El nuevo frente de
tormenta en la relación argentino-uruguaya vuelve a mostrar a nuestro país
anclado en sus errores o, peor, incapacitado para procesarlos y resolverlos. El
presidente de Uruguay, José Mujica, firmó el decreto que autoriza a la planta
productora de pasta celulósica de Fray Bentos a aumentar su producción, lo que
ya ha provocado el rechazo de los ambientalistas de esta orilla.
Más allá de las
razones de unos y otros, lo primero que se aprecia en el renacido conflicto es
la incapacidad de nuestra diplomacia para clausurar un episodio doloroso en las
relaciones entre ambos países, pese a que el tiempo transcurrido desde que un
fallo de la Corte de La Haya dejara mal parada a la Argentina fue suficiente como
para reinventar los vínculos.
Pero quizá hemos
esperado mucho de una diplomacia que en los últimos años sólo ha sobresalido
por su consecuente ejercicio de la chapuza como metodología. La historia del
diferendo que mantuvo cerrado un puente internacional por espacio de tres años
es la de algo que nunca debió ocurrir, de haber actuado sus protagonistas como
funcionarios responsables.
Sin embargo, primó el
cálculo fácil y oportunista, el que llevó a respaldar públicamente a quienes se
arrogaban el derecho de representar a la Nación misma en la discusión que debió
mantenerse siempre entre gobiernos y con la jerarquía del caso.
Así, el bloqueo
iniciado en una causa justa se convirtió en teatro de operaciones políticas
diversas, espacio para las fotos de dirigentes oportunistas y hasta negocio
para quienes recibieron respaldo económico para digitar la protesta.
Tras el revés
internacional, no hubo mayores esfuerzos por superar los agravios mutuos y,
sobre todo, ningún gesto de humildad por parte de un gobierno que se había
equivocado desde el primer día. Por lo contrario, se prefirió seguir jugando el
rol de vecino poderoso. Lo cierto es que no supimos negociar cuando era tiempo
de hacerlo ni poner paños fríos cuando las cosas se tornaron irremediables.
El fantasma de
nuestra impotencia –la del Gobierno y unos cuantos particulares– vuelve a
mostrarnos su rostro más descarnado: Uruguay no tiene razón alguna para
gentilezas con la Argentina y el paciente Mujica volvió a padecer
el rigor del encono de la presidenta Cristina Fernández.
el rigor del encono de la presidenta Cristina Fernández.
No es la primera vez,
pero ahora resulta imposible ignorar el cansancio de nuestros vecinos. Quizá
ellos no saben que por aquí la falta de modales suele ser aplaudida. Henos
parados, otra vez, frente al espejo de nuestro desmadre, con ese enojo que
huele a impotencia. Si alguna vez tuvimos razón, ya hicimos lo necesario para
que no se note. Bastaría con una gestión de buenos oficios para que las cosas
volvieran a su curso; y eso se llama, aquí y en todas partes, diplomacia.
La Voz del Interior,
editorial, 5-10-13