Enrique Valiente Noailles
Dicen que el pintor Edgar Degas, ya avanzada su carrera, comenzó a escribir poesía seriamente. Era también un ávido lector y amigo del gran poeta francés Stéphane Mallarmé, quien solía aconsejarlo en su escritura. Cuenta la historia que un día Degas le comentó a Mallarmé que quería dedicarse a trabajar un verso que no lo dejaba dormir. "No me explico por qué no puedo terminar mi pequeño poema, pues no son ideas lo que me falta". Mallarmé le respondió: "Degas, no es con ideas con lo que se escriben los versos, sino con palabras". Esta anécdota sirve para ilustrar una pregunta que en la Argentina también nos quita el sueño, y que nos hacemos desde siempre: ¿cómo cambiamos el país? Para ello no falta inteligencia, no faltan tampoco ideas, y se dedica mucho esfuerzo a seminarios, coloquios, conferencias, y publicaciones, donde personas altamente calificadas exponen, cada uno en su campo, la llave para el cambio. Sin embargo, para escribir el futuro del país no basta tampoco con ideas. Tal como no basta con tener los mejores planos diseñados para construir una casa.
Hace falta, también, una voluntad y un consenso de las elites de la Argentina para modificar la realidad. Hay posibilidades de consenso en la Argentina. El gran logro en esa materia, que debería poder ser extensible a otras áreas, es el logro democrático. Llevamos 26 años de democracia ininterrumpida, gracias a este acuerdo de fondo. Esto quiere decir que no es imposible para los argentinos acordar cuestiones esenciales de convivencia. Sin embargo, uno de los obstáculos más serios para poder llevar a cabo un cambio es que hace falta una forma básica de auto-rrespeto como sociedad. Todo indica, por nuestras opiniones, que no nos respetamos a nosotros mismos. Decía Richard Rorty: "El orgullo nacional es a los países lo que el autorrespeto es a los individuos: una condición necesaria para el autoprogreso". Sin patriotismo, no el tonto y declamatorio, sino el orgullo silencioso de pertenecer a una comunidad, no hay progreso posible y es esa ausencia una de las cosas que tiene a la Argentina a la deriva.
Por eso, junto a las ideas sobre políticas públicas, necesitamos un salto categorial en el modo como nos pensamos. Tenemos la peor opinión sobre nosotros mismos, por razones fundadas muchas veces, pero es eso lo que materializa fatalmente su comprobación. No es la Argentina lo que modela nuestra interpretación de ella, sino que es nuestra interpretación lo que modela a la Argentina. La interpretación de que estamos condenados está produciendo, desde hace años, una realidad acorde. ¿Por qué nos hemos acostumbrado en estos años al insulto y a la humillación? ¿Por qué un funcionario público puede amenazar o extorsionar a quienes en realidad debe servir? Básicamente porque no nos respetamos a nosotros mismos. Esto ha sido detectado cínicamente, por quienes ejercen el poder para ir cada vez más lejos. El problema de la Argentina es cómo romper este circuito integrado. Es la falta de auto-respeto lo que no le permite a la sociedad exigir un mejor destino, y lo que la lleva a quedar inmóvil, como una liebre ante los faros altos, ante gobiernos corruptos o autoritarios. Porque ciertamente, uno de los requisitos claves para cambiar el país, además de ideas, es sentir que somos merecedores del cambio.
La Nación, Enfoques, 1-11-09