ALCADIO OÑA
Si la culpa de los
cortes de luz es de las distribuidoras que no invirtieron, ¿por qué el Estado
regulador no intervino antes y dejó tan expuestos a los usuarios? Nada nuevo
hay en los apagones de estos días, salvo que son mayores a los de otras
temporadas.
La secuencia de
dificultades crecientes revela una responsabilidad cuanto menos compartida,
aunque no pareja, porque la función de garantizar un servicio esencial le
compete por entero al Estado. Más precisamente, al Gobierno.
Cada cual puede poner
las fichas en el casillero que mejor le convenga, pero lo verdaderamente real
es que consumidores de todos los colores y de todas partes del país han sido
forzados, nuevamente, a pagar por los platos que otros rompen.
Y si los argumentos
que usan los funcionarios no son excusas de ocasión para sacarse la papa
caliente de encima, en las formas el caso de las distribuidoras luciría bastante
parecido al de Repsol. El kirchnerismo cayó en la cuenta de que los españoles
habían vaciado YPF, después de tolerar supuestas maniobras durante años y hasta
ser socios en algunas, como aquella “argentinización” de 2008 pactada a la
sombra del poder con empresarios amigos.
La estatización de la
petrolera fue celebrada como un triunfo de la soberanía. Pero ahora que se
conocen ciertos detalles, aunque no todos, de la indemnización ofrecida a
Repsol, termina por comprobarse que en el mejor de los casos se trató de un
triunfo muy caro. Semejante a la asociación, también oscura, entre YPF y la
norteamericana Chevron.
Aquí mismo saltan dos
ejemplos de gigantesco doble discurso. Y habrá que ver si la estatización de
las distribuidoras no es una simple amenaza para salir del paso, o si el
Gobierno está decidido de verdad a tomar un problemón del que es arte y parte.
Puro jueguito para la
tribuna hacen los voceros del oficialismo, cuando afirman que no existen
apremios con la generación de energía.
Basta observar los
datos crudos de la realidad para ponerlos en off side y preguntarse: ¿qué pasa
cuando la producción de un insumo crítico e insustible viene en caída libre y,
al mismo tiempo, aumenta fuerte la demanda? Muy simple, pasa que hay un cuadro
grave llamado escasez.
Casi ni hace falta
decir que en el centro de la escena aparecen, de nuevo, el Gobierno y los
usuarios. Eso sí, con roles bien diferentes.
Alrededor del 65% de
la generación eléctrica del país proviene de las usinas térmicas, abastecidas
esencialmente a base de gas natural y combustibles derivados del petróleo. Un
30% es hidroelectricidad y el resto, energía nuclear.
Luego, si alguno de
los pilares centrales tambalea, tambalea toda la estructura. Y hace rato que
los grandes soportes están llenos de grietas.
Según cálculos
privados, entre 2004 y 2012 la producción de gas natural cayó 15,4% y un 6% en
los últimos doce meses. En el otro platillo de la balanza, el consumo canta un
crecimiento mayor al 30% desde 2004.
La ecuación cruje por
todas partes.
Peor aún es lo que
sucede con el petróleo. De 2004 a 2012, la producción bajó 34% y 3% en los
últimos doce meses, mientras el consumo se empinó 44%, con un impresionante
200% para las naftas.
Encima, las reservas
de gas, claves en la matriz energética, son la mitad de las que había en 2001,
lo cual dibuja un horizonte de producción muy comprometido. Y la suma de los
factores da una formidable pérdida de patrimonio nacional.
Obviamente, los
períodos no fueron elegidos al azar: le pegan directo a la gestión
kirchnerista, igual que las consecuencias. Y no hay manera de alegar sorpresa:
hubo imprevisión, porque la crisis energética había sido largamente advertida,
sin que el Gobierno hiciera nada para dar vuelta el proceso.
Cómo sostener,
entonces, que el problema sólo está en la distribución. Sí, está en los cables
y en los transformadores antiguos que no fueron reemplazados y saltan apenas el
clima aprieta. Pero también anida en la base de la estructura, la generación de
energía.
Suena a bueno, a muy
bueno, que aumente la demanda, pues eso significa crecimiento de la economía.
El punto es que la producción acompañe y que ambas variables no corran por
carriles tan desconectados.
Así se explica que la
importación de gas y de combustibles, imprescindible para tapar el agujero
interior, pueda escalar este año a US$ 13.000 millones y a US$ 15.000 millones
en 2014. No hay con qué darle a semejantes números; para colmo, todo caro.
Otra vez, las
variables que se bifurcan. Con exportaciones energéticas en baja, el balance
cambiario sectorial va camino a cerrar el año con un déficit de US$ 7.000
millones y escalaría hasta US$ 11.000 millones en 2014.
Todo representa una
montaña de dólares; además, de dólares escasos. Y todo explica la urgencia del
Gobierno por sacar divisas de donde sea, aún pagando costos altísimos, como el
increíble regalo a las multinacionales cerealeras o el casi 9% que YPF arregló
por un crédito de apenas US$ 500 millones.
Hay más números para
este boletín de facturas insostenibles. Ahora le toca a los subsidios a la luz
y el gas, que sumarían unos $ 88.000 millones en 2013 y salen de la enorme
brecha que existe entre los precios de importación y los que se cobran en el
mercado interno.
El Estado banca la
cuenta, o sea, los contribuyentes. Aunque se trate de un sistema tan
discrecional como desigual, y a la vez flojo en transparencia.
Estudios privados
revelan que el 20% más rico de la población se queda con cerca del 43% de la
torta de los subsidios. Al 20% más pobre, apenas le toca un 6,2%. El resto va a
las capas medias.
Si se ha logrado
digerir semejante cantidad de cifras y tanta plata junta, es posible concluir
en que cuesta encontrar ese Estado regulador de la actividad privada y a la vez
útil en la distribución del ingreso que pregona el kircherista. Hay, en efecto,
un Estado presente, sólo que presente al modo K.
En estos días
calurosos hacia adentro y hacia afuera de la Casa Rosada, el jefe
de Gabinete debió ensayar todos los argumentos que encontró, a veces al costo
de contradecirse o de contradecir el mensaje que otros pretendían de él.
Con uno dio en el
clavo, aunque en el fondo tampoco lo favoreció. Dijo que los problemas con la
electricidad eran parientes del crecimiento económico, del mayor consumo y la
caída del desempleo.
La contracara es que
la misma crisis energética le pone un tapón al menú de Jorge Capitanich: “En la
mejor de las hipótesis, viviremos cinco años más a dieta”, dice un
especialista. Mientras tanto, el desbarajuste seguirá comiéndose divisas
escasas.
Como ocurre con el
resto de los problemas que ha acumulado, el kirchnerismo cosecha de su propia
siembra. Y si soñó con pasarles los costos políticos a los que vengan, los
tiempos no le dan.
Y así estamos, al cabo
de diez años.
Con la incorruptible
realidad tocando la puerta y el horizonte color oscuro.
Clarín, 22-12-13