JOSÉGÓMEZ LÓPEZ
Nadie podrá negar que
Adolfo Suárez fue un hombre de fe, una fe discreta pero firme. La expresión de
esa fe honda, sencilla, teresiana para más señas, tiene su evidente expresión
en la familia que formó, en la educación católica de sus hijos, en la forma de
enfrentarse al dolor y a la muerte de sus seres más queridos y, cómo no, en la
forma de entender y realizar la acción política, hasta el punto de que el
obispo de Ávila, monseñor Burillo, no duda en afirmar que Adolfo Suárez fue un
católico en la vida pública.
De todos es conocida
su gran aportación a la sociedad: la reconciliación de todos los españoles. Su
política consiguió que las dos Españas volvieran a encontrarse tras décadas de
odio y desencuentros. Inauguró un estilo de convivencia política respetando las
diversas posiciones y buscando tenazmente el pacto y el consenso.
Al traer a la memoria
la larga, limpia y generosa trayectoria de su vida al servicio de España, nos
resulta inexplicable sin la fuerza inspiradora y motivadora del amor cristiano
que embargó su corazón desde su infancia y juventud.
Cuando desde la Doctrina Social de
la Iglesia se
solicite una determinada manera de hacer política, el nombre de Suárez tal vez
deba figurar como un modelo a estudiar. La razón es muy sencilla: Adolfo Suárez
llevó a cabo aquello tan necesario como utilizar sus virtudes para el bien
común y contener sus defectos lo mejor que supo y pudo. Y fue mucho.
Suárez fue el
gobernante que hizo suyo a Aristóteles y a Santo Tomas sin haberlos estudiado.
El político gobernante que entendió que la verdad política existe en nosotros
como un espejo roto: cada uno tiene una parte y su aportación es cooperar a
reconstruirlo.
Hoy, da la impresión
que en nuestra democracia todos tienen su espejo. Ya no hay uno en común que
reconstruir. Se trata de destruir los espejos de los demás.
“La concordia fue
posible”, se lee en el epitafio de la tumba de Adofo Suárez. Es una frase para
la historia, que resume el espíritu de toda una época sin duda idealizada, pero
a la que los españoles podemos mirar con orgullo y tratar de imitarla en
nuestro tiempo.