Un acuerdo que pone
en relieve los límites cada vez mayores de EE.UU.
POR ANA BARON
“Señor Gorbachov,
derribe este muro ya”, dijo en tono desafiante el presidente Ronald Reagan el
12 de junio de 1987 a pocos metros del muro de Berlín. “Nosotros pensamos que
la libertad y la seguridad van juntas, que el progreso de la libertad humana
sólo puede fortalecer la causa de la paz en el mundo”, agregó.
Veintiocho años
después, el presidente ruso Vladimir Putin le envió a su colega Barack Obama,
el jueves pasado, un mensaje tan duro como lo fue el de Reagan a Gorbachov.
“Señor Obama, termine
con el excepcionalismo estadounidense. La idea de que ustedes son superiores
con la que han justificado todas las guerras. Todos somos iguales ante Dios”, dijo
–palabras más, palabras menos– en un artículo de opinión que que publicó el
jueves en el diario The New York Times.
Las palabras de
Reagan entonces, como las de Putin ahora, ilustran bien cómo ha cambiado el
estado de las relaciones de fuerza en el mundo.
En 1987, Estados
Unidos se sentía invencible. Daba por sentado que había ganado la Guerra Fría. Su poder
militar y económico no eran cuestionados por nadie.
Después de dos
guerras, en Afganistán y en Irak , y tras la crisis económica de 2008, la influencia
de Estados Unidos en el mundo actualmente es muchísimo menor a la que tenía
entonces.
El acuerdo firmado
ayer en Ginebra entre el Secretario de Estado, John Kerry, y el ministro de
Relaciones Exteriores ruso, Serguei Levrov, es producto de esta nueva realidad.
De hecho, sólo fue posible porque el presidente Obama no logró ni el apoyo
internacional ni el apoyo doméstico que necesitaba para poder atacar Siria. El
impulso de sus preparativos para lanzar el anunciado ataque fue frenado por el
voto en el Parlamento británico que le negó al primer ministro del Reino Unido,
David Cameron, la posibilidad de acompañar a Obama en una nueva aventura
militar.
El “no” británico y
el del muchísimos países más puso en evidencia la pérdida de influencia de
Estados Unidos en el mundo. Y a eso se sumó la incapacidad de Obama para
liderar y la falta de una política consistente con respecto a Siria.
En efecto, desde un
principio Obama se mostró muy renuente a intervenir en ese país, aunque luego
decidió mandar los buques al Mediterráneo afirmando que el ataque químico sirio
no podía quedar impune. El “no” parlamentario británico lo hizo retroceder.
Resolvió entonces pedirle el apoyo al Congreso estadounidense. Y cuando se dio
cuenta que no lo lograba, aceptó rápidamente la propuesta diplomática soviética
para eliminar todas las armas químicas sirias que, según se supo luego, ya
habían discutido sin éxito.
En ese contexto, el
acuerdo de ayer, sin duda, es el triunfo de la Realpolitik en un
mundo globalizado cada vez más multipolar.
En efecto, el texto
acordado no es un producto de una batalla ideológica ni de una convicción
moral, como podría ser el excepcionalismo estadounidense. Es producto de que
tanto el presidente Obama como su colega Putin vieron que el acuerdo les
convenía de una forma muy pragmática y realista.
Obama logró evitar
una eventual dura derrota en el Congreso, donde la mayoría de los legisladores
estaban en contra del ataque. Putin, por su parte, demostró que Rusia ha
recuperado su poder de influencia no sólo a nivel internacional sino también a
nivel regional en el Oriente Medio.
Cada una de las
partes hizo concesiones. Estados Unidos renunció a que la amenaza militar fuera
incluida en la resolución de las Naciones Unidas que oficializará el acuerdo.
Si Siria no cumple, habrá una nueva discusión en el Consejo de Seguridad.
Rusia, a su vez, tuvo
que aceptar que Estados Unidos no sacará totalmente de la mesa la opción
militar. “Si la diplomacia fracasa, Estados Unidos sigue preparado para actuar”,
dijo el presidente Obama ayer en un mensaje sobre el tema. Por otra parte,
Rusia también aceptó que el plan para desmantelar el arsenal sirio tuviera un
calendario muy rígido y verificable, cosa que reclamaba la Casa Blanca.
A largo plazo, el
ganador sin embargo es Rusia porque, si el acuerdo funciona, al fin y al cabo
su aliado, el presidente sirio Bachar al Assad, permanecerá en el poder. En
medio del desmantelamiento de las armas químicas, será ya muy difícil seguir
armando y apoyando a los rebeldes.
Clarín, 15-9-13