Por Carlos Pagni
La Nación, 19-5-14
"Yo les pido,
antes de dejarse llevar por lo que muchas veces les planteen en la caja boba,
que por favor piensen cómo estaban en 2003 y cómo están ahora. Con eso me
alcanza y me sobra."
Es difícil encontrar
un discurso de Cristina Kirchner en el que no haya una referencia similar. En
un trance de ajuste, cuando se recortan los salarios reales, se retiran
subsidios, disminuye el crédito y cae el consumo, ella necesita que sus
feligreses no pierdan la memoria del estado en que se encontraba el país cuando
su esposo llegó al poder. Como todo populismo, el kirchnerismo escribe su
propio cantar de gesta. El héroe es Néstor Kirchner, que no sólo liberó a la
Argentina de una crisis terminal, sino que también murió por ella.
La narración cobija
una insinuación salvífica que desalienta el debate. Es una historia sagrada en
contra de la cual cualquier evidencia es accidental. La organización de los hechos
puede prescindir, por lo tanto, del rigor histórico.
Por eso la Presidenta
se permite algunas tergiversaciones. Por ejemplo: a medida que el país se va
internando en la recesión, la evocación de aquel punto de partida se vuelve más
dramática. Así, en el recuerdo de la señora de Kirchner, 2003 es mucho más
infernal ahora que hace un par de años.
A veces hace falta
modificar un par de datos para que el truco siga funcionando. El último 28 de
abril, Cristina Kirchner explicó que "en 2003 las provincias tenían cuasi
monedas y el gobierno de Néstor Kirchner rescató durante su gestión todos los
papelitos" .
En realidad, el
rescate de las cuasi monedas lo dispuso Eduardo Duhalde, el 28 de marzo de
2003. Es decir, dos meses antes de la asunción de Kirchner. Si hubiera que
realizar un homenaje, los destinatarios serían Atanasoff, Ruckauf o Juanjo
Álvarez, entre otros ministros que, con Duhalde, firmaron el decreto. ¿Tendrá
Cristina Kirchner esa cortesía?
Discutir las
condiciones en las que el kirchnerismo encontró la economía permite comprender
la lógica general de su política y, por lo tanto, formular un diagnóstico más
adecuado para la crisis que está en curso. Es un ejercicio indispensable en
medio de una campaña electoral cuyos principales candidatos proponen un giro
respecto de lo que se ha venido haciendo.
Cuando Néstor
Kirchner llegó al poder, no sólo no circulaban ya cuasi monedas. También había
desaparecido el "corralito". El 2 de diciembre de 2002, Roberto
Lavagna, entonces ministro de Economía de Duhalde, anunció la liberación de los
depósitos retenidos en los bancos. Y el 28 de marzo de 2003 anunció que los que
habían adquirido certificados de depósitos reprogramados (Cedros) podían
capitalizarlos. Se abrió, de ese modo, el "corralón".
Además de contar con
estas soluciones, el gobierno instalado el 25 de mayo de 2003 encontró una
economía con variables promisorias. El desempleo, que en mayo de 2003 había
tocado el pico de 23,3%, en el cuarto trimestre de 2002 cayó al 20,2%, en el
primer trimestre de 2003 fue de 19,9% y en el tercero fue de 17,4%. Es decir,
la desocupación se había derrumbado 10 puntos porcentuales en poco más de un
año.
La mejora del empleo
se explica por el fin de la recesión y el inicio de una etapa de expansión que
será un beneficio formidable para Kirchner. La economía, que se había contraído
durante cinco años, registró por primera vez en el segundo trimestre de 2002 un
crecimiento respecto del trimestre anterior. Es el momento en que Duhalde
anuncia que dejará la Presidencia debido a los asesinatos de Maximiliano
Kosteki y Darío Santillán. En el segundo trimestre de 2003, el crecimiento fue,
anualizado, del 13% respecto del primero. Cuando Kirchner llegó, la economía ya
se había reanimado.
También el nivel de
reservas aumentaba. El 1° de enero de 2003 era de US$ 10.500 millones. Y el 25
de Mayo, día de la asunción del nuevo gobierno, de US$ 11.100 millones. Un
incremento de 10% en cinco meses. En septiembre de 2004, cuando Alfonso
Prat-Gay dejó el Banco Central, estaban en un nivel similar al actual. Así como
se acumulaban más reservas, disminuía la tasa de interés. Para los depósitos a
plazo fijo en pesos era, el 1° de enero de 2003, del 22%. Pero el 23 de mayo ya
había caído al 12%.
