Por Abel Posse
Estamos en el club de los 20 más por lo que fuimos o prometimos que por lo que somos. Después de Malvinas es como si hubiésemos perdido el alma, la vocación insolente de ser que alguna vez tuvimos y, sobre todo, ya no nos une esa voluntad de destino común como motor de gran política por encima, antes y después, de las querellas de patio y las ocurrencias económicas e institucionales con las que mortificamos nuestra vida y nuestra vocación de éxito.
Vamos a la cumbre del G-20 cargando un desprestigio que obligará a la Presidenta a una extrema prudencia y discreción. El propósito de retar al capitalismo y buscar culpables, como lo expresó nuestra representante en ocasiones anteriores, no viene al caso. La reunión en Inglaterra se realiza con criterio fundacional y correctivo.
Si bien el capitalismo sufre el descuido ante el descontrol del desvío financierista, todo el potencial productivo económico y comercial, incluidas Rusia y China, sabe que no hay alternativa. El socialismo del materialismo dialéctico fracasó desde 1989 y China está ligada a la estructura capitalista mundial como su pilar de resistencia.
No es tiempo para resentimientos. La cumbre del G-20 es fundamental para Argentina. No hay otro sistema por ahora que el que nos demostró su eficacia durante los primeros años de los K, cuando el fuerte viento de popa les hacía creer a ellos que la fuerza venía del motor destartalado de nuestro esquife.
Necesitamos crédito internacional, reconquistar espacios de respeto y los mercados perdidos por el resentimiento patológico y la ineptitud desplegada desde marzo del 2008 con el entusiasmo de un Sansón que se suicida suicidándonos.
Carecemos de una diplomacia con estrategias nacidas de políticas de estado consensuadas con sentido nacional, "con voluntad de destino de comunidad". Somos tenidos por malos pagadores y padecemos los lobbys de los que aceptaron recibir el tercio de lo que les debíamos, los ¡outholders!
Esta primera reunión del G-20 tiene la importancia de la de Bretton- Woods en 1944. Se creará un nuevo mecanismo para la economía mundial.
El Gobierno tiene que solucionar el ensañamiento kirchnerista que paraliza el aparato productivo del campo. Tiene que dejar que el sector se reconstituya como en los años del "crecimiento a lo chino" como se jactaban los K, sin saber que eso se producía por el mercado mundial y no por su voluntad. El agro produciendo, liberándolo de la insólita agresión contra la soja, el trigo, la carne (los planteles ganaderos), los lácteos, arrancaría con el entusiasmo que le robaron estos ineptos, sus adláteres y esos gobernadores y ministros compungidos que comprenden cabalmente el absurdo que vivimos y que dos o tres veces por semana se prestan como bustos decorativos en el palco de las diatribas y griterías suburbanas del esposo de la Presidenta, sometiendo la dignidad protocolar de sus cargos.
La Presidenta tiene una posibilidad de expresar nuestra voluntad de reingresar como gran país exportador agrario y agroindustrial. Debería ofrecer seguridades de la posición de Argentina ante los mercados, creando nuevas aperturas con China, India y los grandes sectores de importación de alimentos, que notan nuestra conducta neurótica y errática.
Si bien es importante apoyar sistemas regulatorios que puedan evitar la repetición del actual crash y del peligro financierista, la Argentina debería aprovechar con inteligencia la circunstancia y adherir a la reorganización del FMI como gran instrumento mundial para el manejo de fondos.
Cristina Kirchner, en suma, deberá solucionar las demoliciones de su marido, que hoy nos sepultan y nos desprestigian mundialmente.
Deberá resituar al país como importante exportador agroalimentario (como fuente de ingresos nacionales y de crédito internacional) y aceptar al FMI aprovechando la reorganización de las estructuras financieras en esta inédita crisis. (Se trata de otro ciclo. De otro FMI).
Si va de nuevo a enseñar, a alegrarse de la ruina de los otros o a recomendar el plan B, Argentina perderá una oportunidad decisiva para cobrar espacio ante un mundo que nos mira como si fuésemos el niño tonto que tiene nostalgia del fuego y se alegra del incendio de la casa del padre.
La Presidenta deberá recordar que somos el eslabón más débil. Los otros diecinueve, con Brasil y México, están bien situados en el mundo. Ojalá nuestra mandataria abandone el solipsismo, sus preocupaciones por la moda y no repita el chiste escolar de llegar tarde a la foto.
Necesita coraje y saber que de algún modo, pese a todo, tiene el apoyo de todos nosotros.La Nación
El autor es escritor y diplomático
NuevoEncuentro 31/03/09