viernes, 6 de diciembre de 2013

UN PLAN DE SEGURIDAD URGENTE



Por Sebastián García Díaz*

¿Qué pasó en Córdoba? No nos equivoquemos en el diagnóstico. No es que la falta de policías disparó lo peor de la naturaleza humana de nuestra sociedad, lo que nos lleva a formarnos visiones apocalípticas de la moral de nuestra gente. Más del 90 por ciento de los cordobeses permanecieron en sus casas, atemorizados, cuidando a sus familias y no se les pasó por la cabeza salir a delinquir el martes a la noche.

Pero hay un porcentaje importante que hace tiempo vive de la distorsión de trabajar para narcos, punteros políticos, barrabravas, patotas sindicales o llenando ómnibus para actos en los que ni siquiera saben quién habla. Esta gente salió activada por una indicación de sus “caciques”, seguramente impulsados por una motivación política. Así se realizaron los primeros saqueos, que nunca son espontáneos.

A esto se suma otro porcentaje de gente que compra el relato del resentimiento, de la división y, por eso, se ve justificada para robarles a otros, convencida de que ninguno de esos otros se salva de la duda de cómo hizo la plata. Son los que aprovecharon ese martes la ocasión para robarse algo al paso. Pero estos no son el factor mayoritario ni determinante sin los primeros.

En el centro de la escena del análisis hay que poner, por tanto, no a una sociedad dominada por el “sálvese quien pueda”, sino a nuestros gobernantes y, también, a la Policía. Lo que pasó esa noche fatídica nos marca la prioridad y la urgencia por instrumentar un giro muy profundo en la forma en la que estamos concibiendo y gestionando la seguridad en Córdoba. En nuestro caso, tenemos un plan para proponer.

Si es real que el 80 por ciento de los que salieron a robar son personas vinculadas al delito en forma directa o indirecta, y que responden a narcos, punteros, barrabravas, etcétera, entonces ha quedado patente el grave problema al que nos enfrentamos. Porque la capacidad de acción (y de destrucción) que han demostrado, y la cantidad de personas que responden a estos cabecillas del crimen y que son parte de sus redes de influencia es notable.

Es un error imaginarse a esta gente vestida de negro, como en las películas. Son simples vecinos, iguales a los que corrían esa madrugada con objetos robados, que hace mucho están viviendo al margen de la ley y que desde hace un tiempo empezaron a responder a jefes que los están organizando porque tienen plata, contactos y poder. Parte de este fenómeno es el incipiente proceso de favelización que supimos denunciar.

Redes de delito
En el informe que presenté cuando dejé mi cargo, calculé, junto con otros expertos, unos 2.500 puntos de venta de droga, sólo en el Gran Córdoba.

Si cada familia tiene por lo menos cuatro integrantes (tienen más), hablamos de un mínimo de 10 mil personas dispuestas a todo.

Con sólo esas personas lanzadas a la calle, se arma un desastre como el que vivimos. ¿Cómo enfrentar este avance? ¿Es sólo cuestión de que nuestra Policía vuelva a patrullar? Ya no hacen falta más policías, hace falta inteligencia aplicada al desafío de desbaratar las cabezas de estas redes y sus líneas de influencia.

¿Por qué en los robos había camionetas de alta gama? No porque “hasta gente rica salió a robar”. Los que robaron esa noche lo hicieron con logística y con destreza, porque no son ladrones de ocasión, marginados, sino que están en las redes del delito lideradas por mandos altos y medios narcos, punteros, etcétera.

No podemos descartar que su objetivo no haya sido robar, sino demostrar su poder (incluso motivados por algún sector de la Policía, que quiso el caos para fortalecer sus reclamos). El desafío, entonces, es que nuestro sistema de seguridad libere a los barrios de la influencia de estos caudillos tan negativos para nuestra sociedad.

Ahora, la sociedad llega a su base social con sus sacerdotes y pastores, dirigentes vecinales, clubes y organizaciones no gubernamentales.

Pero el Estado sólo está llegando a través de punteros (y más de un empleado público que lo último que quiere es vincularse con esas realidades). Los punteros han degenerado: se han convertido en mercenarios de la movilización de personas, sea para el político gobernante, sea para el barrabrava, sea para el sindicalista que quiere romper la ciudad, sea para el narco.

Por eso, el plan de seguridad que proponemos contempla una acción conjunta de desarrollo social, salud, educación y seguridad en el territorio, pero con una alta dosis de tecnología, inteligencia y planificación por detrás. Si no, no sirve.

*Exsecretario de Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico de Córdoba.


La Voz del Interior, 6-12-13