martes, 21 de enero de 2014

DENSIDAD DEL CONCEPTO DE BIEN COMÚN



 Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuan
Newsletter n.469 | 2014-01-21


Debemos reconocer que también en las mentes de muchos católicos y en amplios espacios dentro de la Iglesia el concepto de “bien común” se está debilitando, hasta ser equiparado al denominado interés general. La cosa es bastante evidente, por ejemplo, en el debate sobre las Uniones Civiles, que volvió recientemente a la palestra. Muchos católicos han traspasado la línea del non possumus y han inventado soluciones de dudoso compromiso que demuestran precisamente lo que estamos diciendo, es decir el empobrecimiento del concepto de bien común, tal como ha sido enseñado siempre por la Doctrina social de la Iglesia.

Entre los muchos ejemplos que se podrían realizar, citaré sólo el documento de Portogruaro. ¿De qué se trata? El Grupo de Compromiso Civil y Político hace referencia al Instituto de Ciencias Religiosas del seminario de Portogruaro y al Vicario para la cultura de aquella diócesis. Este Grupo organizó en Portogruaro (Pordenone) los "encuentros eclesiales de compromiso civil y político”, uno de los cuales se dedicó al problema del reconocimiento jurídico de la convivencia entre homosexuales, y al final produjeron un documento, al que llamamos "documento de Portogruaro". 

A decir verdad, el documento de Portogruaro ha desarrollado una propuesta hecha hace algunos años por el Grupo de Estudio sobre Bioética creado por los jesuitas de Milán alrededor de la revista "Aggiornamenti sociali". En el número 6 del año 2008, poco tiempo después de la publicación de la Nota de los obispos italianos sobre el problema del reconocimiento de las parejas de hecho, se encuentra esta propuesta (pp. 421-444) que concluye de esta manera: "En este contexto, la opción de reconocer el vínculo entre personas del mismo sexo parece justificable para el político católico". A la misma conclusión llega ahora el documento de Portogruaro, y es compartida más de lo que podría parecer.

Este asunto despierta mucha confusión e incluso desconcierta. El documento de Portogruaro abandona muchas enseñanzas de la Doctrina social de la Iglesia relativas a la persona, a la familia, a la procreación, al origen de la sociedad, a la ley moral natural, etcétera. Pero no es de eso de lo que quiero hablar aquí, sino del concepto de bien común, o mejor dicho de lo que queda de él en este caso.

El documento de Portogruaro sostiene que dos homosexuales, que se ayudan mutuamente sobre la base de una convivencia estable, contribuyen con la construcción del bien común. Aquí sus palabras exactas: la pareja de convivientes debe ser reconocida jurídicamente en cuanto «contribuye a la construcción del bien común» y por tanto, «en el reconocimiento del valor y de la importancia comunitaria de esta proximidad», dado que «cuidar de otra persona de manera estable es una forma de realización personal y al mismo tiempo contribuye con la vida social en términos de ser solidarios y compartir».

Una relación entre seres humanos expresa proximidad, solidaridad y compartir, y por lo tanto, tiene un valor comunitario, si está dentro de la verdad de las relaciones entre las personas. Cuando el magisterio católico considera la homosexualidad un "desorden", dice también que ella no puede ser propuesta como un ejemplo de proximidad, solidaridad y compartir, los cuales, en el desorden, no pueden llegar a ser lo que son.

El concepto de bien común propuesto por la Doctrina social de la Iglesia comprende también el respeto de la ley moral natural y del orden creado. Podemos decir, con Juan Pablo II, que comprende la ecología humana. La sociedad no es un montón de individuos aislados y puestos juntos, unos con otros, de acuerdo a sus gustos o deseos subjetivos. La sociedad no es un sitio de encuentros en Internet en que cada uno busca a su compañero, sea quien sea él, de modo que tal convivencia deba ser reconocida públicamente. ¿Reconoceríamos una convivencia de tres personas?: También en este caso los tres podrían expresarse proximidad, solidaridad y compartir? ¿También este caso debería tener reconocimiento jurídico?

Como puede verse, detrás de estas propuestas, hay una desviación en la comprensión de lo que es el bien común, al que cada vez más se le equipara a la suma de los bienes individuales, lejos de un orden del bien que nace de la naturaleza de la persona y de la familia. Del bien común forma parte la pareja heterosexual, complementaria en su polaridad y abierta a la vida. Esto es algo que el documento de Portogruaro no lo niega, pero luego añade que también los convivientes homosexuales contribuyen con el bien común. Esto es algo contradictorio. La sociedad no nace de dos individuos sexualmente indiferentes.

El bien común no nace como resultado de juntar caminos individuales, el bien común nos precede. Forma parte de las formas, los valores, los fines que nosotros recibimos de nuestro ser personas. El bien común es la realidad que nos nutre mediante las relaciones con los demás y con Dios, es el orden por el cual las partes están unidas y por el que las relaciones humanas tienen sentido dentro de la naturaleza específica del hombre. Si partimos de individuos absolutamente autónomos ya no podríamos formar vínculos no imaginarios. Lo social no se construye con lo individual. Sin el reconocimiento de la unión natural entre los hombres no se construye ningún bien común.

No hay que olvidar —pero es lo que más a menudo se olvida— que este orden de valores y fines naturales de los cuales nace el bien común, se pierde de vista si no está respaldado por los fines del orden sobrenatural. También el Evangelio es bien común y también las enseñanzas de la Iglesia. El pluralismo no debe hacernos olvidar que el Evangelio y las enseñanzas de la Iglesia no son un positivismo católico, sino que están para el bien de todos, y por el bien del todo. Perdida de vista esta densidad en la concepción del bien común, es lógico que los católicos terminen apoyando el reconocimiento de presuntos derechos que se alegan deben cumplirse. Pero el todo del bien común no es una suma de derechos individuales satisfechos, ni de sentimientos retribuidos, ni de solidaridad que no califica como humana.



Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân