Por Leonardo Iglesias
Contín
“No afirmo nada que
no pueda comprobar”. La respuesta de la periodista mejicana Cecilia González
apunta a la presencia del narcotraficante Joaquín “el Chapo” Guzmán en
Argentina. “No hay pruebas de que haya sido así”. Entonces su voz tendrá razón:
para transitar los tenebrosos entramados del narcotráfico, hay que correr los
riesgos que uno pueda sortear. Y eso hizo desde 2008 hasta dar forma a su
reciente Narcosur, la sombra del narcotráfico mejicano en Argentina.
Para eso caminó con
pies de plomo. Buscó el dato preciso. Reconstruyó una telaraña que se antojaba
por lo menos peligrosa y que escondía la llegada a Buenos Aires de Amado
Carrillo Fuentes, líder del Cartel de Juárez, la historia de “la ruta de la
efedrina” (que deriva en los asesinatos de Sebastián Forza, Leopoldo Bina y
Damián Ferrón), hasta el asesinato de dos colombianos en un shopping y la
supuesta estadía en el norte de nuestro país del “Chapo” Guzmán, cabeza
–atrapada– del Cartel de Sinaloa.
–¿Cuál es tu mirada
sobre el crecimiento del narcotráfico en Argentina?
–En estos años, el
narcotráfico en Argentina se expandió al igual que en el resto del mundo.
Antes, las noticias sobre decomisos, capturas o todo lo relacionado con los
narcos era algo excepcional; en cambio, ahora es algo cotidiano y ya se ha
denunciado incluso la penetración del poder corruptor del narco en los cuerpos
de seguridad, lo que demuestra que el problema sigue creciendo.
–¿El lavado de dinero
llevado a cabo por Amado Carrillo Fuentes hace pensar que Argentina comenzaba a
ser incorporada en la agenda de los narcos?
–No hace pensar, fue
una prueba de que Argentina ya estaba en la agenda de los narcos, pero insisto,
no sólo Argentina. Ellos van a todos lados, lo raro sería que no vinieran
también aquí. En ese viaje, Amado Carrillo también estuvo en Chile, Uruguay y
Brasil.
–¿Por qué creés que,
luego de que se cerrara en México la importación de efedrina y seudoefedrina,
los narcos optaron por Argentina?
–La efedrina proviene
de Asia y es un componente esencial para fabricar metanfetaminas. México
prohibió su importación por completo en el año 2007, así que los narcos
comenzaron a buscar dónde conseguirla. Y en esa época, en Argentina la efedrina
se vendía sin mayores controles. Era obvio que iban a venir a buscarla acá. Las
investigaciones demostraron que Argentina importaba mucha más efedrina que la
que necesitaban los laboratorios para fabricar medicamentos legales, así que no
fue muy difícil saber adónde fueron a parar los excedentes. Por suerte, después
del escándalo de la ruta de la efedrina, Argentina limitó la importación de
efedrina y ahora sí se controla.
–Los gobiernos
argentinos se encargaron siempre de afirmar que este era un país “de paso” para
las drogas. ¿En algún punto esta afirmación permite quitarle responsabilidad al
Estado en su lucha contra el narcotráfico?
–La categoría de
“país de paso” no la da el Gobierno, la dan los organismos internacionales.
Pero, de todas maneras, estar en cualquier tipo de categoría implica una
responsabilidad para el Estado, no hay manera de que se desligue, sobre todo si
el problema creció.
–Es imposible pensar
que, después de más de una década de que el Cartel de Juárez lavara dinero en
nuestro país (y donde había pruebas para condenarlos), no haya ningún imputado,
ni procesado, ni preso, sin la connivencia del Estado. En ese sentido, ¿qué
otros actores se pueden identificar como responsables?
–El caso es muy
complejo, y quedó en la nada. Las investigaciones no avanzaron, así que no hay
más acusados que los que cuento en Narcosur.
–¿Los narcos manejan
sus negocios como si fueran una empresa multinacional que busca tercerizar sus
actividades y eliminar sus competidores para lograr el monopolio de la droga?
–Son empresas
trasnacionales del crimen organizado. Entendieron y aprovecharon la
globalización. Ya no se dedican sólo al narcotráfico, sino a la trata de
personas, el secuestro, la piratería o el lavado de dinero. Diversificaron sus
crímenes, abrieron “franquicias” en decenas de países, y con sus millones
crearon miles de empresas fantasma en paraísos fiscales. En todo han tenido
éxito.
