Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuan
Newsletter n.469 | 2014-01-21
Debemos reconocer que
también en las mentes de muchos católicos y en amplios espacios dentro de la Iglesia el concepto de
“bien común” se está debilitando, hasta ser equiparado al denominado interés
general. La cosa es bastante evidente, por ejemplo, en el debate sobre las
Uniones Civiles, que volvió recientemente a la palestra. Muchos católicos han
traspasado la línea del non possumus y han inventado soluciones de dudoso
compromiso que demuestran precisamente lo que estamos diciendo, es decir el
empobrecimiento del concepto de bien común, tal como ha sido enseñado siempre
por la Doctrina
social de la Iglesia.
Entre los muchos
ejemplos que se podrían realizar, citaré sólo el documento de Portogruaro. ¿De
qué se trata? El Grupo de Compromiso Civil y Político hace referencia al
Instituto de Ciencias Religiosas del seminario de Portogruaro y al Vicario para
la cultura de aquella diócesis. Este Grupo organizó en Portogruaro (Pordenone)
los "encuentros eclesiales de compromiso civil y político”, uno de los
cuales se dedicó al problema del reconocimiento jurídico de la convivencia
entre homosexuales, y al final produjeron un documento, al que llamamos
"documento de Portogruaro".
A decir verdad, el documento de
Portogruaro ha desarrollado una propuesta hecha hace algunos años por el Grupo
de Estudio sobre Bioética creado por los jesuitas de Milán alrededor de la
revista "Aggiornamenti sociali". En el número 6 del año 2008, poco
tiempo después de la publicación de la
Nota de los obispos italianos sobre el problema del
reconocimiento de las parejas de hecho, se encuentra esta propuesta (pp.
421-444) que concluye de esta manera: "En este contexto, la opción de
reconocer el vínculo entre personas del mismo sexo parece justificable para el
político católico". A la misma conclusión llega ahora el documento de
Portogruaro, y es compartida más de lo que podría parecer.
Este asunto despierta
mucha confusión e incluso desconcierta. El documento de Portogruaro abandona
muchas enseñanzas de la
Doctrina social de la Iglesia relativas a la persona, a la familia, a
la procreación, al origen de la sociedad, a la ley moral natural, etcétera.
Pero no es de eso de lo que quiero hablar aquí, sino del concepto de bien
común, o mejor dicho de lo que queda de él en este caso.
El documento de
Portogruaro sostiene que dos homosexuales, que se ayudan mutuamente sobre la
base de una convivencia estable, contribuyen con la construcción del bien
común. Aquí sus palabras exactas: la pareja de convivientes debe ser reconocida
jurídicamente en cuanto «contribuye a la construcción del bien común» y por tanto,
«en el reconocimiento del valor y de la importancia comunitaria de esta
proximidad», dado que «cuidar de otra persona de manera estable es una forma de
realización personal y al mismo tiempo contribuye con la vida social en
términos de ser solidarios y compartir».
Una relación entre
seres humanos expresa proximidad, solidaridad y compartir, y por lo tanto,
tiene un valor comunitario, si está dentro de la verdad de las relaciones entre
las personas. Cuando el magisterio católico considera la homosexualidad un
"desorden", dice también que ella no puede ser propuesta como un
ejemplo de proximidad, solidaridad y compartir, los cuales, en el desorden, no
pueden llegar a ser lo que son.
El concepto de bien
común propuesto por la
Doctrina social de la Iglesia comprende también el respeto de la ley
moral natural y del orden creado. Podemos decir, con Juan Pablo II, que
comprende la ecología humana. La sociedad no es un montón de individuos
aislados y puestos juntos, unos con otros, de acuerdo a sus gustos o deseos
subjetivos. La sociedad no es un sitio de encuentros en Internet en que cada
uno busca a su compañero, sea quien sea él, de modo que tal convivencia deba
ser reconocida públicamente. ¿Reconoceríamos una convivencia de tres personas?:
También en este caso los tres podrían expresarse proximidad, solidaridad y
compartir? ¿También este caso debería tener reconocimiento jurídico?
Como puede verse,
detrás de estas propuestas, hay una desviación en la comprensión de lo que es
el bien común, al que cada vez más se le equipara a la suma de los bienes
individuales, lejos de un orden del bien que nace de la naturaleza de la
persona y de la familia. Del bien común forma parte la pareja heterosexual,
complementaria en su polaridad y abierta a la vida. Esto es algo que el
documento de Portogruaro no lo niega, pero luego añade que también los
convivientes homosexuales contribuyen con el bien común. Esto es algo
contradictorio. La sociedad no nace de dos individuos sexualmente indiferentes.
El bien común no nace
como resultado de juntar caminos individuales, el bien común nos precede. Forma
parte de las formas, los valores, los fines que nosotros recibimos de nuestro
ser personas. El bien común es la realidad que nos nutre mediante las
relaciones con los demás y con Dios, es el orden por el cual las partes están
unidas y por el que las relaciones humanas tienen sentido dentro de la
naturaleza específica del hombre. Si partimos de individuos absolutamente
autónomos ya no podríamos formar vínculos no imaginarios. Lo social no se
construye con lo individual. Sin el reconocimiento de la unión natural entre
los hombres no se construye ningún bien común.
No hay que olvidar
—pero es lo que más a menudo se olvida— que este orden de valores y fines
naturales de los cuales nace el bien común, se pierde de vista si no está
respaldado por los fines del orden sobrenatural. También el Evangelio es bien
común y también las enseñanzas de la Iglesia. El pluralismo no debe hacernos olvidar
que el Evangelio y las enseñanzas de la Iglesia no son un positivismo católico, sino que
están para el bien de todos, y por el bien del todo. Perdida de vista esta
densidad en la concepción del bien común, es lógico que los católicos terminen
apoyando el reconocimiento de presuntos derechos que se alegan deben cumplirse.
Pero el todo del bien común no es una suma de derechos individuales
satisfechos, ni de sentimientos retribuidos, ni de solidaridad que no califica
como humana.
Osservatorio
Internazionale Cardinale Van Thuân