Sebastián García Díaz
Miembro de Esperanza Federal (Civilitas)
El país venía mal mucho antes de los Kirchner. La democracia no funcionaba correctamente, la corrupción estaba a la orden del día, el federalismo era pisoteado, el Estado era tomado como un botín y el gasto público se financiaba con festivales de impuestos e inflación.
La seguridad jurídica –y nuestros ahorros– era ofrendada una y otra vez en los sucesivos altares de la emergencia. Ya había clientelismo y amigos del poder enriqueciéndose a diestra y siniestra. La educación pública ya venía en picada; el desempleo se había instalado como fenómeno estructural, al igual que la pobreza y la informalidad. La salud pública dejaba mucho que desear y la inseguridad no era sólo una sensación.
Ese malestar por una Argentina tan mal gobernada no lo provocaron los Kirchner. Ya nos habíamos decepcionado mucho antes. Y tal vez aquí radique nuestro principal problema a la hora de plantear una alternativa frente a su modelo totalitario. Necesitamos pasar de la resistencia a la construcción de una esperanza.
Nos une el espanto. Resistimos a Raúl Alfonsín por sus ideas anticuadas en lo económico y en lo social e incluso la corrupción de sus muchachos de la Coordinadora. Pero con la llegada de Carlos Menem tuvimos que resistir porque las reformas necesarias venían acompañadas con “pizza y champán”. Fueron 10 años de oponernos al individualismo de los ’90 y esa sociedad estabilizada en lo económico pero anestesiada en lo moral. Fernando de la Rúa pudo ser el cambio pero llegó diciembre del 2001.
Las cacerolas ratificaron nuestra conciencia de que habíamos tocado fondo. Al calor del “que se vayan todos”, hicimos algunos ejercicios tímidos como el Diálogo Argentino, pero en verdad no sabíamos bien lo que queríamos; sólo teníamos claro lo que ya no queríamos. Nos unió el espanto.
No llegamos a amalgamar una alternativa y vinieron los Kirchner a imponer su relato. Y todo lo anterior se redujo a un prólogo frente a la escalofriante perspectiva de que ella (invocando a “él”) y sus seguidores unidos y organizados puedan cumplir la misión autoimpuesta de ir por todo.
Si antes habíamos resistido, hacerlo ahora pareció convertirse casi en una obligación moral.
Ahora bien: ¿podemos ser una verdadera alternativa con una estrategia que solamente se concentre en la resistencia? ¿Votarán masivamente los argentinos una propuesta que les plantee: “Hagamos todos un gran esfuerzo para que nos devuelvan por lo menos la crisis anterior, que era más civilizada que ésta”?
No podemos enfrentar las elecciones de 2013 sólo agrupados por la negativa a una reforma constitucional, por más paradigmática que resulte la cruzada en términos institucionales. Es muy poca promesa de porvenir para generaciones tan decepcionadas. Las banderas del “no” son excesivamente mezquinas para despertar esperanza de que lo mejor está por venir.
Construyamos la esperanza. No podemos esperar sentados que se proyecte un referente opositor hasta vencer al oficialismo. Eso no sucederá.
Conocemos bien a los que están en carrera. Ninguno prepara transformaciones muy profundas. Son lo menos peor, opción sólo a los efectos de resistir, pero ninguno despierta pasiones porque –finalmente– son kirchnerismo más prolijo y cuidado en las formas. No es suficiente ni alcanza para cambiar la Argentina.
Los que queremos algo realmente diferente estamos obligados a tomar la iniciativa. Desarrollar una estructura política que nos aglutine; no detrás de un hombre, sino detrás de una visión representativa de los que nos consideramos independientes y de centro.
Llegado el momento, vendrá lo más difícil: unir los grupos distintos (e incluso contrarios) de la oposición para configurar una oferta unificada. Nos guste o no, así funcionan las democracias serias. No puede haber más de dos o tres opciones. Pero sería muy triste que en esa mesa de unión se cuele un personaje de discurso ambiguo, o uno sin ningún tipo de ideas, elegido a dedo por medir bien en las encuestas.
En Venezuela se unieron 30 partidos detrás de la candidatura de Henrique Capriles. Pero como la unión fue superficial y de último momento, perdió frente a Hugo Chávez.
El modelo es Chile, donde socialistas y demócratas cristianos o conservadores y liberales, siendo tan distintos, forjan alianzas duraderas. También podemos mirar el ejemplo de Uruguay.
Amigos caceroleros: llegó la hora de hablar de política y muy en serio. Dejemos de resistir y empecemos a construir. ¿Estamos dispuestos?
La Voz del Interior, 15-1-13