lunes, 21 de julio de 2014

¿POR QUÉ SIGUEN MURIENDO LOS JÓVENES?



Por Esteban E. Gorriti*

La Voz del Interior, 19-7-14



Del informe mensual sobre victimología vial publicado por este diario el 1º de julio pasado, surge que durante el primer semestre de este año se registraron 232 muertos, la mitad de los cuales eran motociclistas. En junio, casi el 70 por ciento de las víctimas fatales no había cumplido los 35 años de edad. El promedio diario de muertes por siniestros viales resulta tan alto como la media registrada desde 2007 a esta parte. Y la ciudad de Córdoba fue, nuevamente, la jurisdicción con más tragedias: 10 fallecidos.
Ignorando por completo esta dura realidad, el jefe provisorio de la Policía Caminera, el comisario mayor Daniel Miroldo, declaraba a este diario, respecto de la marcha del programa Alcoholemia-Tolerancia Cero: “Estamos contentos con el primer balance”.
La frase suena como una burla cruel al dolor de quienes han perdido a sus seres queridos en los hechos ilícitos de tránsito cometidos durante dicho período. ¿Cómo se explica semejante desatino expresivo?

El funcionario policial se ufana de que sólo el 0,5 por ciento de los conductores controlados por la fuerza a su cargo resultaran multados (118 por circular con menos de 0,4 gramos de alcohol por litro de sangre).
Con habilidad burocrática, celebra la estadística que más le conviene, participando así en el juego de las falsas apariencias orquestado por sus superiores, que pretenden ver un éxito de gestión gubernamental allí donde sólo sigue habiendo muerte y dolor.

La contradicción debe ser aclarada. Cuando se sancionó la ley 10.181, advertimos a la opinión pública a través de distintos medios que la premisa “alcoholemia cero” era un notorio error de concepto, puesto que los siniestros viales causados por ebriedad de los conductores exhiben valores en sangre mucho más elevados que 0,4 gramos, registro ínfimo que en modo alguno supone ni siquiera un principio de intoxicación neurológica. Antes bien, es la prueba viviente de una ingesta etílica moderada, de la debida prudencia por parte del bebedor.

Dijimos también que el problema es que miles de borrachos al volante (portadores de alcoholemias superiores a 1,5) egresan cada madrugada de fin de semana del gran emporio de la diversión nocturna sin ser detectados por los supuestos controles de tránsito policiales ni municipales.
Denunciamos que eso ocurre porque los boliches tienen “zona liberada” y gozan de impunidad para intoxicar a la concurrencia juvenil, cosa que no podrían hacer con controles de alcoholemia en sus puertas que alejaran a sus clientelas.
Tal como afirma Natalia García en su nota publicada el 9 de julio pasado en este diario, “la mayoría de los municipios no ejerce controles de alcoholemia en áreas urbanas con sus propios inspectores”. Gran verdad que debería ser investigada.
La Caminera sólo se ocupa de controlar los tramos viales interurbanos, casi exclusivamente de día. Es decir que en evidente equívoco de procedimiento, el Estado provincial ha decidido intervenir en un campo social distinto del realmente problemático, puesto que el usuario diurno de las rutas no representa el peligro público que sí configuran los ebrios trasnochados, que se desplazan sin control por las zonas urbanas. Por eso se sigue concentrando en estas la estadística fatal.

Mientras que la baja en la cantidad de “infractores” a la exigencia de alcoholemia cero indica que el contingente controlado ya se ajustó prácticamente en forma absoluta (99,5 por ciento) a la nueva exigencia legal.
En suma, se vanagloria por nada el Gobierno, pues el flagelo de la inseguridad vial pasa por otro lado, mucho más oscuro que su ingenioso marketing político.

*Abogado, centro de estudios  Por Nuestros Queridos Hijos.