Albert de Mun y la
Historia del poder político del catolicismo francés en la III República.
Sergio Fernández Riquelme.
Historiador, Doctor
en Política social y profesor de la Universidad de Murcia (España).
La Razón Histórica
Resumen. El presente
artículo resume la vida y obra de Albert de Mun y del catolicismo político
francés durante la III República, como referente historiográfico del proceso de
secularización de la política europea entre el siglo XIX y el siglo XX. En este
sentido se organiza el contenido expositivo en tres fases, ligadas a los
jalones de la acción pública de De Mun: reacción, reforma y pacto.
Introducción.
Albert de Mun
[1841-1914] fue el político que, quizás, mejor representa el itinerario histórico
del catolicismo francés y europeo en la transición del siglo XIX al XX. [1].
La “vocación social”
fue el lema de su vida. Servir a la sociedad francesa, desde la unidad nacional
y la justicia social, desde el legado católico y la acción política. Un
“auténtico tribuno”, como su antepasado Helvetius, que pretendió liderar al
catolicismo político-social durante decenios, en tiempos de transformación
revolucionaria (primero liberal, después socialista) que arrinconaban cada vez
más la presencia pública, la influencia institucional y la vigencia moral del
mismo[2].
El itinerario vital
de De Mun, más político que doctrinal, parece representar, pues, el camino del
mismo catolicismo francés, en sus aportaciones y contradicciones, que aspiró a guiar
desde la segunda mitad el siglo XIX [3]. Inicial fidelidad a la causa
monárquica legitimista, ante la agresión de los herederos jacobinos; posterior
búsqueda de acomodo en el parlamentarismo demoliberal; y final aceptación y
colaboración en una República laicista triunfante. Tres intentos en pro de
volver a hacer de lo cristiano, o de mantenerlo en la medida de lo posible,
ingrediente fundamental del destino colectivo de una nación que lo abandonaba
casi irremediablemente[4].
En este contexto de
cambio, y supervivencia, la opción de De Mun se ligó al nacimiento del moderno
pensamiento social católico europeo (Ketteler, Toniolo, Decurtins y Vogelsang),
floreciente a finales del siglo XIX. Y su camino a la democracia parlamentaria
pasó, finalmente, por una alternativa político-social corporativa, alternativa
a los que se comenzaban a prefigurarse como los grandes y presuntuosos rivales
ideológicos en la nueva era: el socialismo y el liberalismo. Reacción, reforma
y pacto; tres fases posibles para reconstruir la vida y obra de De Mun.
La Reacción. Al
servicio de la causa legitimista.
Adrien Albert Marie
de Munnació en Lumigny, en el departamento de Seine-et-Marne. De raigambre
nobiliaria, fue nieto del Marqués y mariscal Claude-Adrien de Mun [1773-1843],
destacado político de la Restauración. Educado por jesuitas, se ligó muy joven
a las ideas legitimistas y ultramontanas de su padre[5].
Formado en la
prestigiosa Escuela Militar especial de Saint-Cyr (Yvelines), se alistó pronto
en el ejército. Sirvió en Argelia (1862), donde quedaron enterrados sus
primeros sueños románticos de conquista colonial; pero en dichas tierras
incógnitas encontró en los rebeldes árabes una fe militante desaparecida en su
propio país[6]. Posteriormente combatió en Metz en 1870 durante la Guerra
franco-prusiana, cayendo prisionero. Durante su cautiverio en Alemania
(Aquisgrán), tras la derrota ante los militares germanos, y compartido con su
amigo René de La Tour du Pin [1834-1924], conoció el incipiente movimiento
católico-social francés de la mano de la lectura del político monárquico Émile
Keller [1828-1909] y del estadista germano Ernst Lieber [1838-1902], futuro
líder del Zentrum alemán; y especialmente al acceder a las tesis pioneras
deWilhelm Emmanuel Ketteler [1811-1877], arzobispo de Mainz [7].
La Restauración aún
no había muerto, y a ella se sumó De Mun a su vuelta. La Encíclica Syllabus de
Pio X sancionaba todavía una empresa que aspiraba a recuperar el orden social
católico y monárquico en Francia, en la antigua “joya” de la Iglesia universal.
Tras la capitulación de Napoleón III [1808-1873] ante las tropas de Otto von
Bismarck [1815-1898], León Michel Gambetta [1838-1882] había proclamado la III
República, superviviente al fallido intento de crear una “democracia social y
obrera” en la Comuna de París. Y el repatriado De Mun contempló a su llegada en
1875, con mucho dolor, un país destruido, conquistado y sin “Dios ni Rey” [8].
