sábado, 7 de julio de 2012

SCIOLI




El íntimo enemigo

 Claudio Fantini (Politólogo y periodista)

El negocio político de Daniel Scioli es simular mal su alineamiento con el kirchnerismo. Parece contradictorio, ya que toda simulación intenta aparentar algo, mientras que él simula poniendo en evidencia no ser lo que su actuación sugiere que es. Sin embargo, ese es el modus operandi del gobernador bonaerense.
Si no quisiera hacer notar el defecto de su simulación, hubiera ocultado la brigada que formó con Alberto Fernández, Roberto Lavagna y Julio Bárbaro, además del acercamiento a Hugo Moyano, actual archienemigo del Gobierno.

Se trata, ciertamente, de una forma poco edificante de hacer política. También es absurda, pero a Scioli le da excelentes resultados. Hacer mal su simulación, le permite caer bien en gran parte del electorado antikirchnerista que, ante la famélica oferta opositora, lo percibe como una última esperanza de vencer al oficialismo.

A la vez, el vasto sector despolitizado que votó a Cristina Fernández no percibe el deliberado defecto de actuación; por ende, tampoco el plan personal de Scioli. Por eso lo ve como un abnegado gobernador perrunamente leal a la Presidenta.

En cambio el kirchnerismo ideologizado lo ve como un centroderechista más cercano a Mauricio Macri que al “proyecto transformador”, un quintacolumnista a la espera del momento oportuno para mostrar su verdadero rostro y perpetrar la traición. Por eso, lo aborrece. Y tiene lógica. Al fin de cuentas, es difícil percibir esa estrategia sin sentir cierta repugnancia.
Scioli sabe que es el precio del negocio político de simular mal su alineamiento, pero no le importa, porque la ganancia es mayor.
Lo corroboran las encuestas, cuyas cifras evidencian que el kirchnerismo ideologizado es bastante menor al 10 por ciento del electorado que votó a Cristina Fernández. Ergo, la suma de los que votan al oficialismo sin consumir el relato, más la simpatía que despierta en el campo opositor, confirma que su estrategia, aunque un tanto deleznable, es sumamente eficaz.

Esa eficacia acrecienta el desprecio por Scioli que manifiestan la Presidenta y su núcleo duro. Un desprecio que también actúa de manera deleznable.
¿De qué otro modo se puede calificar la operación que ejecutó Hernán Lorenzino? El fantasmagórico ministro de Economía de la Nación se materializó, por una vez, para prometerle a Scioli los tres mil millones que éste necesitaba para pagar sueldos y aguinaldos. Pero le puso como condición que implementara dolorosos ajustes y que lo hiciera por decreto, para que la responsabilidad cayera exclusivamente sobre el gobernador y no sobre los legisladores provinciales kirchneristas.

Scioli lo hizo, y el Gobierno nacional incumplió. Al darle sólo la tercera parte de lo prometido, lo obligó a desdoblar los pagos y afrontar el conflicto sindical.
Antes de atarlo a una roca para que un águila le devore el hígado, Zeus castigó la insubordinación de Prometeo atacando a sus protegidos, los hombres, a quienes quitó el fuego para que padecieran el frío. Cristina actuó como el dios griego, castigando a los empleados bonaerenses para dañar y debilitar al gobernador.

Humillación. Habrá que ver qué tan exitosa es la estrategia kirchnerista de provincializar la crisis de la política económica. Habrá muchos dispuestos a creer que la culpa del estancamiento se reparte entre el “mundo que se nos cae encima” y los gobernadores que “administran mal”.
Pero tal vez sean más los que perciban que, cada vez que menguó alguno de los vientos exteriores, las velas se desinflaron y la economía se detuvo. Incluso ahora, aunque varios de los factores externos siguen actuando fuertemente a favor, el enfriamiento de Brasil ha empezado a congelarnos.

Scioli no será el buen administrador que aparenta, pero la crisis de Buenos Aires no es una crisis bonaerense, sino parte de la problemática económica general.
En este inquietante escenario, la Presidenta propinó a Scioli una humillación brutal, porque equivalió a golpear a una persona atada.
Urgido de fondos para pagar sueldos y aguinaldos, el gobernador no podía responder la acusación de que pone la cara en las fotos pero administra mal. Aunque fuese cierto (y lo es en parte), no era el momento de decirlo, del mismo modo que, aunque lo mereciera, es perverso golpear a una persona atada.

Ese público cautivo de las conferencias presidenciales, que integran funcionarios y allegados, aplaudió el latigazo al gobernador atado de pies y manos.
También aplaudió cuando la Presidenta perdió totalmente el foco, al hablar sobre la muerte de gendarmes en un accidente y anunciar que dejaría sin presencia policial la protesta de Moyano en Plaza de Mayo. Funcionarios y allegados aplaudieron incluso ese anuncio, aunque visiblemente implicase una forma de sabotaje con consecuencias potencialmente trágicas.

La escena era tan absurda como la de los legisladores oficialistas que, semanas antes, habían argumentado a favor de Daniel Reposo para que ocupara el cargo de procurador General. Ninguno fue sólo víctima de la Presidenta, que en ambos casos los sometió al ridículo.
Cristina les hizo lo que un lunático dictador decimonónico hizo a un puñado de oficiales en Bolivia. Estando en el segundo piso del palacio presidencial, el general Manuel Melgarejo les ordenó desfilar por un pasillo hasta escuchar la orden de alto. Como nunca dio esa orden, los obedientes oficiales marcharon hasta caer por el balcón a la Plaza Murillo, donde los paseantes los observaron entre perplejos y risueños. En definitiva, merecían el humillante porrazo por cumplir una orden que la dignidad y la sensatez imponían desobedecer.

La Voz del Interior, 7-7-12