Cuando Kirchner llegó
a la Casa Rosada, la inflación también se desaceleraba. Había tenido un pico
del 40% durante 2002 por la devaluación del 200%. Pero en mayo de 2003 era de
un 14% interanual. En junio bajó al 10%. Y en diciembre fue del 3,7%.
A Kirchner también le
dejaron un superávit fiscal que, en diciembre del año en que asumió, era del
3%. Y un superávit comercial récord de 8 puntos del PBI.
La recreación del
pasado que realiza el kirchnerismo se sostiene en la supresión del período
anterior a su llegada. Según ese Indec historiográfico, Néstor Kirchner
encontró el país en las condiciones en que lo había dejado Fernando De la Rúa
en 2001. Es una manipulación imprescindible para exaltar al héroe. Porque, si
se ajustara la interpretación a lo sucedido, Cristina Kirchner debería admitir
que su esposo se hizo cargo de una Argentina ya encaminada. Ese reconocimiento,
además de relativizar la magnitud de la hazaña, implicaría admitir la enorme
deuda que contrajo con su antecesor. Duhalde no sólo llevó a Kirchner a la Casa
Rosada. También hizo el ajuste que le permitió acumular poder político sobre la
base de una recuperación que, para mayo de 2003, ya había sido inaugurada. Si
la Presidenta aceptara esta lectura del proceso, estaría reconociendo que su
"proyecto nacional y popular" no significó una ruptura con toda la
historia anterior. Fue el gozoso heredero de una evolución muy alentadora,
engendrada en la matriz menos presentable: el PJ del conurbano bonaerense.
Sobre esa plataforma
heredada, Kirchner llevó adelante una gestión muy consistente durante más de
tres años. El producto creció durante su mandato alrededor del 9% al año. El
superávit fiscal superó siempre el 3,5%. En 2004, Prat-Gay se permitía la
exquisitez de regular las variables monetarias y cambiarias de acuerdo con la inflación
proyectada (inflation targeting), cuyo cálculo era materia de concurso entre
los economistas.
Así como el país en
llamas que encontró Kirchner tiene rasgos mitológicos, también está muy
extendida la presunción de que aquellas tendencias saludables se malograron
cuando llegó al poder la Presidenta. Es la tesis de varios funcionarios que
acompañaron al ex presidente, pero fueron expulsados por su esposa. Un núcleo
despechado para el que la categoría "cristinismo" resulta cómoda
porque barre hasta después de 2007 todo lo reprochable que ha tenido el
kirchnerismo.
Pero los números
delatan que la macroeconomía comenzó a deteriorarse en 2006, cuando Kirchner
lanzó la campaña electoral que, un año más tarde, pondría en la Presidencia a
su esposa. La primera evidencia es la disparada del gasto. El 2006 fue del 29%
y en 2007 fue del 43%. La embestida contra el campo para conseguir más recursos
está prefigurada en estos números. Igual que la estatización de las AFJP.
La raíz de ese
deterioro fiscal está en la incorporación de 1,8 millones de jubilados al
régimen previsional, sin los aportes correspondientes. Según los especialistas,
sólo un tercio de esos nuevos beneficiarios eran personas de bajos ingresos. En
esta controvertida decisión está involucrada una de las estrellas electorales
de la hora: Sergio Massa, por entonces titular de la Anses.
En 2006 se produjo
también un incremento en la base monetaria que llegó al 46%. Esa expansión se
explica, sobre todo, porque el Banco Central aumentó mucho la emisión. Se
necesitaban pesos para comprar los dólares que se entregaron al Tesoro a fin de
pagar por anticipado la deuda con el FMI. Un detalle: la letra por US$ 10.000
millones que recibió el Central por esas reservas vence la primera semana de
enero de 2016. Es el primer presente griego que el kirchnerismo deja a su
sucesor. También aquí la historia complica a los opositores de estos días: el
presidente del Central de aquel momento era Martín Redrado.
El estímulo
irracional a la demanda durante aquella campaña electoral produjo el primer
salto importante en la inflación. Pasó de 9% en 2006 a 18% en 2007. La última
cifra proviene de un cálculo privado: en enero de 2007, Kirchner intervino el
Indec. El Estado comenzó a mentir sobre la situación de la economía. Fue el
comienzo del declive.
La declinación llega,
con alzas y bajas, hasta la contracción de estos días. No hay dudas de que
Cristina Kirchner dejará a su sucesor una economía mucho más problemática que
la que ella recibió de su marido. Ahora bien, si en vez de observar las cifras
de este momento se presta atención a las tendencias, se llega a una conclusión
más dolorosa: Cristina Kirchner dejará a su sucesor una economía que, en su
dinámica, es mucho más problemática que la que su marido recibió de Duhalde.