La Nación, editorial,
18-5-14
En la historia de un
país, una "herencia" de un gobierno nos remite a las herramientas
morales y materiales que éste deja a las generaciones siguientes, sin depender
de los avatares de la fortuna, ni de cosechas extraordinarias, ni de
yacimientos inesperados.
Si bien es prematuro
referirse a la "herencia" que dejará el kirchnerismo, cuando aún
queda más de un año y medio para que Cristina Fernández de Kirchner concluya su
gestión, la presidenta de la Nación se anticipó al realizar su propia
evaluación , en un acto en la Casa de Gobierno, donde manifestó: "Al
próximo presidente le quiero dejar un país mucho mejor" y , refiriéndose a
las "conquistas logradas", remató: " Acuérdense de cómo estaban
en 2003 y cómo están ahora".
Es probable que gran
parte del público estuviese de acuerdo con la apreciación de la primera
mandataria, en particular con el adverbio "ahora". Pues la llamada
"década ganada" se caracterizó por el gasto y el consumo
"ahora", para construir poder, sin inversiones ni visión de largo
plazo.
Es bueno que tantas
familias hayan tenido acceso al automóvil, renovado sus electrodomésticos y
gozado de vacaciones, pero ni el auto, ni la heladera, ni el plasma -y mucho
menos, las vacaciones- son bienes que heredarán las generaciones siguientes.
También aplaudirán 14 millones de personas que viven del Estado, entre las que
hay jubilados que no han realizado aportes, empleados públicos y beneficiarios
de planes sociales. Y no dejarán de aplaudir los empresarios con regímenes de
privilegio para vender caro a los argentinos, ni quienes reciben subsidios sin
controles o una tan sideral como arbitraria pauta publicitaria, ni los
contratistas que evitan las licitaciones públicas.
Los aplausos tentaron
al progresismo, que se malversó en formas vulgares de provecho personal. Desde
los sueños compartidos entre Madres y matricidas, hasta la bolsa de Miceli, la
valija de Antonini o los retornos de Jaime. Sin olvidar la apropiación de una
imprenta para fabricar billetes y los lujosos hoteles de El Calafate con
habitaciones reservadas y abonadas aunque no se ocupen, para justificar pagos a
la familia presidencial. El progresismo también olvidó la condena moral hacia
el juego, símbolo de la frivolidad capitalista, autorizando bingos, casinos y
tragamonedas, reductos ideales para lavar dinero, si no se optase por
blanquearlo con los Cedin.
Al ritmo de los
aplausos bajaron las reservas, se consumió el stock ganadero, cerraron
frigoríficos, desapareció el trigo, se desalentó la lechería, se castigaron las
economías regionales, se acabó el petróleo, hizo cortocircuito la energía
eléctrica, faltaron gas e insumos industriales, chocaron los trenes, y el dólar
y muchas libertades fueron condenadas al cepo.
El Banco Central fue
autorizado para emitir sin respaldo. Y lo hizo con prodigalidad. La Argentina
ocupa el cuarto puesto en inflación, luego de Venezuela, República Belarús y
Egipto. Las autoridades han intentado ocultarlo, falseando las estadísticas del
Indec, pero la única verdad es la realidad. La inflación destruye el ahorro y,
sin ahorro, no hay inversión. Impulsa la carrera de precios y salarios, con
despidos y paros. Fortalece la "patria sindical". Resucita la
"patria financiera" y bastardea la moneda nacional, tenga la imagen
de Roca o de Evita. Pero ¿a quien le importó el ahorro, si hubo Fútbol para
Todos, Tecnópolis, Bicentenario, feriados puente y Precios Cuidados para combatir
el agio y la especulación?
Mientras el gobierno
argentino financió la fiesta con más y más inflación, nuestros vecinos, como
Chile, Uruguay e incluso Bolivia, lograron financiarse en el mundo a tasas
menores al 5% anual, un nivel entre dos y tres veces inferior al que podría
endeudarse hoy la Argentina.
Para sostener el
gasto público, los planes sociales y los sueldos camporistas se necesita un
vigoroso sector privado que ofrezca empleos en serio, basados en su
productividad y no en proteccionismo. Pero mejorar los servicios públicos y
expandir la infraestructura requiere créditos de largo plazo, bajo ley
extranjera. Sin esas inversiones, los anuncios matutinos del jefe de Gabinete o
los vespertinos de la Presidenta son cartón pintado. Por ello, cuando el
andamiaje estatal se queda sin fondos, se ajusta por presión tributaria y
pordevaluación, y se elevan la pobreza y la indigencia.
La educación merece
un comentario aparte, pues la mayor inversión realizada en edificios y
equipamiento no ha sido acompañada con una mejor calidad educativa, y la
escuela pública continúa su decadencia, lo cual impide que los más pobres
puedan insertarse en la sociedad a través de un trabajo genuino, rompiendo la
brecha de desigualdad que cada año se ensancha.
