Por: Felipe de la Balze
La Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático, que se reúne en Copenhague el mes próximo, pondrá en la palestra la necesidad de promover energías limpias en sustitución de aquellas contaminantes que contribuyen al calentamiento global como el petróleo, el gas y el carbón. El consumo de electricidad en la economía mundial se duplicará durante los próximos treinta años. Satisfacer dicha demanda emitiendo menores cantidades de gases contaminantes costará tiempo y plata.
Las llamadas energías renovables están incrementando su participación en la matriz energética global. Es tentador pensar que el sol y el viento (que son gratis) y los biocombustibles puedan ser una fuente infinita de energía no contaminante.
Desafortunadamente, las energías renovables sufren algunas limitaciones. Los costos aún son altos en comparación con el carbón y el petróleo, y su difusión requerirá subsidios gubernamentales por bastantes años. La luz solar y el viento son intermitentes y no pueden proveer la electricidad masiva que necesitamos hasta tanto no se desarrollen formas económicas de almacenamiento. Los biocombustibles requieren el uso de grandes extensiones de tierra, lo que incrementa sensiblemente sus costos y el precio de los productos sustitutos.
Sin duda, futuras innovaciones tecnológicas facilitarán una mayor participación de estas energías renovables en la matriz energética. Pero, en el mediano plazo, es poco realista asumir una rápida sustitución de la generación eléctrica de origen fósil (que provee más del 70% de las necesidades mundiales) por energías renovables. No existen, por ahora, fuentes de energía limpias, masivas y competitivas que no sean la nuclear y la hidroeléctrica.
Después de dos largas décadas de letargo, la energía nuclear retornará al centro del escenario energético mundial. El nuevo interés tiene fundamentos sólidos en la realidad. Los costos de la energía nuclear son mucho más bajos que los de una usina eléctrica convencional. Las usinas nucleares casi no emiten gases de efecto invernadero. Además, los nuevos reactores son más seguros, tienen mayor vida útil y menores costos de mantenimiento.
El tema de los desechos nucleares tóxicos generados por las plantas no está resuelto, aunque los reactores más nuevos producen menores cantidades. Por el momento, los desechos son reprocesados y reutilizados como combustible en la propia planta (como en Francia) o depositados en lugares seguros en las propias plantas a la espera de una solución más permanente (esto ocurre en la mayoría de los países, inclusive en la Argentina).
Los costos de construcción de las usinas nucleares son muy altos, lo que dificulta su financiamiento en los mercados de capitales. Usualmente, los nuevos proyectos dependen de la obtención de garantías gubernamentales. Por esta razón, algunos piensan que el futuro estará en reactores más pequeños que serían más seguros, menos costosos y más rápidos para construir. La Argentina, Sudáfrica y Corea están realizando investigaciones sobre este tema.
En la actualidad, 439 usinas nucleares, dispersas en 31 países, proveen el 15% de la electricidad mundial. La amenaza del calentamiento global, así como la buena experiencia acumulada en la operación de dichas plantas, está modificando la imagen de la energía nuclear en la opinión pública.Treinta y cinco reactores están en construcción. La mayoría de ellos en países en vías de desarrollo que decidieron incrementar la participación de la energía nuclear en su matriz energética. En los Estados Unidos, después de casi 25 años, una agencia gubernamental (la Tennesee Valley Authority) está construyendo una usina atómica y en Washington se está discutiendo la posibilidad de un relanzamiento de la energía nuclear.
En Europa, después del accidente de Chernobyl (Ucrania, 1986), la mayoría de los países, presionados por su opinión pública, congelaron sus programas nucleares. A pesar de ello, aproximadamente el 30% de la energía consumida en Europa en la actualidad es generada por 150 plantas nucleares, en su mayoría construidas antes de 1986.
Francia y Finlandia están construyendo nuevas usinas atómicas y el gobierno británico anunció el relanzamiento del programa de energía nuclear. Varios países europeos, que habían decidido gradualmente cerrar sus usinas nucleares, optaron por mantenerlas en funcionamiento. El gobierno alemán de Angela Merkel está considerando postergar la decisión de clausurar sus 18 plantas atómicas para el año 2022. España también resolvió postergar el cierre de su planta más antigua.
En Italia, en 1987, un referéndum popular cerró las plantas nucleares en funcionamiento. Sin embargo, recientemente una ley del Parlamento reabrió la puerta y Electricite de France y Enel (la principal compañía eléctrica italiana) están realizando un estudio de factibilidad para construir cuatro usinas atómicas en suelo italiano.
En la Argentina, el gobierno nacional ha propuesto, con buen tino, reactivar el sector nuclear. Se decidió completar y poner en marcha (2011) la usina de Atucha II y extender la vida útil de la Central Embalse por otros 25 años. La Comisión Nacional de Energía Atómica ha sabido realizar una labor inteligente de absorción de tecnología, resolver problemas tecnológicos complejos (como el enriquecimiento de uranio por difusión gaseosa) y fortalecer la infraestructura científico-tecnológica nacional.
El próximo desafío es producir conceptos tecnológicos propios que puedan transformarse en proyectos viables e internacionalmente competitivos.
La construcción de un reactor para usinas eléctricas pequeñas y medianas, a partir de un prototipo concebido, diseñado y construido en el país (el proyecto CAREM) es un paso lógico para avanzar en la concreción de dicha ambición.
Clarín, 1-11-09