martes, 15 de abril de 2014

UN CATÓLICO EN LA VIDA PÚBLICA


JOSÉGÓMEZ LÓPEZ


Nadie podrá negar que Adolfo Suárez fue un hombre de fe, una fe discreta pero firme. La expresión de esa fe honda, sencilla, teresiana para más señas, tiene su evidente expresión en la familia que formó, en la educación católica de sus hijos, en la forma de enfrentarse al dolor y a la muerte de sus seres más queridos y, cómo no, en la forma de entender y realizar la acción política, hasta el punto de que el obispo de Ávila, monseñor Burillo, no duda en afirmar que Adolfo Suárez fue un católico en la vida pública.

De todos es conocida su gran aportación a la sociedad: la reconciliación de todos los españoles. Su política consiguió que las dos Españas volvieran a encontrarse tras décadas de odio y desencuentros. Inauguró un estilo de convivencia política respetando las diversas posiciones y buscando tenazmente el pacto y el consenso.

Al traer a la memoria la larga, limpia y generosa trayectoria de su vida al servicio de España, nos resulta inexplicable sin la fuerza inspiradora y motivadora del amor cristiano que embargó su corazón desde su infancia y juventud.

Cuando desde la Doctrina Social de la Iglesia se solicite una determinada manera de hacer política, el nombre de Suárez tal vez deba figurar como un modelo a estudiar. La razón es muy sencilla: Adolfo Suárez llevó a cabo aquello tan necesario como utilizar sus virtudes para el bien común y contener sus defectos lo mejor que supo y pudo. Y fue mucho.

Suárez fue el gobernante que hizo suyo a Aristóteles y a Santo Tomas sin haberlos estudiado. El político gobernante que entendió que la verdad política existe en nosotros como un espejo roto: cada uno tiene una parte y su aportación es cooperar a reconstruirlo.

Hoy, da la impresión que en nuestra democracia todos tienen su espejo. Ya no hay uno en común que reconstruir. Se trata de destruir los espejos de los demás.

“La concordia fue posible”, se lee en el epitafio de la tumba de Adofo Suárez. Es una frase para la historia, que resume el espíritu de toda una época sin duda idealizada, pero a la que los españoles podemos mirar con orgullo y tratar de imitarla en nuestro tiempo.


La Región