Ecofachos
Por Pablo Esteban
Dávila
El patetismo de
supuestos ambientalistas destrozando la legislatura por una Ley que,
paradójicamente, protege el medio ambiente hace difícil el análisis de la
protesta. Es tanta la irracionalidad, el equívoco conceptual de estos grupos,
que lo único que produce es estupor. No hay idealismo en inadaptados
destruyendo el patrimonio público, no hay nobleza en quienes arrojan piedras y
huevos a los legisladores, no hay épica en los que atacan a los policías por el
solo hecho de provocarlos. Sólo violencia. Violencia nihilista, violencia
vacía. Tan vacía como los argumentos presuntamente ecológicos que dicen
defender.
En una democracia las
ideas compiten, se trenzan en la lucha simbólica del debate. Esto es siempre es
saludable. Pero, a los efectos de que las ideas de las mayorías no terminen
invisibilizando las de las minorías, existen reglas de juego para que todas las
voces puedan escucharse. Es por ello que, cuando alguna idea debe transformarse
en una ley que obligue a toda la comunidad, estas reglas se condensan en el
funcionamiento del Poder Legislativo, que es el encargado de escuchar, analizar
y decidir sobre las iniciativas que sus miembros presentan en representación
del pueblo que los ha votado. Va de suyo que, si una idea se transforma en Ley,
vale tanto su contenido material como el procedimiento formal que se ha
respetado para su aprobación. Es, precisamente, el respeto por las formalidades
(el debate en comisiones, la regla de la mayoría, los reglamentos legislativos,
etc.) lo que permite que una norma devenga en obligatoria para todos,
independientemente si algunos están o no de acuerdo con sus contenidos.
En el caso de la ley
de ambiente aprobada el pasado miércoles, la norma siguió un derrotero ejemplar.
Su proyecto original fue enviado a la Legislatura por el Poder Ejecutivo a mediados de
febrero y prácticamente todos los bloques trabajaron sobre sus disposiciones.
Luego de tres meses de trabajo, se llegó a un consenso casi unánime en torno a
su contenido. El texto así acordado fue apoyado tanto por peronistas como
radicales y juecistas. Sólo la legisladora Cintia Frencia, del Frente de
Izquierda, se opuso. Como corresponde, el plenario escuchó sus motivos. Se
supone que ella fue la vocera de las razones que gritaba la minúscula claque
que protestaba fuera del recinto. Pero esto, al parecer, no fue suficiente para
sus representados.
Cuando un grupo
quiere imponer sus puntos de vista sobre los demás sin atenerse a las reglas de
juego republicanas se dice que tiene un comportamiento fascista. No importa que
el grupo en cuestión se diga de izquierda, la metodología es la misma. Tal vez,
a los fascistas de derecha se los denomine gamberros, mientras que a sus
colegas de izquierda se los llame activistas, pero las diferencias son sólo
semánticas. Ambas manifestaciones descreen de la representación política y
coinciden en que la violencia es un camino lícito para llevar a cabo sus
programas. Las dos son igualmente peligrosas para la salud democrática.
Pero esto no parece
ser evidente para todos. El espectáculo de encapuchados ante la legislatura
casi no produce reprobaciones de parte de los medios de comunicación. Tampoco
parece generar preocupación el hecho que raquíticos piquetes de activistas
hayan impedido a la empresa Monsanto realizar actividades para las que tuvo
expresa autorización. Es como si este tipo de gentes estuviera por encima de la
ley, no al estilo de los marginales, sino como si gozaran de una suerte de
inmunidad meta – republicana derivada de la presunta nobleza de su causa.
Pero esta nobleza
está lejos de existir. Ayer, por ejemplo, un fotógrafo de La Voz del Interior sufrió en
carne propia las consecuencias de tolerar este fascismo ambientalista. Cuando
Ramiro Ferreyra se acercó al campamento que bloquea el ingreso a la planta de
Monsanto en Malvinas Argentinas, cuatro encapuchados le ordenaron que se
abstuviera de hacer más instantáneas y que borrara la tarjeta de memoria de su
máquina. De nada valieron sus protestas ni las invocaciones a la libertad de
prensa. O cumplía sus órdenes o no podría irse. Recién después de obedecer,
Ferreyra pudo regresar por donde había venido. ¿Llamarán sus colegas por su
nombre a este proceder ilegal y autoritario?
