Alberto Buela
InformadorPúblico,
23-7-14
El hombre medio, el
que tiene una cierta conciencia de sí y de sus circunstancias observa con
creciente desencantamiento a él mismo, al mundo y sus problemas. Y ante la
imposibilidad cada vez más acentuada de no poder modificar el (des) orden
reinante. Ante la concentración del poder, del dinero y de la fuerza cada vez
en menos manos, este hombre está invadido por un sentimiento de resignación,
pero que no posee ningún rasgo religioso, pues la sociedad en que le tocó vivir
se encuentra totalmente desacralizada.
En una palabra, no es
la resignación cristiana sino que es una resignación sin más allá.
Hoy el resurgimiento
de un cierto estoicismo, que a una resignación y falta de sacralidad, forma
parte de la conciencia desencantada del hombre de nuestros días. En el
horizonte aparece un cierto paganismo lleno de imágenes de un pasado primordial
que nadie explica muy bien. Es una sabiduría desencantada.
Nosotros hemos hecho
la prueba y le hemos preguntado a algunos de los buenos maestros en filosofía
que tenemos, tanto acá como en el extranjero, y la mayoría se conforma con un
cierto estoicismo, como una especie de resignación conformista con lo que pasa
y sucede.
Frases como “no se
puede hacer nada”; “qué se puede hacer”; “somos convidados de piedra”; “la
filosofía no tiene demanda en la sociedad de consumo”; “para qué escribir si
nadie lee”; “no conviene sacar los pies del plato”; “mejor no se meta”, pintan
este estado del espíritu.
Conviene recordar
ahora que hubo en la antigüedad dos escuelas estoicas la de los griegos y,
luego, la de los romanos. El fundador en los griegos fue Zenón de la isla de
Chipre (334-264), mas el desarrollo sistemático se debe a su discípulo Crisipo
(281-208). Concebían la filosofía con amplitud enciclopédica, como casi ninguno
tuvo lazos directos con la patria griega predomina un sentimiento cosmopolita.
Y subordinan la lógica y la física a la ética. Recomendaban la calma êsyjía =
sucia en el obrar como en el juzgar pues el error depende mucho de la
precipitación de la voluntad. Y ante la adversidad oponen la fortaleza como
sustinere, como saber soportar a la que se llega a través de la ataraxia, entendida
ésta como indiferencia, ausencia de turbaciones o, como agudamente propone
Silvio Maresca: imperturbabilidad.
La norma consiste en
vivir de acuerdo con la razón, con nuestra naturaleza profunda que nos ordena y
no alterar nada.
En cuanto al
estoicismo romano, que a través de las figuras de Séneca (4 a.C-65 d.C),
Epícteto (55-135) y el emperador Marco Aurelio (121-180) es quien más
profundamente nos ha influenciado, establece la famosa distinción entre las
cosas que dependen simpliciter = absolutamente de nosotros, y las cosas que
dependen secundum qui = relativamente de nosotros.
Las que dependen de
nosotros las enfrentamos a través de la autonomía de la conciencia moral para
la transformación positiva del “hombre interior”. Hay una primacía de la vida
interior sobre la acción. Se produce el descubrimiento de la voluntad que
después va a tener tanta incidencia en el derecho romano.
En cuanto a las que
no dependen de nosotros debemos saber soportar a través de la ataraxia o
imperturbabilidad. El denominado senequismo español con su entereza de
espíritu, austeridad y rigidez es lo más próximo que encontramos para pintar
esta actitud.
El rigorismo moral
del estoicismo antiguo en busca del perfeccionamiento del hombre interior
desconoce las partes afectivas y sensibles del hombre (varón y mujer). Y logra
la libertad de espíritu a costa del endurecimiento del corazón.
Esto último el
estoicismo contemporáneo no tiene en cuenta, él se queda limitado al aspecto negativo
del estoicismo, aquél de la imperturbabilidad ante los hechos que suceden u
ocurren y que no están a su alcance.
En este sentido el
estoicismo es un conformismo, es un sostenedor por omisión del statu quo
reinante pues nos ordena no alterar nada. De modo tal que si estamos viviendo
en un estado de injusticia, nos sugiere apartarnos, en el mejor de los casos.
El estoicismo
contemporáneo es un remedo, una mala copia del antiguo, porque es más un arte
de vivir que una filosofía de vida. No está en la búsqueda del hombre interior
sino solo en vivir sin complicaciones.
Así el estoico de
nuestros días ni se esfuerza en la comprensión del otro ni en la perfección de
sí mismo. Es un simple pasatista cuyo rasgo es la calma, la vieja êsyjia.
Mientras que para el
viejo estoico que era materialista y cosmopolita y que juzgaba el obrar de los
otros hombres con gran condescendencia, consigo mismo ejercía un rigorismo
moral insobornable. Así, siempre encuentra una disculpa a los defectos de los
hombres, pero para él ninguna.