HÉCTOR A. HUERGO
Sería extraordinario
dedicar estas líneas a las novedades tecnológicas, solazarnos en la generación
de nuevas ventajas competitivas, y retomar el sendero de la creatividad que
desembocó en la Segunda Revolución de las Pampas. Pero la realidad nos impone
la impronta de las aclaraciones y desmentidas.
Por ejemplo, lo que
sucedió esta semana en Puerto San Martín, el emblemático centro de gravedad del
cluster agrícola más moderno y eficiente del planeta (al menos, así se ve al
Gran Rosario en el mundo). Allí, el martes pasado Profértil inauguró una planta
de almacenaje y logística de fertilizantes. Con una inversión de más de 300
millones de pesos, la empresa (propiedad de YPF y la canadiense Agrium)
complementa su poderosa estructura de producción de Bahía Blanca, donde hace
diez años inauguró la fábrica de urea más grande del mundo.
Pero la gran noticia
se empañó con el discurso de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. En
la videoconferencia, mostró la performance de la recaudación fiscal. Tras
destacar lo que a su juicio iba bien, se quejó de que están cayendo las
retenciones y culpó a los productores, sin nombrarlos. “Ya sabemos lo que están
haciendo, ya nos dimos cuenta”, disparó. Una chicana que echó más leña al fuego
en un momento en el que el horno no está para bollos.
Es cierto (y lo
reconoció la dirigencia del sector) que hay cierta reticencia de los
productores a vender la cosecha de soja. Lo está sintiendo la industria procesadora,
a la que le cuesta conseguir su materia prima. Pero la realidad es que la
cosecha aún no terminó y ya vendieron casi la mitad. Y faltan diez meses para
que entre la próxima. Los chacareros van a ir vendiendo a un ritmo de 3
millones de toneladas por mes. Y posiblemente se equivoquen porque Chicago dice
que a partir de setiembre (cuando llegue la próxima cosecha del corn belt) los
precios caen un 10/15%.
Como por otro lado
aquí hay dudas sobre la moneda y la inflación, mientras la tasa de devaluación
se va acelerando, es absolutamente lógico que los productores vendan solo
cuando lo necesitan.
Pero “el modelo” de
la década ganada adolece de falta de recaudación por retenciones. La plata que
falta es la que se recaudó el año pasado anticipadamente, cuando se abrieron
(oportunamente) las exportaciones de maíz por 15 millones de toneladas.
Fue una excelente
decisión. Los exportadores salieron a tomar posiciones. Pero para pedir los ROE
(autorización de exportación) había que pagar los derechos de exportación por
anticipado. El precio del maíz por entonces rondaba los 300 dólares por
tonelada. Con retenciones del 20% para el cereal, significaron un ingreso
aduanero de 900 millones de dólares. Señora, si bajaron ahora las retenciones
es porque en el almuerzo se comieron también la cena.
Hay un riesgo más
serio que este de la caída de las retenciones y la retención de la cosecha. Es
consecuencia de haber castigado al biodiesel con aumento en los derechos de
exportación y achique del corte en el mercado interno. Como los números no dan,
la industria está exportando aceite crudo y no su derivado, el biodiesel. No
solo perdemos valor agregado, sino que se está provocando un derrumbe del
precio del aceite. El año pasado, con buenos embarques de biodiesel y corte al
10%, el aceite argentino valía 30 dólares más que en Chicago. Ahora vale 120
dólares menos. Una brecha de 150 dólares. Esto hace bajar también el precio del
poroto, por lo que todo el complejo pierde. Incluyendo al Estado, que vía
derechos de exportación se queda con el 32% del aceite y el 35% de la soja.
Mientras esto sucede, el gobierno ha decidido castigar el consumo interno de
biodiesel y premiar al gasoil importado. Aquél paga impuestos internos, aunque
está exonerado por ley, mientras el gasoil importado está totalmente
desgravado.
Por todo eso, señora,
faltan dólares.
Clarín, Rural, 8-6-13