Este comportamiento
se emparenta con el de la propia legisladora Frencia. Según han coincidido
varios de sus colegas, Frencia marcó a algunos legisladores favorables a la ley
ante los activistas en el momento de ingresar al recinto. Los fascistas,
previsiblemente, arremetieron contra ellos a pedradas, quienes a duras penas se
salvaron de sufrir heridas. Es evidente que, así como para este tipo de
exaltados la ley no existe, para Frencia tampoco es importante el respeto por
los que piensan diferente. Para ella la diversidad es un argumento relevante sólo
cuando se encuentra en minoría pero, cuando por circunstancias excepcionales su
posición resulta ser la más fuerte (como lo fue el estar rodeada de gánsteres
envueltos en kufiyyas de inspiración yihadista) el pluralismo es un molesto
resabio burgués que merece el linchamiento.
La mezcolanza entre
este izquierdismo sin Marx y ambientalismo de Facebook sólo puede producir
Ecofachos violentos e irracionales que se oponen, incluso, a una norma que
tiene aspectos que les viene como anillo al dedo como, por ejemplo, el
supeditar a consultas populares inversiones que pudieran tener impactos
ambientales. No hace falta ser muy astuto para darse cuenta que, con este tipo
de salvaguarda, ninguna emprendimiento que encierre alguna polémica será
autorizado de aquí en adelante.
Esta miopía se
explica porque, a diferencia de los comunistas de antaño, ninguno de estos
activistas lee otra cosa que sus propios argumentos circulares en las redes
sociales, lo que los lleva a caer en el notable contrasentido de protestar contra
una Ley que, en cuestiones muy prácticas, les asegura un amplio campo de acción
para futuros desmanes, bloqueos, campamentos, escraches o cualquier otra
iniciativa de inspiración autoritaria que se les ocurra. Marx presentaría el
caso como un típico ejemplo de alienación, un síntoma de falta de conciencia de
clase. Pero Marx está en desuso, todavía más para quienes dicen ser sus
legatarios ambientalistas.
Alfil, 13-6-14
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Reprobados en
biología; también en política
Por Gabriel Osman
La Funam es una de
las organizaciones ambientalistas más activas en Córdoba que tiene como ventaja
adicional con sus pares estar conducida por Raúl Montenegro, un biólogo con
excelentes reflejos para aprovechar las oportunidades que le brinda el sistema
mediático, como que los conoce por dentro, pues ha trabajado en varios en
Córdoba.
Hace poco formuló una
denuncia, que transcribieron muchos medios, en la que daba cuenta de un estudio
sobre muestras de sangre en diez vecinos de Malvinas, que indicaban la
existencia de peligrosos químicos clorados (Aldrin, Dieldrin, Gamma HCH, pp’
DDT, op’ DDT y pp’ DDE), prohibidos desde hace 20 años. Lo suyo fue de una
puntería quirúrgica: malditos agroquímicos como los encontrados en Ituzaingó
Anexo nada menos que en Malvinas Argentina, donde tiene planes mefistofélicos
la diabólica Monsanto.
El estrépito fue
alcanzado inmediatamente. Pero lo que vino después reveló la ignorancia
manifiesta de este ambientalista en cuestiones que son de su estricta
incumbencia. La refutación corrió por cuenta del toxicólogo Fernando Manera, un
especialista que no es solvencia ni títulos lo que le falta: Fundador de la
Asociación de Bromatología, Zoonosis y Medio Ambiente de Córdoba y autor de
“Una Amenaza Visible”, libro que trata sobre los riesgos toxicológicos a los
que el ser humano está expuesto a diario.
Este diario publicó
sus palabras en su edición del 19 de mayo: “Los compuestos químicos encontrados
en la muestra (de Malvinas Argentinas) contienen cloro en su formulación, y
provienen de agentes prohibidos en Argentina hace unos 20 años, que son
altamente persistentes y se transmiten de una generación a otra. Estuvieron en
los alimentos a nivel mundial, y por eso es altamente probable que cualquier
persona de aquí o de otro país presente las mismas sustancias”. Una semana
después –edición del 26 de mayo- lo dijo en forma más irónica en La Voz del
Interior: “Si analizáramos a Angela Merkel (canciller de Alemania desde 2005),
encontraríamos lo mismo que en Malvinas Argentinas”.
Ayer, activistas
ambientales cordobeses hicieron frente a la Legislatura lo único que saben
hacer la mayoría –o los más ruidosos- de los ambientalistas en estas latitudes:
tumulto y un desconocimiento supino de las posibilidades que le da la nueva Ley
de Medio Ambiente, aprobada prácticamente por unanimidad.
El Capítulo XII,
Participación Ciudadana para la Convivencia en Materia Ambiental, con sus doce
artículos, le otorga a todos los ambientalistas y ciudadanos de a pie,
formidables instrumentos de participación, racionales e institucionales, para
bloquear con motivos cualquier proyecto que atente de manera no sustentable le
contra el medio ambiente.
Reprobados también en
política.
Alfil, 12-6-14