viernes, 31 de mayo de 2013

PODRÁN QUEDARSE, PERO YA NO TIENEN RETORNO



Por José Antonio Riesco

En estos días los diarios grandes han difundido opiniones ciertamente ocurrentes pero vertidas en admirable literatura. De parte de columnistas de ganado prestigio se leyó, por ejemplo, la proclamación de Sergio Massa, intendente y dictador de Tigre, como el mejor calificado para ser candidato a Presidente. Otro fue un reconocimiento inconfundible a la “legitimidad” que ostenta la Sra. Cristina Fernández por sus triunfos electorales, e incluso dándolo como argumento para que expulse a su equipo de inservibles y genere una suerte de gran acuerdo entre los argentinos. Con los opositores y las multitudes del 13-S y sucesivos.

No hay que sorprenderse. La política suele brindar sorpresas y novedades, de su laboratorio todo puede surgir. El caso Kirchner no fue único. Pero el lanzamiento de Massa para una futura conducción del País tiene más de caprichosa promoción marketinera que de contacto con los hechos. Al menos hasta este momento. La hipótesis ya desató las furias en el propio frente oficialista donde el pre-candidato, si es tal, desde hace largo tiempo tiene instaladas sus posaderas. No hay que descartarlo, pero tampoco inventarlo antes de que sonría.

En cuanto a la “legitimidad” de la Presidente, por sus éxitos electorales, no es justo olvidar que viene reiteradamente fundada en el ejercicio a pleno del “clientelismo”.  O sea, de modo directo o indirecto, en la   compra-venta de votantes y punteros, algunos con diplomas de intendentes o gobernadores. Para peor, esta conversión de la democracia en un “toma y daca” con signo monetario, se financia mediante el uso y abuso de los recursos del Estado. Una curiosa manera de lograr legitimidad pisando el Código Penal.

Parece más sensato mirar hacia la realidad y preguntarse sobre cómo van las cosas. El gobierno no se muestra caído pero sí acorralado. A medida que le ha ido explotando el fracaso del “modelo”  --evidente por la degradación de las instituciones,  el carácter galopante de la inflación, el déficit financiero y energético y el aislamiento internacional--  sólo atina a medidas de salvataje “a la carta”. En especial aquella que llama “blanqueo” para postergar el ascenso del dólar y, de paso, ofrecerle una salida legal a los que tienen “bodegas”.

El gobierno no hace lo que ya no puede. Hace tiempo que quemó las naves con la sociedad –que no son los aplaudidores ni los corruptos--,  dominado, diría Freud, por la compulsión de ir “por todo”, con más el notorio vicio del resentimiento y la soberbia. Cuando se ha hecho una mala guerra muy raramente se logra una buena paz (San Agustín). Le pasó a Napoleón en sus últimas campañas y a más de un dictador argentino. Alguien dijo, sabiamente, que en la brega política no se puede retroceder del tiempo y menos del ridículo.

Tampoco le serviría releer el último documento de Carta Abierta, uno que lleva la letra del director de la Biblioteca y los giros poemáticos del Cuervo. Es tarde para aplaudir la corrupción y sentirse un revolucionario; los santones de la izquierda no cerraron su ciclo vital acunados en la riqueza mal habida. En la cárcel donde terminó sus días, Gramsci no disponía de bóveda; y Marx, otro ejemplo, murió tan pobre como las ratas que se comieron sus “manuscritos”.

La última trinchera para el oficialismo –“impunidad no me abandones..!”-- está en la reforma de la Judicatura, y precisamente a los jueces, los de la base, los del medio y los más altos, les cabe ahora decidir si son leales a la Constitución o a un “modelo” que se cae a pedazos. Si harán como el juez Jeffreys, amanuense de Jacobo II que en Londres de a fines del siglo XVII, fallaba únicamente “para la corona”, o harán de su sentencia el símbolo de la dignidad nacional.-