El íntimo enemigo
Claudio Fantini (Politólogo y periodista)
El negocio político
de Daniel Scioli es simular mal su alineamiento con el kirchnerismo. Parece
contradictorio, ya que toda simulación intenta aparentar algo, mientras que él
simula poniendo en evidencia no ser lo que su actuación sugiere que es. Sin
embargo, ese es el modus operandi del gobernador bonaerense.
Si no quisiera hacer
notar el defecto de su simulación, hubiera ocultado la brigada que formó con
Alberto Fernández, Roberto Lavagna y Julio Bárbaro, además del acercamiento a
Hugo Moyano, actual archienemigo del Gobierno.
Se trata,
ciertamente, de una forma poco edificante de hacer política. También es
absurda, pero a Scioli le da excelentes resultados. Hacer mal su simulación, le
permite caer bien en gran parte del electorado antikirchnerista que, ante la
famélica oferta opositora, lo percibe como una última esperanza de vencer al
oficialismo.
A la vez, el vasto
sector despolitizado que votó a Cristina Fernández no percibe el deliberado
defecto de actuación; por ende, tampoco el plan personal de Scioli. Por eso lo
ve como un abnegado gobernador perrunamente leal a la Presidenta.
En cambio el
kirchnerismo ideologizado lo ve como un centroderechista más cercano a Mauricio
Macri que al “proyecto transformador”, un quintacolumnista a la espera del
momento oportuno para mostrar su verdadero rostro y perpetrar la traición. Por
eso, lo aborrece. Y tiene lógica. Al fin de cuentas, es difícil percibir esa
estrategia sin sentir cierta repugnancia.
Scioli sabe que es el
precio del negocio político de simular mal su alineamiento, pero no le importa,
porque la ganancia es mayor.
Lo corroboran las
encuestas, cuyas cifras evidencian que el kirchnerismo ideologizado es bastante
menor al 10 por ciento del electorado que votó a Cristina Fernández. Ergo, la
suma de los que votan al oficialismo sin consumir el relato, más la simpatía
que despierta en el campo opositor, confirma que su estrategia, aunque un tanto
deleznable, es sumamente eficaz.
Esa eficacia
acrecienta el desprecio por Scioli que manifiestan la Presidenta y su núcleo
duro. Un desprecio que también actúa de manera deleznable.
¿De qué otro modo se
puede calificar la operación que ejecutó Hernán Lorenzino? El fantasmagórico
ministro de Economía de la
Nación se materializó, por una vez, para prometerle a Scioli
los tres mil millones que éste necesitaba para pagar sueldos y aguinaldos. Pero
le puso como condición que implementara dolorosos ajustes y que lo hiciera por
decreto, para que la responsabilidad cayera exclusivamente sobre el gobernador
y no sobre los legisladores provinciales kirchneristas.
Scioli lo hizo, y el
Gobierno nacional incumplió. Al darle sólo la tercera parte de lo prometido, lo
obligó a desdoblar los pagos y afrontar el conflicto sindical.
Antes de atarlo a una
roca para que un águila le devore el hígado, Zeus castigó la insubordinación de
Prometeo atacando a sus protegidos, los hombres, a quienes quitó el fuego para
que padecieran el frío. Cristina actuó como el dios griego, castigando a los
empleados bonaerenses para dañar y debilitar al gobernador.
Humillación. Habrá
que ver qué tan exitosa es la estrategia kirchnerista de provincializar la
crisis de la política económica. Habrá muchos dispuestos a creer que la culpa
del estancamiento se reparte entre el “mundo que se nos cae encima” y los
gobernadores que “administran mal”.
Pero tal vez sean más
los que perciban que, cada vez que menguó alguno de los vientos exteriores, las
velas se desinflaron y la economía se detuvo. Incluso ahora, aunque varios de
los factores externos siguen actuando fuertemente a favor, el enfriamiento de
Brasil ha empezado a congelarnos.
Scioli no será el
buen administrador que aparenta, pero la crisis de Buenos Aires no es una
crisis bonaerense, sino parte de la problemática económica general.
En este inquietante
escenario, la Presidenta
propinó a Scioli una humillación brutal, porque equivalió a golpear a una
persona atada.
Urgido de fondos para
pagar sueldos y aguinaldos, el gobernador no podía responder la acusación de
que pone la cara en las fotos pero administra mal. Aunque fuese cierto (y lo es
en parte), no era el momento de decirlo, del mismo modo que, aunque lo
mereciera, es perverso golpear a una persona atada.
Ese público cautivo de
las conferencias presidenciales, que integran funcionarios y allegados,
aplaudió el latigazo al gobernador atado de pies y manos.
También aplaudió
cuando la Presidenta
perdió totalmente el foco, al hablar sobre la muerte de gendarmes en un
accidente y anunciar que dejaría sin presencia policial la protesta de Moyano
en Plaza de Mayo. Funcionarios y allegados aplaudieron incluso ese anuncio,
aunque visiblemente implicase una forma de sabotaje con consecuencias
potencialmente trágicas.
La escena era tan absurda
como la de los legisladores oficialistas que, semanas antes, habían argumentado
a favor de Daniel Reposo para que ocupara el cargo de procurador General.
Ninguno fue sólo víctima de la
Presidenta , que en ambos casos los sometió al ridículo.
Cristina les hizo lo
que un lunático dictador decimonónico hizo a un puñado de oficiales en Bolivia.
Estando en el segundo piso del palacio presidencial, el general Manuel
Melgarejo les ordenó desfilar por un pasillo hasta escuchar la orden de alto.
Como nunca dio esa orden, los obedientes oficiales marcharon hasta caer por el
balcón a la Plaza
Murillo , donde los paseantes los observaron entre perplejos y
risueños. En definitiva, merecían el humillante porrazo por cumplir una orden
que la dignidad y la sensatez imponían desobedecer.