–Los sucesos
ocurridos en 2008 en Buenos Aires: el allanamiento de la casa en Ingeniero
Maschwitz, la ejecución de los dos colombianos en el shopping Unicenter y el
triple crimen de Forza, Bina y Ferrón, evidenciaron una telaraña que se estaba
tramando o por lo menos un punto en común. ¿En qué proceso de la investigación
dijiste “esto está unido por un denominador común”?
–El punto en común de
los tres casos es Forza, quien, por una parte, estaba tratando de hacer
negocios con el mejicano Jesús Martínez Espinoza –señalado como “el rey de la
efedrina”–, el dueño del laboratorio de metanfetaminas que se encontró en
Maschwitz, y, por otra, tenía trato con uno de los colombianos asesinados en el
Unicenter. Sabemos que Forza le ofreció cargamentos de efedrina a Martínez
Espinoza, pero todavía no sabemos qué relación tenía con el colombiano, qué
negocios quería hacer con él. Forza es heredero de la política de los ’90, de
la ansiedad por enriquecerse rápido, a costa de cualquier cosa, así fuera
vendiendo medicamentos vencidos o haciendo negocios con narcotraficantes.
–¿Qué hay de cierto
en que “el Chapo” Guzmán y parte de su familia estuvieron en la Argentina ?
–No hay pruebas de
que haya sido así. De cualquier manera, lo importante no es tanto si vino él
personalmente, sino que gente vinculada con él sí trató de construir una nueva
ruta para el tráfico de metanfetaminas que fuera de Argentina a Estados Unidos.
–Sin desmerecer su
detención, seguimos creyendo que, decapitando la cúpula, la estructura es un
castillo de naipes que se cae sola, cuando es sabido que eso no pasa. ¿Cuál es
el objetivo de perseguir y detener a un capo sin haber desmembrado antes esa
estructura?
–Tampoco se puede
desmembrar la estructura sin capturar al jefe, es un círculo. Debemos reconocer
al gobierno mejicano por haber encontrado a un capo, pero también entender que
esto no resuelve por sí solo el fenómeno del narcotráfico ni termina con la
violencia. Hay que hacer muchos otros esfuerzos.
–¿En algún momento de
la investigación tuviste miedo o te empezaste a cuestionar en qué lugar te
habías metido?
–Me dio miedo cuando
se empezaron a acumular los expedientes. Conforme los iba leyendo, entendía que
hay un submundo criminal que nos rodea a todos los ciudadanos, que está aquí
nomás, cerquita. También me dio miedo cuando me avisaron que el único mejicano
que fue absuelto en el primer juicio de la ruta de la efedrina había sido
detenido en México y estaba vinculado con el Cartel del Milenio. Yo lo había
entrevistado en Buenos Aires, y, claro, me dijo una y mil veces que era
inocente. Por supuesto, me había mentido.
–En algunos casos, el
periodismo es una profesión de riesgo, y mucho más complejo parece ser
ejercerla en México. El periodista Gregorio Jiménez, asesinado en febrero, es
el ejemplo más inmediato. En ese sentido, ¿cómo se hace para investigar
sabiendo que la muerte puede encontrarte en la próxima esquina?
–Eso lo pueden
responder mejor mis compañeros que trabajan en México sin la mínima protección,
ni de sus medios, ni del Estado. En mi caso, Buenos Aires es un oasis, no
siento riesgo de ningún tipo, pero esas condiciones de privilegio son las que
me hacen formar parte de los movimientos de denuncia por la desprotección de mis
compañeros. Es agridulce hablar con ellos, me despiertan una enorme admiración
porque pese a todo quieren seguir siendo periodistas, investigar, denunciar.
Pero también es muy doloroso saber que muchos de ellos están amenazados, o
desplazados, que viven con el miedo encima.
–¿Qué garantías creés
que puede ofrecer un gobierno, en este caso el de Peña Nieto, a los
periodistas, si no puede combatir al crimen organizado?
–Bueno, esa es la
pregunta, o más bien la demanda, que le estamos haciendo al gobierno a través
de la campaña “Prensa, no disparen”, que se basa en denunciar cada agresión a
periodistas, marchar hacia las dependencias de gobierno, documentar las
historias de los compañeros desaparecidos o asesinados. Seguiremos peleando.
Perfil
Cecilia González
nació en 1971, en México. Vive en Buenos Aires. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación , con un
posgrado en la
Universidad Complutense de Madrid. Comenzó su carrera en 1993
como reportera del diario mejicano Reforma. Ha publicado en medios de Colombia,
Francia, Italia y España. Es autora del libro Escenas del periodismo mejicano.
Historias de tinta y papel. Desde 2002 trabaja para la Agencia Notimex en
Argentina.