Laura Chávez
Diario de León
José Miguel Mulet ha
emprendido una cruzada: pide rigor científico, sobre todo en las cosas del
comer. La tecnología en los alimentos, subraya, existe desde siempre y podría
servir para –si los tiranos y corruptos lo permiten– reducir el hambre en el
mundo. Aunque esté de moda defender «lo natural», lo «sin conservantes» y los
productos «sin química», este profesor de Biotecnología de la Universidad
Politécnica de Valencia clama contra la «burbuja de la agricultura ecológica» y
contra las creencias paracientíficas que, según él, rodean a la alimentación.
Acaba de publicar Comer sin Miedo. Mitos, falacias y mentiras sobre la
alimentación en el siglo XXI (Destino), su segundo libro.
– Dice que un tomate
tiene más tecnología que un IPhone5. ¿No exagera?
– Apenas llevamos 30
o 40 años investigando con tecnología móvil, mientras que los tomates fueron
domesticados hace 3.000 o 4.000 años. ¡Mire si hemos tenido tiempo para
desarrollar la tecnología! Un tomate silvestre no se parece en nada a uno
cultivado; el silvestre es tóxico. Uno viene del otro por intervención humana.
Hemos creado una especie completamente nueva para nuestro beneficio.
– Según usted, los
productos de agroecología destilan buen rollo y mucho misticismo, pero tienen
poca base científica.
– Intentar hacer una
agricultura más respetuosa con el medio ambiente en principio es una idea
genial. El problema es cuando se quiere desarrollar renunciando a la
tecnología, porque la mayoría de pesticidas y nuevas variedades ayudan a
hacer una cosecha más eficiente. Cuando compras agricultura ecológica no
sabes qué estás comprando, porque el reglamento europeo de producción ecológica
lo único que dice es que todo lo que le pongas al producto sea natural. No hay
ningún dato que avale que sea mejor para la salud. La mayoría se produce en
invernaderos de Almería y se exporta a Alemania. ¿Qué tiene eso de social? La
agroecología como hobby está muy bien, pero de ahí a pensar que el futuro de la
alimentación es tener tu propio huerto... Hagamos números: mide tu terreno y
multiplícalo por la población de España, ¿habrá huertecitos para todos? Ahí es
cuando digo que no tiene base científica; haciendo números con eso no vamos a
la vuelta de la esquina.
– ¿Cree que la
agricultura ecológica es una burbuja?
–Tal como está
montada, sí. Obtiene unas subvenciones brutales. Si se las quitaran, el mercado
desaparecería.
– ¿Qué subvenciones?
– Solo de la Unión
Europa, España recibió, entre el 2007 y el 2011, 150 millones de euros, y
Alemania, 240 millones. Entre los cinco países más subvencionados suman 3.000
millones de euros para un 6% de la superficie agrícola. A eso habría que sumar
las subvenciones nacionales y autonómicas, que también hay. Y eso para un
consumo ínfimo. Los supermercados ecológicos se abren en zonas bien y siguen
siendo de consumo minoritario. En España, el consumo habitual de agricultura
ecológica no llega al 4%.
– La agricultura
tradicional también está subvencionada?
– No tanto, es
desproporcionado. Por ejemplo: no hay ninguna subvención específica por
transgénico, y eso que su superficie cultivada ha aumentado un 12% este año.
Porque funciona. Otra cosa es que además la política agraria común es un
desastre.
– En su punto de mira
también está Greenpeace. ¿Por qué?
– Porque me molesta
que digan mentiras. Han destrozado campos experimentales y han dado al traste
con años de investigación pagada con fondos públicos. Hace tres meses estaban
en Filipinas destrozando campos de arroz dorado y allí la gente estaba pidiendo
comida después del paso del tifón Haiyan. Nunca verá una acción de Green-peace
contra compañías petroleras estadounidenses, porque reciben fondos de ellas.
Tampoco hacen campaña contra los transgénicos en Estados Unidos y, en cambio,
en España sí, cuando un transgénico en Europa ha superado más controles que
cualquier otro alimento.
– Dice que no nos
preocupemos por los transgénicos. ¿Tampoco por los conservantes artificiales?
– Gracias a ellos
muchos estamos vivos. La seguridad alimentaria que tenemos ahora no existía
hace 30 años, cuando la gente moría de disentería, de fiebres tifoideas o
brucelosis. También es un mito pensar que los conservantes son algo reciente:
el salazón y el escabeche que usaban nuestras abuelas también lo eran. Y la
utilización de nitritos para conservar carne viene de los egipcios.
– ¿Asustar con la
comida es fácil?
– Mucho. A diario
recibimos correos alertando de que tal o cual alimento es cancerígeno. Cuando
nos llegue cualquier información alarmista, vale la pena consultar la página de
la Agencia Española de Seguridad Alimentaria (Aesan) y, si la agencia no ha
dicho nada, tranquilidad.
– Pero hay alarmas
alimentarias que sí están justificadas, ¿o no?
– Está bien que nos
asustemos, pero a veces nos pasamos de frenada. Durante la crisis de las vacas
locas estuvimos tres meses sin comer ternera y luego se nos olvidó. Luego
resultó ser un brote aislado en Gran Bretaña y no una epidemia, por un regalo
envenenado de la política de austeridad de Margaret Thatcher; no se hizo la
esterilización como se debía y se usaron piensos animales, que es una burrada.
Crisis como la de la carne de caballo sólo demuestran que nuestro sistema de
seguridad alimentaria funciona muy bien, porque a los dos meses los
responsables ya estaban detenidos y nadie se puso enfermo.
– Su investigación se
centra en conseguir plantas más tolerantes a la sequía, ¿para qué?
– Trabajo en ciencia
básica; estoy buscando los genes que pueden ser interesantes para desarrollar
plantas tolerantes a la sequía. Cada vez que hay una sequía se pierden cosechas
enteras. Si consiguiéramos hacer plantas que las toleraran, aumentaría la
producción de alimentos y habría más comida para la gente.
Fuente: Mitos y Fraudes
Estrucplan, 28-2-14