Jorge Edmundo
Barbará*
“Hemos encontrado así
dos cosas diferentes entre sí, que los guardianes deben impedir a toda costa
que, sin ellos darse cuenta, se introduzcan en la ciudad.
–¿Cuáles son?
–La riqueza y la
pobreza”.
La cita pertenece al
libro IV de La República , de Platón.
Alertado por ese
diálogo de su maestro y guiado por sus conocimientos de las más diversas formas
de gobierno, Aristóteles sostuvo que la estabilidad de una república depende de
la existencia de una sólida clase media: “La verdadera república, en que domina
la clase media, es el gobierno más estable y el que se aproxima más al
popular”, dice en La Política .
Es que las
polarizaciones entre ricos y pobres no sólo son socialmente injustas y suponen
una claudicación moral reprochable; también significan la imposibilidad de
gestionar con éxito la cosa pública para quienes gobiernan.
Gobernar un Estado
dividido en pobres y ricos no es gobernar un solo Estado, sino muchos estados dentro
de un único territorio.
Los sistemas de
valores, los derechos, las libertades, el respeto a la ley, la conciencia de la
dependencia entre el individuo y la sociedad y la consecuente inhibición de los
impulsos primarios, los estilos culturales, pueden llegar a ser tan diferentes
que produzcan grietas insalvables entre unos y otros.
Una sociedad con
tales tensiones y contrastes, con semejante heterogeneidad, resulta
ingobernable, si por gobernar entendemos no el combate, sino los esfuerzos por
armonizar intereses contrapuestos, con consenso de los diversos sectores.
Ahora bien, la
pobreza estructural puede ocasionar el espejismo de un consenso, en la medida
en que la necesidad motivada por la miseria sea sobornable a partir de una
ayuda que se reciba y que se retribuya con un voto.
Aquí no estaríamos en
presencia de una persona libre que elige entre alternativas, porque sus
necesidades no dependen de un auxilio exterior, sino de una persona cuyas
necesidades lo tornan dependiente de quien se las cubre y, para seguir
cubriéndoselas, exigen lealtad o sometimiento.
En otras palabras, la
pobreza extrema puede hacer aparecer como consenso aquello que en realidad es
sumisión por soborno.
De allí que el propio
Karl Marx advirtiera el peligro que entraña la extrema pobreza –el
lumpenproletariado–, la cual resultaría siempre funcional al gobierno
reaccionario.
No es, pues, una
reflexión filosófica la que llevó a Aristóteles a asignar semejante rol a la
clase media: la de ser condición y garante de la existencia de una república
verdadera.
Es cierto que una
clase alta que dispone de recursos económicos concentrados carece de límites si
frente a ella sólo existe pobreza estructural, pues es de prever la captura del
poder político en beneficio de sus propios intereses.
La clase media no
sólo es un grupo intermedio entre ricos y pobres, sino la deseable posibilidad
de que no existan sectores sociales cuyas condiciones de vida y sistemas de
valores consecuentes sean irreconciliablemente diferentes y, con ello, sea
imposible gobernar a partir del consenso y haya que hacerlo por la fuerza.
Cacerolazo.
El
reciente cacerolazo del 13 de septiembre fue un acto –o una multiplicidad de
actos en diversas partes del país– protagonizado por la clase media argentina,
clase que atrapa virtualmente a todo el espectro de quienes están en actividad
laboral, en relación de dependencia o no, y de quienes se encuentran en estado
de pasividad.
Es esa amplitud la
que hace que una sólida clase media sea la que más se aproxima al gobierno
popular, según vimos en Aristóteles.
Habla bien de la
Argentina que exista una clase media extendida en todo el territorio nacional y
que sea considerable, si pretendemos que la República exista y se mantenga.
Aquello que
previsiblemente motivó a la clase media a manifestarse en los espacios públicos
fue la identidad de intereses que la une. Al ver afectados esos intereses,
todos se comportaron de manera semejante, aun cuando no existiera una
organización con un fin determinado y una acción única en prosecución de ese
fin.
La identidad de
intereses que une a la clase media va mucho más allá del cepo al dólar y la
inflación. Antes bien, son intereses de carácter cultural los que permiten
señalar la pertenencia de una persona a ese grupo. Y entre los intereses de carácter
cultural, los propiamente políticos se orientan en el sentido de verse –o no
verse– reflejados en quienes se supone son sus representantes, ya sea en el
Gobierno o en la oposición.
Es probable que los
motivos que llevaron a la clase media al cacerolazo fueran una serie de actos y
actitudes acumulados que provocaron la convicción de que los dirigentes
políticos que la debían representar se encuentran afectados por dos severos
problemas: 1) son incapaces para gobernar –confunden las instituciones con un
mero medio de poder personal; 2) están viciados de corrupción estructural
–desprecian los intereses colectivos en beneficio de intereses personales
Respuestas.
Frente a
esa convicción de la clase media, las respuestas del oficialismo y de la
oposición no han sido felices.
El oficialismo,
porque la ha descalificado como si fuera el “no pueblo”, confrontándola con un
supuesto “pueblo” cuyos intereses serían contrarios o diferentes a los de aquel
“no pueblo”, como si la interpretación monopólica de los sentimientos del
“pueblo” correspondiera al actual Gobierno. Así se instala, desde el poder, una
dualidad “pueblo-no pueblo” cuyas consecuencias pueden ser trágicas.
La oposición porque,
si bien se ha arrogado, en sus diferentes variables, la interpretación del
cacerolazo, no ha demostrado ninguna acción concreta tendiente a abandonar los
egoísmos personales. Antes bien, cree que se le ofrece un caudal de votos
significativo para ejercer eventualmente un poder que, debido a ese
comportamiento mezquino, sin dudas le va a ser esquivo, a menos que cambie de
manera confiable.
Sucede que la
dirigencia política es vista por la clase media también como una “clase”, pero
como una que detenta privilegios propios de una oligarquía cerrada que se
eterniza en el disfrute inmerecido de las funciones y dignidades públicas. Todo
lo cual es incompatible con una república cuya estabilidad le ha sido
reconocida desde la antigüedad precisamente a la clase media.
* Profesor
universitario, miembro de Esperanza Federal
La Voz del Interior, 7-10-12