Gustavo Di Palma*
El colapso institucional que experimentó Argentina en 2001 derivó en un descrédito absoluto de la dirigencia partidaria. Pero esta situación, que quitó centralidad a los partidos políticos, no impidió que estos lograran adaptarse al nuevo escenario y mantuvieran su rol de organizadores fundamentales de la competencia democrática.
Si se aplica el esquema teórico planteado por Giovanni Sartori en Partidos y sistemas de partidos , que contiene la tipología más amplia y aceptada sobre los sistemas partidarios modernos, es posible señalar que Argentina pasó de un bipartidismo atenuado a una situación próxima al sistema de partido predominante. Aunque existe competencia, la rotación no ocurre en la práctica, porque siempre gana legítimamente el mismo partido a lo largo del tiempo. Lo que se verifica es una alternancia entre distintas variantes de peronismo.
El “catch all party” peronista.
La vocación de poder del peronismo está edificada sobre su natural aptitud para establecer alianzas con diversos sectores del electorado y de los factores corporativos. Esto se traduce en una ilimitada capacidad adaptativa basada en el pragmatismo extremo de su dirigencia, cuya consecuencia es una matriz ideológica izquierda-centro-derecha.
El peronismo exhibe características propias de lo que Otto Kirchheimer denomina catch all party o “partido de todo el mundo”, un tipo de organización partidaria que “renuncia a los intentos de incorporar moral y espiritualmente a las masas y dirige su atención hacia todo el electorado”. La línea política del catch all party está fijada por el jefe del Ejecutivo (o el jefe de la oposición) en detrimento de la autoridad partidaria, la apelación a sus electores se realiza en oportunidad de las campañas y el financiamiento surge de las empresas, grupos económicos o el propio gobierno.
Si bien Menem y Kirchner produjeron corrimientos del peronismo hacia la derecha y la izquierda, el contenido ideológico es una atmósfera, porque como dice Kirchheimer, en un catch all party “la ideología es uno de los elementos posibles en una cadena de motivaciones que es mucho más compleja”. La definición ideológica por parte de ambos presidentes ratifica la subordinación del partido hacia el líder, es decir, su condición de mera herramienta electoral.
Alfredo Pucciarelli, autor de Los años de Menem , señala que el expresidente riojano profundizó las contradicciones en el peronismo para mantener su control y el uso exclusivo de su “marca histórica”.
Kirchner utilizó estrategias similares pero promovió en torno a su liderazgo un intento de organización de sus aliados, genéricamente definidos como sectores progresistas, mediante un “movimiento transversal” que finalmente acotó sus pretensiones y terminó como un espacio interno del propio peronismo: el Frente para la Victoria.
En su obra Los tres peronismos , Ricardo Sidicaro s ubraya que para captar votos, los líderes peronistas apelan a recuerdos históricos desvinculados del presente, aunque eficaces para reactualizar las antiguas representaciones colectivas a las que adhieren los tradicionales votantes peronistas. Quedó demostrado cuando, pese a la versión peronista antiobrera del menemismo, la clase trabajadora brindó su respaldo, expresando su histórica lealtad hacia el “movimiento peronista”.
La contracara es la volatilidad del electorado no peronista. Según una hipótesis de Manuel Mora y Araujo, al existir un sector social expresado de manera permanente por el peronismo –35 por ciento del padrón–, las variaciones tenues de los resultados son producidas por vaivenes de la clase media, lo que explicaría las causas por las que, en una sociedad con estilos de vida propios de esa clase, triunfa históricamente un partido representativo de las clases bajas.
Partido dentro de un partido.
El Frente para la Victoria es en la práctica un espacio que excede la lógica de una simple corriente interna del Partido Justicialista (PJ). El origen de esta situación se ubica en la elección presidencial de 2003, cuando el expresidente Eduardo Duhalde estableció que cada partido podría presentar en la primera vuelta varios candidatos, como si se presentaran por partidos distintos.
La suma de apoyos heterogéneos que logró Kirchner alumbró la idea de la transversalidad, que encerraba la eventual formación de un frente o partido que podría trascender al PJ. Para Sidicaro, el reflejo de la profunda crisis del peronismo reside en que el proyecto kirchnerista “prácticamente no suscitó en sus comienzos reacciones ortodoxas o llamados a respetar supuestas verticalidades organizativas, ni tampoco conoció recriminaciones doctrinarias”.
Muchos adherentes al kirchnerismo se insertaron en el Estado por simpatías con el gobierno, aunque sin acuerdos formales ni discusiones programáticas, con lo que la transversalidad tomó forma como una suma de individualidades sin mayor organicidad. Kirchner, a su vez, no cortó el vínculo con la estructura del PJ. Tras alcanzar el apoyo de la mayoría de los líderes territoriales, buscó consolidar su posición interna y asumió la conducción del partido en el año 2008.
Hoy, en un fenómeno político típicamente argentino, conviven bajo el mismo paraguas expresiones absolutamente irreconciliables, como el Frente para la Victoria y el Peronismo Federal, aunque sin renegar de su pertenencia a un mismo espacio que es cada vez más abarcativo: el peronismo.
*Investigador adscripto en el Programa Historia Política de Córdoba, Centro de Estudios Avanzados (UNC)
La Voz del Interior, 16-1-13