Alberto Buela (*)
El
sedicente gobierno progresista de los Kirchner (KK) va dejar el poder después
de doce años, cuatro el varón y ocho la mujer, con la bonita cifra de 31.000
asesinatos, la gran mayoría sin resolver y los resueltos sin castigo para los
culpables mediante el sistema permisivo que maneja la justicia argentina.
Un
récord más de este largo y tortuoso gobierno de los KK, logró superar la falsa
pero emblemática cifra de los 30.000 desaparecidos de la dictadura militar.
El
garantismo o mejor, buenismo jurídico, que consiste en echarle la culpa a la
víctima y exculpar a su verdugo quiere logra finalmente que las víctimas justifiquen a su victimario. Cuando
se llegue a semejante desatino, concepto que Aristóteles define magistralmente
en su primerizo escrito denominado Protréptico,
como “la falta de educación combinada con el poder engendra el desatino”.
En ese momento se cumplirá en forma acabada el ideario progresista del buenismo
jurídico.
La
buena profesora de filosofía, Diana Cohen Agrest, a quien le asesinaron un hijo
y a partir de su profundo dolor se ha transformado en nuestro país, en la voz
más autorizada de la crítica a este nefasto sistema judicial que se ha ido
imponiendo desde hace doce años, afirma que se razona diciendo: que no está permitido que a un mal causado
ayer a la victima, se le sume un nuevo mal hoy: la pena al victimario. A lo
que responde: esta visión igualitaria entre
víctima y verdugo pasa por algo no solo que los sujetos de ambos males son
distintos: uno merecido y el otro inmerecido, sino que el mal perpetrado es la
causa de la sanción.
Así
como los derechos humanos vienen siendo instrumentados de manera sesgada en
beneficio de unos y en detrimento de otros según sea su coloración política y
sus convicciones religiosas. No hay que olvidar que hoy en Argentina el
anticatolicismo ha reemplazado al antisemitismo. Así, por ejemplo,los jueces
condenan al presidente de los pequeños comerciantes de Buenos Aires por decirle
a Eduardo Elsztain, tesorero del Consejo judío mundial y máximo comerciante y
terrateniente de nuestro país, por decirle “avaro”.
Elsztain,
que es el mayor tenedor de casas y terrenos de la capital federal, está destruyendo la ciudad de Buenos Aires
convirtiéndola en un gran supermercado, y sólo falta que logre el apoyo de los
legisladores porteños para que así las
víctimas (los vecinos) terminemos justificando al verdugo.
Por
supuesto que, cuando salte exaltado un vecino perjudicado por la ambición
desmedida de Elsztain, como sucedió con la inundación del barrio pobre que está
en Saavedra al lado de uno de sus supermecados, y diga: Elsztain judío avaro. Prestos irán los jueces a condenar al vecino
perjudicado.
Estos
jueces que tenemos, como grandes conchudos[1] que
son, le dirán que lo enjuician por decir avaro, como al presidente de la
mencionada cámara de comercio, o por decir judío, y castigarlo por antisemita o
por decir Elsztain, porque este hombre no quiere que lo nombren, quiere pasar
desapercibido.
Entonces
el pobre vecino perjudicado terminará justificando a su verdugo, pues además éste
(Elsztain) en definitiva, se sacó una foto con el Papa Francisco en Roma y él,
que es un católico mistongo, no pudo hacerlo.
La
causa fundamental los 31.000 asesinatos durante los doce años del gobierno de
los KK y de todos sus funcionarios (alrededor de unos 30.000 en todo el país)
es que se rompió la proporcionalidad entre la culpa y la pena y entonces lo
único que vale es el poder: el poder del dinero, como en el caso de Elsztain o
el poder político como en el caso de los funcionarios del gobierno.
El
poder simbólico, que es el denominado “poder blando” en oposición al “poder
duro” del dinero y los puestos políticos, no corta ni pincha en nuestro país.
El caso emblemático es el del Papa Francisco, quien siendo argentino y de
procedencia popular, no es tenido en cuenta. Ni en cuanto a sus sugerencias: creen trabajo para los pobres en lugar de
darles subsidios. Ni, menos aun, en sus propuestas dogmáticas: no al aborto, ni al divorcio, ni al
matrimonio entre homosexuales, a la droga, a la prostitución, al tráfico de personas,
de órganos, a la venta de niños, etc.etc.
Estas
son las dos grandes paradojas que nos ha dejado el 2014 y la última década: a)
un sedicente gobierno defensor del pueblo que entregó la economía y la política
del país a los grupos concentrados del imperialismo internacional del dinero,
como lo denominaba Pío XII, y b) la elección de un Papa argentino escuchado por
Putin y Obama pero ignorado por la economía y la política vernáculas. Es más,
ni la Iglesia argentina que en su meollo es liberal, lleva a la práctica
cotidiana sus consejos. Los pastores no
tienen olor a oveja sino olor a burócratas y el pueblo se sigue alejando de ella.
Y así, en un año de pontificado no se ve ni se aprecia un solo cambio –por
restauración o modificación- en la Iglesia argentina.