Por José Antonio
Riesco
Uno de los capítulos
de la Teoría
del Estado se refiere a la tipología que la experiencia histórica y la doctrina
han elaborado en torno a la cuestión de qué es y cómo es el Estado. Entonces
hubo Estados absolutistas y democráticos, monárquicos, parla mentarios y
republicanos, comunistas y capitalistas, incluso teo cráticos, etc. El kirchnerismo hace un aporte
sustantivo : el Estado Mafioso. Con ese sello quedará en la historia.
Es uno que ya separó
el país en dos (como los “territorios” de Al Capone en Chicago); de un lado,
con notoria vocación de prepo tencia y de absorber todo, está el reino de la Sra. Presidente ,
donde ejerce un poder signado por el personalismo y los caprichos. “Con Ella no
se dialoga, sólo se escucha” es la jaculatoria de los mucamos y payasos. Ella,
manda como la Sisebuta ,
aquella legendaria matrona de las historietas; de paso contrató un filósofo
propio, Ernesto Laclau, queriendo imitar al prusiano Federico el Grande que lo
tenía, a ratos, a Voltaire. Y no importa la diferencia, el talento y la cultura
de Voltaire contra la bocina macaneadora de Laclau.
En la vereda del
frente está la Argentina
construida por todas las generaciones que, mucho o poco, siempre aportaron
trabajo, inteligencia, inversiones, solidaridad e incluso confrontaciones.
Cierto tipo de conflictos siempre fue connatural a una sociedad que no dejó de
crecer, pero ejercidos sin el inconsciente cargado de rencores y la completa
carencia de jerarquía moral. De este lado, pues, sigue resistiendo una gran
porción de la Argentina
permanente –la que estará en su sitio cuando pase el ventarrón lleno de polvo y
miserias-- y ahora empeñada en superar
una fragmentación que ya duró demasiado. Es la Argentina de la Constitución y de la
dignidad nacional.
El Estado Mafioso
hace asco de la
Constitución. Le resulta intolerable, incluso incompatible con el hábito del impulso barato
que, por ejemplo, un día con el dedo al país se le impuso un Vicepresidente
cuyo prontuario ocupa el lugar de un curriculum. El mismo antojo con que acaba
de llevarse por delante los méritos históricos de la Sociedad Rural ,
fundada en 1866 para participar en la construcción del Estado nacional. Y
contra la Federación
Agraria , nacida en 1912 con el Grito de Alcorta como parte
del salto adelante que el país dio hacia la ampliación de su vida democrática.
Estamos en las
vísperas de la resolución judicial del Caso Clarín, sobre cuyos derechos
procesales el Estado mafioso trata de injertar un “per saltum” y lo corona con
la calificación de “cámara de mierda” que el Jefe de Gabinete, pomposo apósito
de la Reforma del 94, lanzó contra el tribunal colegiado que
mantuvo la “medida cautelar” por un nuevo plazo. Acaso dudando del resultado de
su grosera presión sobre la
Judicatura , el régimen acaba de agregar una suerte de
dictamen por la claraboya de la
Procuradora del Tesoro.
Sí, no hay dudas,
estamos ante una contribución ciertamente original y llamativa a la tipología
de la organización estatal. Para entenderla no hay que releer a Juan B.
Alberdi, a George Jellineck o Adoldo Posada, tampoco a Arturo Sampay o a García
Pelayo. Basta con repasar la gestión de Odoacro con el poder en Roma del siglo
V y seguramente las correrías de Alfonso Capone en los años 20 del pasado siglo
– Por que es, decididamente, un Estado Mafioso.-
(Instituto de Teoría
del Estado)