Nadín Argañaraz
Cuando faltan sólo dos días para conmemorar los 200 años de nuestro primer gobierno patrio, quiero aprovechar este espacio para realizar una reflexión, a modo de balance, respecto de la evolución de la economía argentina durante los últimos dos siglos, no para quedar anclados en el pasado, sino de cara al futuro que se viene y que todos deseamos que sea próspero.
Resulta relevante y enriquecedor comparar nuestro desarrollo con el de otros países con los que tuvimos algunos puntos en común en nuestra historia, con el objeto de poder tomar enseñanzas de casos que pueden haber sido más exitosos en algunos aspectos.
En este sentido, analizo aquí el crecimiento económico de la Argentina, Australia y Canadá durante los últimos dos siglos.
Si bien los procesos de organización política de los tres países fueron distintos, resulta interesante observarlos porque se trata de países relativamente jóvenes y con características naturales similares (los tres se ubican dentro de los ocho países de mayor superficie del mundo), entre otros parecidos.
Por razones de espacio, me remito aquí al análisis de la evolución de dos variables: el producto bruto interno (PBI) anual y la población, de modo de poder tener una medida de la producción generada por habitante en cada país.
Si bien un indicador como el PBI per cápita no muestra otros aspectos del desarrollo económico que son importantes (como la distribución del producto entre sus habitantes), constituye una medida base para poder establecer comparaciones.
Para ello, se han considerado datos de PBI que resultan comparables para los tres países a lo largo de casi dos siglos, partiendo de series estadísticas reconstruidas por Orlando Ferreres.
Analizando todo el período acumulado entre 1820 y 2010, se observa que en la Argentina el PBI real creció en promedio a un ritmo del 3,4% anual, inferior a las tasas a las que crecieron Australia y Canadá, que fueron del orden del 5% y del 3,8%, respectivamente.
Por su parte, la población aumentó a razón del 2,1% promedio anual en la Argentina, una cifra inferior a la del crecimiento poblacional de Australia (que fue del 3,5%) y algo superior a la de Canadá (2% promedio anual).
Mejoras dispares
Considerando ambas variables de manera conjunta, se tiene que el ingreso per cápita en nuestro país tuvo un crecimiento promedio anual del 1,2%, inferior al 1,5% y 1,7% al que creció el producto por habitante en Australia y Canadá, respectivamente.
Evidentemente, estos datos son valores promedio, destacándose períodos muy diferenciados en cada país a lo largo de los dos siglos considerados.
Más allá de las particularidades inherentes a cada época, un punto por destacar es que el crecimiento en la Argentina fue bastante más volátil que el de los otros dos países.
Además de mostrar de manera sintética el crecimiento promedio, es interesante ver también desde qué punto se partió y cómo se llegó a las actuales cifras.
Tomando siempre datos comparables, en la Argentina de 1820 el PBI per cápita era un 70% del que tenía Australia, pero superaba al de Canadá en casi un 20 por ciento.
Vale decir que nuestro país se encontraba en una situación intermedia a la de los otros dos países, con diferencias no tan significativas en términos de valores por habitante.
Casi un siglo después, es decir, en 1910, la situación relativa de la Argentina con Australia se mantuvo en los mismos niveles, mientras que empeoró respecto de Canadá, cuyo PBI per cápita ascendió a los mismos valores que el de la Argentina.
Y actualmente, en 2010, es decir, luego de transcurrido otro siglo, la posición relativa de la Argentina con respecto a los otros dos países cambió radicalmente: el PBI per cápita actual representa prácticamente el 40% del PBI de los otros dos países.
Uno puede tomar estos hechos con una actitud negativa y resignarse a que existe una especie de condena al fracaso para la Argentina.
O hacerlo con una actitud positiva y plantearse un gran desafío como sociedad hacia adelante.
Lo importante es que el pasado nos sirva para aprender de nuestros errores y, por ende, para revertir la situación a futuro.
¿Cómo podría medirse nuestro esfuerzo necesario?
Una forma sería considerar que si de ahora en adelante nos organizamos y logramos que nuestro PBI per cápita crezca sostenidamente a un promedio anual del 3% y, suponiendo que este incremento duplique al de los otros dos países, en unos 65 años podríamos estar alcanzando los mismos valores de ingreso per cápita que Australia y Canadá.
No es imposible
Es un objetivo difícil, pero no imposible. Claramente, es hora de que todos comencemos a actuar en un "proyecto de país compartido", sustentado en políticas de Estado de largo plazo, simples, claras y estables.
A esto sólo podemos lograrlo mediante la unión de todos los sectores de la sociedad, discutiendo lo necesario para lograr los consensos básicos.
Vale la pena hacer el esfuerzo. Sería muy bueno que cuando nuestros nietos conmemoren el Tricentenario, se haya podido mejorar la calidad de vida relativa como resultado de nuestro propio esfuerzo conjunto.
El autor dirige el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf, www.iaraf.org ).
