Los orígenes de un
absurdo.
Stefano Fontana
Los acontecimientos
franceses de estos días están poniendo en discusión la versión moderada de
laicidad propuesta por el filósofo Charles Taylor. En Francia, los alcaldes no
pueden recurrir a la objeción de conciencia frente a los matrimonios entre
personas homosexuales, ni por motivos religiosos, ni por opciones filosóficas:
la ley no lo permite. Ante estas circunstancias, que se prevé que se difundan
cada vez más, debemos repensar una idea de la libertad de conciencia y de
religión, que vaya más allá de la versión moderada e iluminada que Charles
Taylor ha vuelto a proponer en su libro “La scommessa del laico” ("La
apuesta del laico") (Laterza, Roma-Bari 2013) escrito junto a Jocelyn
Maclure.
Según Taylor, el
Estado debe ser neutral frente a los marcos de referencia religiosos o
filosóficos. Pero no puede ser neutral en el compromiso de garantizar a todos
los ciudadanos la igualdad de trato y el respeto por sus opciones morales y
religiosas. Si no fuese así, no podría garantizar la convivencia. Por eso, el
Estado no debe hacerse un paladín de la secularización, combatiendo a la
religión. Debe huir de la tentación de hacer de la laicidad el equivalente a
una religión laica, sustituyéndola con una filosofía moral laica, una especie
de religión civil, que es lo que, según Taylor, está ocurriendo en Francia. Al
contrario, debemos superar la vía de los ajustes razonables.
Si el calendario
prevé que el día domingo sea festivo, y no el sábado o el viernes, si en la
escuela no se come Kosher como prefiere la tradición religiosa judía, si no se
permitiera enseñar con el burka o que haya un policía con turbante, basta
prever las excepciones, es decir los ajustes razonables, y todo se ordenaría.
Por supuesto, debemos reconocer estos ajustes no sólo a los marcos de
referencia religiosos, sino también a los seculares. Una persona vegetariana
tiene derecho, en la escuela o en la cárcel, a un menú vegetariano, así como
una persona de religión judía tiene el derecho que en su trabajo le permitan
permanecer en casa el sábado para cumplir con sus deberes religiosos.
Ahora, las nuevas
disposiciones francesas sobre la objeción de conciencia de los alcaldes ponen
en crisis esta versión moderada, por una serie de razones.
La primera es que, al
aceptar la propuesta de Taylor, cada marco de referencia debería tener derecho
al respeto y a la protección del Estado. Si el criterio, como dice Taylor, es
sólo la adhesión en conciencia de los miembros, también una asociación de
pedófilos, o de pornógrafos, o de mafiosos, tendría derecho a la protección
estatal. Se abriría a una proliferación casi interminable de solicitudes de
protección de diferentes marcos de referencia. La distinción, en efecto, entre
preferencias individuales —gustos, deseos … — y marcos de referencia morales y
existenciales es muy sutil. Si vemos uno ¿se trata solo de un gusto subjetivo o
de una visión de la vida? Si alguien pretende ser un policía con barba y
turbante porque es un Sikh, ¿por qué otro no podría hacerlo peinado con una
cresta coloreada y un piercing en la nariz?
Además, los ajustes
razonables se pueden lograr cuando se trata simplemente de llevar un símbolo
religioso en una oficina pública, pero ¿cómo sería posible hacer frente, por
ejemplo, al aborto o al matrimonio homosexual? También aquí se podría apelar a
los marcos de referencia que merecen la protección del Estado. Cuando se tocan
los problemas de la ley natural, los ajustes razonables saltan, porque
admitirlos ya no sería razonable. Y si se admiten derechos y ajustes
irracionales, entonces, por coherencia, se debería admitir todo.
Este es el punto:
¿cuándo un ajuste es razonable y cuándo no? Si no se concibiera al Estado como
indiferente a los marcos de referencia que se derivan de la ley natural, el
criterio sería muy claro. Sí al policía de religión Sikh con turbante, sí al
judío que se queda en casa al sábado, sí a la joven musulmana que va a la
escuela con el velo, pero no al matrimonio entre dos homosexuales. Sin embargo
ocurre lo absurdo cuando, por el contrario, el Estado francés prohíbe ir a la
escuela con velo, pero permite el matrimonio homosexual.
La solución moderada
de Taylor no es capaz de sostenerse, y se desliza, inevitablemente, hacia la
solución radical a la francesa. Sin un criterio, como podría ser el de la ley
natural, ya no se entendería cuál sería el ajuste, si no solo en términos de
mayoría y minoría. Y entonces la mayoría también podría reclamar el derecho de
no conceder ajustes, como está ocurriendo en Francia con la objeción de
conciencia de los alcaldes. También esto podría ser un marco de referencia y
una visión de vida, y no sólo un gusto o deseo.
Osservatorio
Internazionale Cardinale Van Thuân, 28-10-13