De Mun se sumó con
decisión a la militancia monárquica legitimista, siendo apartado de la
promoción militar por sus primeras críticas al nuevo régimen. Su misión, ser
“soldado de Dios” al servicio de la patria, le convirtió para la prensa en
“caballero de la Syllabus”, participando de las tesis de la reacción aún
marcada por la tesis de Joseph de Maistre [1753-1821], Juan Donoso Cortés
[1809-1953] y Louis de Bonald [1754-1840] [9].
Esta ligazón a las
posiciones contrarrevolucionarias se tradujo en la carrera política por el
distrito de Pontivy. Gracias al apoyo del catolicismo político, fue elegido
miembro de la Asamblea nacional hasta 1879, siendo famosa su rivalidad en la
cámara con el líder anticlerical Gambetta, mentor del lema “Cléricalisme, voilà
l´ennerni”. Desde su escaño se puso al “servicio de la causa de Dios frente a
las fuerzas del mal” que a su juicio estaban representadas por el dominante
anticlericalismo republicano; por ello, su labor fue premiada con la Orden de
san Gregorio Magno por el Papa Pío X[10].
La contrarrevolución
se convirtió en el eje de su primera batalla parlamentaria, donde se mostró
partidario de la representación político-social corporativa, así como de la
sumisión de la Ley civil a la moral cristiana, denunciando a la oligarquía
dominante en el sufragio universal y la paralela expulsión de la Compañía de
Jesús. En estos años se convirtió en el líder de la facción antirrepublicana,
denunciando la expulsión de los príncipes y nobles que aún quedaban en el país,
especialmente tras la caída del gobierno conservador de Patrice de Mac-Mahon
[1808-1893] en 1879. Por estas posiciones fue excluido del parlamento hasta
1881, año en el que comenzó a colaborar en la fundación de la revista
Asociación Católica, nueva publicación altavoz de los intereses de los
católicos franceses[11].
Esta primera posición
monárquica, nacional y católica se remarcó en su famoso discurso en Vannes
(Bretaña) el 8 de mayo de 1881[12]. En dicha localidad, ante centenares de
militantes monárquicos incondicionales y numerosos clérigos tradicionalistas, y
bajo la simbología de la Flor de Lis, De Mun proclamó su fe restauracionista y
situó a la República como causa de todos los males que afligían al antiguo
Imperio. Las críticas no tardaron en llegar, tanto de la prensa anticlerical
como de los propios obispos franceses, en comandita buscando un pacto de
mínimos con el poder republicano (especialmente crítico con la intervención de
De Mun fue el cardenal Guibert)[13].
Así, y frente al
republicanismo laico dominante, ahora con el colonialista Jules Ferry [1832-1893]
como referencia, De Mun no rechazaba la etiqueta pública que lo definía como
“el caballero de la Syllabus”. La herencia de la Revolución había dejado a
Francia sin su Dios y sin su Rey, sin un orden jerárquico y armónico que
todavía era necesario ante el desastre bélico frente a Prusia, y que el
posterior caos de la Comuna había puesto de manifiesto. El igualitarismo del
sufragio universal, la secularización del derecho civil (con la recuperación
del divorcio en 1884) o la estatización de la educación (con la prohibición de
las competencias de las órdenes religiosas en 1882); éstas eran algunas de las
señales de una sociedad liberal camino del abismo y ante la cual De Mun
proclamaba la “contrarrevolución”[14]. Por ello comenzó a apoyar las pretensiones
políticas del general Georges Boulanger [1837-1891], convertido en Ministro de
la Guerra en 1886.
Pero al final de esta
fase la reacción de De Mun ya no buscaba restaurar ese ancien régime de los
borbones. Se prefiguraba en sus palabras un nuevo objetivo político: crear una
auténtica comunidad cristiana, o “recristianizada”, desde el viejo Gremio, la
verdadera Iglesia y la necesaria Autoridad. Había que reaccionar, urgentemente,
y más allá de la ucronía absolutista. Los hechos debían ser concretos, plausibles.
Se habían prohibido los rezos públicos y las procesiones religiosas, eliminado
los capellanes militares, secularizado los cementerios, obligado a seminaristas
a servir militarmente, y destruidos numerosos signos religiosos en las calles.
Pero la autoridad vaticana había marcado ya el fin de un camino, la vía
legitimista, y anunciado la necesidad de acuerdo con la realidad republicana, a
modo de pacto de supervivencia[15].
La realidad
republicana, el pactismo de la Iglesia y la creciente desigualdad social
obligaban a una nueva estrategia. Con la encíclica Rerum Novarum como guía de
actuación, y ante las empobrecidas, numerosas y movilizadas clases obreras, De
Mun encontró otra oportunidad, otra vía para hacer realidad su objetivo
recristianizador.
La Reforma. El
impacto de la Cuestión social.
