(todo segun la oferta
y la demanda)
Por: Esteban Wood
La explosión de un
barco en un muelle lleva a la policía a descubrir en el sitio del siniestro
muchos cadáveres, una infinidad de sospechas y, casualmente, una fortuna
relacionada con el tráfico de drogas. Verbal Kint, un estafador rengo que
sobrevive milagrosamente al atentado, construye su interrogatorio en torno de
la figura de un mítico criminal. Al igual que en el thriller “Los sospechosos
de siempre”, los nuevos protagonistas que pretenden reorientar las políticas
mundiales sobre drogas encubren también a su propio Keyser Söze.
Según la teoría
neoclásica, existen factores capaces de modificar el crecimiento endógeno de
una economía, entendido esto como el cambio en el producto de un país en el
tiempo. Para Adam Smith, padre del liberalismo económico, el progreso guarda
relación con determinadas mejoras en el ambiente que rodea a la sociedad. La
extensión de los cultivos y el aumento no artificial de los precios, los
adelantos científicos y el incremento de la mano de obra empleada se refleja en
alzas de las rentas. Diversos trabajos posteriores avalan la hipótesis de que
en el largo plazo, y según las teorías neoclásicas, el crecimiento económico se
debe a cambios de factores propios.
En los últimos años,
se ha establecido un nuevo cuerpo de indicadores, que tienen implicaciones
sobre el crecimiento económico, y que clasifica a las variables políticas entre
las que tienen un efecto negativo y las que tienen un impacto positivo. Las
drogas ilegales se categorizarían dentro de este segundo grupo. Los nuevos
modelos económicos neoliberales adhieren a la hipótesis de que la marihuana, la
cocaína y otras sustancias ilícitas incidirían positivamente en el crecimiento
del PBI, aunque bajo una revisión histórica se asuma la contradicción de que
éstas pueden afectar negativamente a otras variables, también relacionadas con
el crecimiento, como lo son la inversión, las muertes violentas, la estabilidad
social o los costos asociados.
No sorprende el
reciente informe realizado por la London School of Economics (LSE), al que
suscriben cuatro Premios Nobel de Economía (Kenneth Arrow , Christopher
Pissarides, Thomas Schelling y Vernon Smith), y que da cuenta del fracaso de
las políticas antidrogas desde un riguroso análisis financiero de
costo/beneficio. Su sustento radica en que la prohibición sólo torna al mercado
más atractivo para que ingresen nuevos actores, ansiosos por participar de las
extraordinarias ganancias que el marco ilegal les ofrece. Y asegura que la
oferta y la demanda de drogas es algo que no se puede erradicar, y que sólo
puede ser manejado (mejor o peor) mediante la legalización.
Disiento. A priori,
la eliminación de las barreras legales y la liberación de la oferta generaría
la disminución del costo de las sustancias estupefacientes, lo cual no
representaría necesariamente una pérdida de rentabilidad del negocio. El único
cambio sobre una industria que genera más de 300 mil millones de dólares cada
año se operaría en quién la controla, pues pasaría de manos de los
narcotraficantes a las de los gerentes de empresas multinacionales.
Este nuevo escenario,
controlado por la mano invisible de la oferta y la demanda, replicaría la
brecha que se abre entre lo que hoy se paga a un productor campesino de coca
del Chapare y el precio final de un producto refinado de altísimo valor
agregado, colocado en alguna de las principales plazas de consumo. Incluso la
aparición de intermediarios seducidos por semejante amplitud en los márgenes de
ganancia, actuando bajo el parámetro de la maximización de beneficios,
extendería rápidamente los comportamientos irracionales tanto a nivel de
producción como a nivel de consumo.
No obstante, la variación en el precio
final de la droga no alteraría la demanda cautiva. En este contexto de
centro/periferia, en el cual la curva de oferta agregada se desplazaría hacia
la derecha (más oferta y más demanda), las penas seguirán siendo nuestras y las
vaquitas ajenas.
Los especialistas
también omiten señalar la relación directamente proporcional que existe entre
el estatus jurídico de una sustancia y el alcance de la oferta, la facilidad
para adquirirla, el precio y, en definitiva, el volumen de compra. En los
circuitos productivos/comerciales del alcohol y del tabaco, drogas legales, no
intervienen narcotraficantes ni distribuidores clandestinos. Sólo hay
industria, comercio, publicidad y consumo. Mucho.
El alcohol, además de
ser la droga más perjudicial no sólo en el individuo, sino para su entorno y
para la sociedad, es casi tres veces más dañina que la cocaína y el tabaco. Se
estima que por el alcohol muere 1 persona cada 10 segundos (unas 3,3 millones
por año en el mundo), y que el tabaquismo mata 5 millones de personas más. En
Argentina, como en otros países, lo que el Estado recauda mediante impuestos al
cigarrillo sólo cubre el 50% de los costos anuales de atención médica
atribuibles al consumo activo de tabaco. Vicios privados, salud pública.
Esta epidemia mundial
coloca a las políticas sanitarias frente a la encrucijada de dar respuestas a
una enfermedad que evoluciona silentemente, motorizada por un mercado de
demanda constante y en permanente crecimiento.
Frente a la
recomendación a favor de la legalización que suena claramente en beneficio del
libre funcionamiento de los mercados y contra toda intervención estatal,
entiendo que el debate respecto a cómo regular la oferta y la demanda de drogas
no es tan relevante como la necesidad de plasmar una propuesta de alcance
universal para todos los individuos afectados por un consumo abusivo.
Comprender el rol que
cierto sector del pensamiento económico mundial sigue desempeñando en la
redefinición de las políticas mundiales sobre drogas es de suma utilidad para
desenmascarar la ideología de los sospechosos de siempre. Legalizar las drogas
no es progresista. No existe lógica social alguna en un proceso que sólo
pretende favorecer la expansión de una demanda cautiva. Por el contrario, resulta
perverso, siniestro e individualista.
“No esperamos nuestra
cena de la benevolencia del panadero o del carnicero. No apelamos a su
misericordia, sino a su interés”. (Adam Smith)