personal militar y los recortes del presupuesto contribuyeron a recurrir a aquello que, según Uesseler, inventó el ex marine británico Tim Spicer, condecorado por la reina por sus proezas en Malvinas, Irlanda del Norte, Chipre y Bosnia.
(Extractado de: La Nación, 23-3-08)