El obrero y su
capacidad de movilización anunciaban un escenario político-social diferente. De
Mun encontró en el emergente catolicismo social esa explicación racional clara
y esa propuesta moral concreta ante el derrumbe político-social abierto tras
los acontecimientos de la Comuna y la sangrienta represión posterior. De la
Reacción transitaba a la Reforma.
La Cuestión social,
en su impacto industrial y humano, obligaba a De Mun a cambiar la praxis
política. Comenzó a comprender que Francia y Europa no volverían a ser las
mismas; habían cambiado, posiblemente de manera irremediable, las instituciones
y las mentes. Por ello, recuperar un orden social de naturaleza cristiana,
significaba actuar en el mundo republicano y modernizado, recuperando el viejo
principio de la “justicia social” como fundamento rector de la convivencia
nacional. Atisbó los efectos políticos disgregadores que la Revolución social y
el nuevo mundo industrial conllevaban: una profunda desigualdad y un inmenso
pauperismo al que el magisterio católico podía y debía dar respuesta, tal como
demostró, desde la ciencia social, Frédéric Le Play [1806-1882] [16].
En esta segunda
etapa, la acción social de De Mun pretendió trasladar el viejo orden gremial, a
juicio de un no tan antiguo legitimista, siempre justo y estable, hacia el
modelo de ordenación social corporativa, ante unas naciones ampliamente
industrializadas y gravemente secularizadas. Su primer referente fue la obra de
Keller L'Encyclique du 8 décembre et les Principes de 1789, donde retomaba las
líneas maestras antiliberales y corporativas de la Syllabus. La decadencia de
Francia provenía, para Keller, de las realizaciones de la misma Revolución, al
remover la preeminencia de los principios morales de Iglesia, Monarquía y
Familia, por los ideales abstractos e individualistas de“Liberté, egalité e
Franternité”; y que se concretaban, en el campo político-social, en la
destrucción del equilibrado y tradicional sistema gremial y su principio de
solidaridad, que llevaba al nacimiento de la Cuestión social del siglo XIX, el
“problema obrero”, que ponía frente a frente a las clases sociales con
inusitada violencia[17].
Pero había que ir, a
juicio de De Mun, más allá. Ante un tradicionalismo exhausto tras décadas de
opresión, y frente al abstencionismo de las primeras Revoluciones políticas
liberales, que legitimaban la extensión de la pobreza en los nuevos nudos
urbanos e industriales, De Mun fundó los Cercles Catholiques d'Ouvriers junto a
La Tour du Pin, Félix-de Roquefeuil Cahuzac [1833-1893] y Maurice Maignen
[1822–1890]; este último responsable de los Círculos de Jóvenes Obreros de San
Vicente de Paul (Congrégation des Frères de Saint Vincent de Paul), que
inspiraron en gran medida este proyecto, al impactarle la forma de trabajar con
los obreros más pobres de manera directa y cercana, y abrirle los ojos a una
realidad desconocida para un aristócrata como él[18].
Dichos círculos
nacían con el propósito de la recristianización de los obreros, los empresarios
y sus familias, protegiendo su bienestar material y su identidad moral,
mediante la organización corporativa de las relaciones laborales. Con ello
recuperaban, de manera actualizada, los principios de ese corporativismo
cristiano que actualizaba los principios de solidaridad y armonía comunitaria
propios de la vieja sociedad gremial del Antiguo Régimen. Su éxito fue notable,
llegando a 375 círculos, 37.500 trabajadores y 7.600 miembros de las clases
patronales en 1878 [19].
Tras la muerte del
pretendiente legitimista, el conde de Chambord (agosto de 1883), y ante la
disolución de la causa de la Restauración, De Mun dio por finalizada una época.
Así proyectó, sin éxito, un partido político social-católico, y colaboró en el
desarrollo de la Unión de Friburgo, institución fundada en 1884 y que reunía a
los diferentes católicos sociales de Europa[20].
En este periodo
reformulará su propuesta corporativa durante los debates sobre la Ley
Waldeck-Rousseau (1884), separado ya de las tesis restauracionistas de su
antiguo compañero doctrinal La Tour du Pin. Elaborará al respecto un modelo de
organización político-social basada en la creación de “sindicatos mixtos”,
desde la colaboración institucional de empresarios y trabajadores para conciliar
capital y trabajo, como mediación entre el socialismo de Estado y el
liberalismo del laissez-faire (frente a la tesis de Georges Clemenceau
[1841-1929])[21]. Así, el 25 de enero de 1884 defendió en el Parlamento una
auténtica Reforma social desde la perspectiva católico-social, aunando la
crítica contra la competencia liberal y "degradación” de la
mercantilización del trabajo, con la denuncia contra el estatismo
intervencionista y laicista: reforma centrada en la propuesta concreta de un
sistema de relaciones laborales corporativo como base de la “unidad
social”[22].