"La violencia de
arriba provoca la violencia de abajo", decían los setentistas. La
percepción del sistema legal como instrumento de violencia institucional ha
inspirado la tolerancia hacia el delito, impulsando la justicia por mano
propia, el linchamiento, la violencia escolar, el forzamiento de guardias de
hospitales, los tiroteos entre sindicalistas y los palazos en canchas de
fútbol. Los cortes de calles por piquetes, los bloqueos de plantas industriales
y la ocupación de tierras por doquier, pasando por las intimidaciones de
"trapitos" o limpiavidrios, han sido incentivados por la inacción
oficial, basada absurdamente en el criterio de que la protesta social no puede
ser criminalizada.
La Conferencia
Episcopal acaba de sentenciar que "la Argentina está enferma de
violencia", atribuyendo a la corrupción y la impunidad la proliferación
del crimen organizado. Corrupción y violencia, más el juego y el
"lavado", han convertido nuestro país en un lugar de elaboración,
consumo y tráfico de drogas. Un síntoma de la descomposición social.
La dilapidación de la
"herencia" no ha sido sólo material, sino también ética y cultural.
Para crear un "nuevo orden", el kirchnerismo apuntó contra las
instituciones republicanas, la mejor herencia de nuestros mayores. El primer
acto fue reescribir la historia nacional como lucha revolucionaria de
liberación, condenándose el modelo de la Organización Nacional, que introdujo
la inmigración y la modernidad tolerante, exaltando en cambio a caudillos
regionales, bajo cuyos gobiernos no hubiesen podido sobrevivir, ni expresarse.
El segundo acto ha
sido desviar los fondos culturales del área específica (ahora ministerio) a la
Unidad del Bicentenario, en la propia Casa Rosada, responsable de armar los
grandes shows mediáticos que encandilan a la Presidenta y convocan multitudes,
con fines proselitistas. Pompas de jabón que tampoco se heredarán, salvo su
costo inflacionario, que se pagará con ajuste. En los papeles, la teoría de la
liberación fue aplicada al pie de la letra: nos hemos alineado con Cuba,
Venezuela, Irán y hasta con Rusia.
Para la liberación,
el canciller Héctor Timerman empleó su alicate para abrir cajas precintadas del
avión militar que envió Washington; se estatizaron empresas privatizadas; el
Estado se apropió de las acciones de Repsol en YPF; se cortó el suministro de
gas a Chile; se prohibieron transbordos de mercadería en puertos uruguayos, y
se agravaron las dificultades en el Mercosur, dándole la espalda a la pujante
Alianza del Pacífico porque firmó un tratado de libre comercio con los Estados
Unidos.
La nueva hegemonía
pretendió eliminar la división de poderes, la prensa independiente y los
derechos individuales. De allí el intento de "democratizar" la
Justicia, politizándola; la proliferación de decretos de necesidad y urgencia;
la creación de la agrupación Justicia Legítima para quitar a la Dama la venda y
la balanza, dejándole sólo la espada; la cooptación del Ministerio Público
Fiscal tras la expulsión de Esteban Righi y la suspensión del fiscal José María
Campagnoli; la inminente designación de conjueces adictos y la manipulación de
los subrogantes; el desmantelamiento de los organismos de control y la
utilización del Ejército como brazo verde oliva del proyecto nacional.
El embate contra los
"medios concentrados" para evitar las voces disonantes ha tenido
muchos frentes de acción, desde la utilización del canal oficial como órgano
partidario y las emisiones en cadena hasta el chantaje a avisadores para
impedir la publicidad en los diarios no alineados. En paralelo, se promovió la
construcción de nuevos grupos de medios alineados con el "relato
oficial", financiados con fondos públicos. En el orden institucional, la
sanción de la ley de medios para desguazar al Grupo Clarín; el intento de
controlar Papel Prensa; la utilización de agencias del Estado para intimidar a
los directivos de los medios independientes, y los ataques a periodistas
críticos mediante escraches, el abuso de la flamante ley antiterrorista o su
descalificación permanente.
¿Quedará un país
mucho mejor para el próximo presidente? Casi todos los logros que enorgullecen
a la actual jefa del Estado fueron acciones asistenciales, festivas o no
sostenibles en el tiempo. Han transcurrido 12 años desde la crisis de 2002,
durante los cuales la Argentina disfrutó de las mejores condiciones
internacionales en más de un siglo. Hubo tiempo y recursos para educar, incluir
y desarrollarse. Sin embargo, aumentaron la inseguridad y la violencia, la
inflación, la corrupción, el narcotráfico, el miedo y la pobreza.
Los Kirchner optaron
por utilizar esa oportunidad para construir poder y lograr aplausos. Del mismo
modo, la crispación desde el poder y la concepción oficial de que los
adversarios son enemigos acentuaron las divisiones en la sociedad y reflotaron
odios y rencores como nunca se vieron en la Argentina desde la recuperación de
la democracia.
Ahora, cuando el
consumo parece en vías de agotarse y las arcas están vacías, cuando arrecia el
narcotráfico y la unión nacional ha pasado a ser una asignatura constitucional
pendiente, se enfrentarán con nuevas generaciones que reclamarán la herencia
que les es debida.