Una estructura con
forma de espiral para asegurar el tráfico
Es una estructura de
vigilancia sincronizada. Podría imaginársela con forma de espiral y engloba
varias manzanas protegidas. Dentro de ella hay una red de adolescentes, los
“soldaditos del paco”. Ellos son los que en los barrios se encargan de vigilar
para que nada impida ni obstaculice la comercialización de la droga. Están
atentos a la llegada de policías, avisan de operativos, de autos extraños o de
gente que no acostumbran a ver.
Saben quiénes entran
y quiénes salen. Quiénes quieren comprar y quiénes espiar.
Los vecinos del
barrio Lamadrid llaman “soldaditos” a esos chicos que no pasan los 16 años y
que son captados por los “transas” para hacer la vigilancia y el delivery.
La gente del barrio
los conoce. Algunos se “disfrazan” o se enmascaran. Por ejemplo, hasta inventan
un picado de fútbol entre unos pocos para disimular y lo único que hacen en
realidad es estar atentos a todo lo que pasa en las calles; son, y se sienten,
los dueños.
Los pibes no son
desconocidos en el barrio e incluso sus familias saben lo que hacen, porque en
muchos casos la estructura familiar también responde a esa estructura de
soldaditos. Si uno de esos chicos se enferma, los padres cubren el puesto con
otro de sus hijos.
Pero la cadena no se
rompe.
El fundamento es
fácil de entender. “En muchos casos esos dealers que manejan a los chicos se
convierten en una especie de Robin Hood de familias necesitadas. Llegan con
cosas que el Estado no les da. Quizás un simple remedio cuando alguno de la
familia se enferma; bolsones de comida cuando el jefe de familia está preso o
desocupado; o cuando hay una madre soltera, que termina aportando su hijo a
esta red. No es ni más ni menos que una estructura del narcotráfico asistiendo
socialmente. Por eso se quedan, por eso se sostienen con esos chicos”, explica
un investigador de narcotráfico.
Los “soldaditos”
vigilan y reciben bolsitas con 20 gramos de paco para la venta y otros 5 para
su consumo. Sus jefes les proveen teléfonos celulares y a veces hasta armas.
“Se sienten poderosos, se creen que son los capangas , eso les da un poder que
de otra forma no tienen y con eso hasta se creen que pueden ganarse chicas y
ser respetados ”, contó una asistente social que conoce a los chicos de
Ingeniero Budge. Saben además que, si los llegan a detener, al ser inimputables
vuelven rápido a la casa de sus padres. Y así la rueda vuelve a girar de la
misma manera.
La espiral que forman
estos chicos ocupa varias manzanas hasta llegar al lugar exacto del barrio
donde distribuyen y venden el paco. Pero los vecinos admiten que para dominar
los barrios “paqueros”, en algunos casos, los dealers hasta circunscriben
parcelas: toman parte de terrenos de las casas, tiran abajo algunas
construcciones si es necesario y forman pasillos o muros de ladrillos que
conducen a sitios ocultos donde finalmente se comercializa.
La estructura es
conocida pero la Policía
advierte que no es tan fácil doblegarla. “Mutan todo el tiempo. La organización
a veces es tan basta que cuando se llega al lugar no se encuentra nada. Para
algunas investigaciones hubo agentes que se disfrazaron de basureros y así
lograron filmar y obtener pruebas del negocio”, confió un investigador policial
a Clarín.
Los “soldados” del
paco también son el terror de los barrios. “La merca les quiebra la cabeza, son
chicos que no ven otra posibilidad de llegar a algo, sienten que nacieron sin
futuro. Y por eso la vida no vale mucho para ellos”, aseguran trabajadores
sociales de Lomas de Zamora.
Según fuentes
judiciales, estos chicos son capaces de matar por una discusión, por una
cargada o para demostrar quién es el que domina el barrio, quién tiene la llave
para entrar y también, para salir con vida de él.
Clarín, 10-3-13