La Nación, 23-5-10
Cuando faltan sólo dos días para conmemorar los 200 años de nuestro primer gobierno patrio, quiero aprovechar este espacio para realizar una reflexión, a modo de balance, respecto de la evolución de la economía argentina durante los últimos dos siglos, no para quedar anclados en el pasado, sino de cara al futuro que se viene y que todos deseamos que sea próspero.
Resulta relevante y enriquecedor comparar nuestro desarrollo con el de otros países con los que tuvimos algunos puntos en común en nuestra historia, con el objeto de poder tomar enseñanzas de casos que pueden haber sido más exitosos en algunos aspectos.
En este sentido, analizo aquí el crecimiento económico de la Argentina, Australia y Canadá durante los últimos dos siglos.
Si bien los procesos de organización política de los tres países fueron distintos, resulta interesante observarlos porque se trata de países relativamente jóvenes y con características naturales similares (los tres se ubican dentro de los ocho países de mayor superficie del mundo), entre otros parecidos.
Por razones de espacio, me remito aquí al análisis de la evolución de dos variables: el producto bruto interno (PBI) anual y la población, de modo de poder tener una medida de la producción generada por habitante en cada país.
Si bien un indicador como el PBI per cápita no muestra otros aspectos del desarrollo económico que son importantes (como la distribución del producto entre sus habitantes), constituye una medida base para poder establecer comparaciones.
Para ello, se han considerado datos de PBI que resultan comparables para los tres países a lo largo de casi dos siglos, partiendo de series estadísticas reconstruidas por Orlando Ferreres.
Analizando todo el período acumulado entre 1820 y 2010, se observa que en la Argentina el PBI real creció en promedio a un ritmo del 3,4% anual, inferior a las tasas a las que crecieron Australia y Canadá, que fueron del orden del 5% y del 3,8%, respectivamente.
Por su parte, la población aumentó a razón del 2,1% promedio anual en la Argentina, una cifra inferior a la del crecimiento poblacional de Australia (que fue del 3,5%) y algo superior a la de Canadá (2% promedio anual).
Mejoras dispares
Considerando ambas variables de manera conjunta, se tiene que el ingreso per cápita en nuestro país tuvo un crecimiento promedio anual del 1,2%, inferior al 1,5% y 1,7% al que creció el producto por habitante en Australia y Canadá, respectivamente.
Evidentemente, estos datos son valores promedio, destacándose períodos muy diferenciados en cada país a lo largo de los dos siglos considerados.
Más allá de las particularidades inherentes a cada época, un punto por destacar es que el crecimiento en la Argentina fue bastante más volátil que el de los otros dos países.
Además de mostrar de manera sintética el crecimiento promedio, es interesante ver también desde qué punto se partió y cómo se llegó a las actuales cifras.
Tomando siempre datos comparables, en la Argentina de 1820 el PBI per cápita era un 70% del que tenía Australia, pero superaba al de Canadá en casi un 20 por ciento.
Vale decir que nuestro país se encontraba en una situación intermedia a la de los otros dos países, con diferencias no tan significativas en términos de valores por habitante.
Casi un siglo después, es decir, en 1910, la situación relativa de la Argentina con Australia se mantuvo en los mismos niveles, mientras que empeoró respecto de Canadá, cuyo PBI per cápita ascendió a los mismos valores que el de la Argentina.
Y actualmente, en 2010, es decir, luego de transcurrido otro siglo, la posición relativa de la Argentina con respecto a los otros dos países cambió radicalmente: el PBI per cápita actual representa prácticamente el 40% del PBI de los otros dos países.
Uno puede tomar estos hechos con una actitud negativa y resignarse a que existe una especie de condena al fracaso para la Argentina.
O hacerlo con una actitud positiva y plantearse un gran desafío como sociedad hacia adelante.
Lo importante es que el pasado nos sirva para aprender de nuestros errores y, por ende, para revertir la situación a futuro.
¿Cómo podría medirse nuestro esfuerzo necesario?
Una forma sería considerar que si de ahora en adelante nos organizamos y logramos que nuestro PBI per cápita crezca sostenidamente a un promedio anual del 3% y, suponiendo que este incremento duplique al de los otros dos países, en unos 65 años podríamos estar alcanzando los mismos valores de ingreso per cápita que Australia y Canadá.
No es imposible
Es un objetivo difícil, pero no imposible. Claramente, es hora de que todos comencemos a actuar en un "proyecto de país compartido", sustentado en políticas de Estado de largo plazo, simples, claras y estables.
A esto sólo podemos lograrlo mediante la unión de todos los sectores de la sociedad, discutiendo lo necesario para lograr los consensos básicos.
Vale la pena hacer el esfuerzo. Sería muy bueno que cuando nuestros nietos conmemoren el Tricentenario, se haya podido mejorar la calidad de vida relativa como resultado de nuestro propio esfuerzo conjunto.
El autor dirige el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf, www.iaraf.org ).
La Nación, 23-5-10