Por Daniel
Arroyo
La ola de saqueos en
Córdoba confirma un dato que hace rato se viene insinuando: la situación en los
grandes centros urbanos se está complicando cada vez más.
Rosario, con el
avance del narcotráfico y los conflictos sociales; el conurbano bonaerense, con
situaciones de violencia permanentes, y Córdoba, antes con el narcotráfico y
ahora con los saqueos, muestran nuevos problemas (que no tienen que ver con el
hambre) para los que no hay respuestas o políticas públicas claras.
La rebelión policial
en Córdoba sí marca una novedad importante en la medida en que demuestra tanto
el vacío que queda cuando no hay control como la capacidad de bandas
organizadas para saquear o entrar a lugares de manera rápida y coordinada.
La facilidad con que
una persona puede comprar droga o hacerse de armas en nuestro país genera un
caldo de cultivo permanente que, frente a una oportunidad como la que sucedió
en estos días, da vía libre para lo que sea.
La tensión y el pase
de facturas entre la provincia y la
Nación refuerzan también una idea muy instalada en la
sociedad y es que "acá cada uno tiene que arreglarse como puede y no hay
mucho que esperar del Estado ni de la policía o de la Justicia ".
La creencia de que
frente a los problemas los ciudadanos están solos se agiganta en cada
catástrofe y en cada debate acerca de quién tiene la responsabilidad
institucional.
Ahora bien, la
magnitud de los saqueos, la extensión que han tenido y lo impactante de esta
situación dan cuenta, también, de la existencia de problemas sociales profundos
que están siempre latentes y que explotan cuando se dan situaciones
excepcionales como las de estos días.
Lo que está latente
es la falta de integración social, la idea de que no hay caminos claros para
mejorar o para generar movilidad social ascendente.
En concreto, un pibe
que hoy consigue una "changuita" en el barrio gana menos que el que
vende droga o está vinculado a otra actividad. No le queda nada claro a una
persona que el estudio o el trabajo sean el camino para mejorar su vida cuando
los caminos alternativos parecen dar más rédito.
La pérdida de
horizonte, las dificultades cotidianas dadas por el hacinamiento, el trabajo
precario o el viajar mal van quemando las cabezas de las personas y conforman
una situación de "mal vivir" constante.
Esto termina
explotando de diversas maneras, a veces como violencia en el hogar, otras como
violencia contra docentes, médicos o en la canchita de fútbol del barrio.
Los saqueos son de
una escala y una gravedad mayor, pero no dejan de reflejar la violencia, las
tensiones, los conflictos y la idea de que cada uno tiene que manotear y
agarrarse de lo que pueda.
Está claro que no se
pueden explicar el vandalismo y los robos sucedidos en Córdoba sólo por el mal
vivir cotidiano, el acceso a drogas y armas, y la falta de referencias en las
instituciones.
Pero está claro,
también, que estamos frente a un proceso de desintegración social creciente en
los grandes centros urbanos, que hace que pueda suceder cualquier cosa, entre
otras, la que vivimos en estos últimos días.