Este reformismo
social, ligado a la emergente doctrina católica sobre la cuestión obrera[23] y
al conservadurismo político, en busca de dicha “unidad” partía de los siguientes principios, centrados en
dos presupuestos;: primero, el análisis sociológico de Francia y Europa, y
segundo, actuación político-social ente los problemas detectados[24]:
- La Cuestión social suponía una
“enfermedad crónica” que agotaba a las sociedades modernas, y ante la que era
preciso intervenir con decisión.
- El “exceso de la competencia” en un
mercado poco regulado permitía la explotación sistemática del trabajador, causa
de esta Cuestión, siendo la reforma económica el primer objetivo del orden
político y de la atención de los estadistas.
- Las “teorías idílicas” habían
destruido el desarrollo y la unidad social al proponer, de manera falsa, el
aumento indefinido de la riqueza como la meta suprema de la ambición humana,
teniendo en cuenta sólo del valor de cambio de las cosas; con ello, habían
comprendido erróneamente la naturaleza del trabajo, mediante la degradación del
nivel de una mercancía que se compraba y se vendía al precio más bajo.
- En este mundo, el hombre, el ser
viviente con su alma y su cuerpo, se convertía en otro producto para hacer y
deshacer, sin dignidad y protección.
- Los vínculos sociales naturales se
habían roto, y los deberes recíprocos fueron abolidos. El propio interés
nacional se encontraba sujeto a los intereses cosmopolitas de la competencia
despiadada, casi salvaje, de un éxito económico sin piedad que lanzaba a todos
los hombres a la “lucha por la vida”, al mismo darwinismo social [25].
Ante ese estado de
cosas, ampliamente comprendido por los socialismos diversos (científico,
utópico, libertario) y los primeros científicos sociales, De Mun definió los
rasgos de su nueva apuesta corporativa, finalmente siguiendo las tesis de Léon
Harmel [1829-1915]. Si bien la aprobada Ley Waldeck-Rousseau había permitido
uniones mixtas de trabajadores y empresarios, no recogió la propuesta de De Mun
sobre el derecho de las mismas a recibir donaciones y legados, así como su
capacidad para organizar sociedades sindicales corporativas contra el desempleo,
la pobreza, la enfermedad y la vejez. Pese a este revés siguió con su acción
social en varios campos[26]:
- En 1887 defendió, también sin éxito,
dos proyectos de ley destinados a proteger a los agricultores sobre la
indivisibilidad de las fincas en la herencia (permitiendo el ahorro familiar);
ahora bien, dicha propuesta sería aceptada finalmente en julio de 1909, con la
ley sobre la propiedad de la familia.
- En 1886, fundó la Asociación Católica
de la juventud francesa (ACJF), pasando de 1500 miembros en su primer congreso
en Angers en 1887 a 140.000 miembros en 1914.
- En 1888 presentó un proyecto de
reglamento de trabajo de las mujeres y el descanso dominical; en 1890 consiguió
la aprobación de una enmienda que prohibió el trabajo infantil por debajo de 13
años; asimismo apoyó la regulación de la legislación laboral sobre los
accidentes profesionales eliminado la responsabilidad extracontractual[27].
El Pacto. La
necesidad del Ralliement político.
Ya no había alternativa
a la République. Ante la “ruina de la Iglesia” en el país[28], solo cabía una
decisión. Siguiendo las pautas de la Encíclica de León XIII Inter
Sollicitudines (1892), asumió plenamente la legitimidad del régimen
republicano, siempre bajo el principio de respeto a la religión católica
(siendo elogiado públicamente por el Papa).
Alejado de sus viejos compañeros antirrepublicanos, el 23 de mayo de
1892 en Grenelle, en el Congreso de la ACJF, se sumó al ralliement: “J'entends
placer mon action politique sur le terrain constitutionnel pour me conformer
aux décisions du souverain pontife”[29].
La conclusión era
clara: no era viable ni realista la defensa de un sistema político en concreto
(en Francia, la monarquía). Ahora lo importante era proteger la actividad de
los católicos en las instituciones republicanas. De Mun, su colaborador Jacques
Piou [1838-1932] y el príncipe D`Arenberg apostaron por esta línea, frente a
los restos legitimistas, agrupados posteriormente por Jacques Bainville
[1879-1936] y Charles Maurras [1868-1952], y ante el naciente catolicismo
liberal del Partido Democrático Cristiano [30].
De nuevo en el
Parlamento, como representante de Morlaix (desde 1894 hasta 1914), se dedicó a
promover una profunda Reforma social en el sistema republicano. Se convirtió en
figura popular en el contexto de construcción del Estado social francés,
siempre desde los principios de la doctrina social católica (DSI) ya claramente
marcados por León XIII en Rerum novarum (1891). Portavoz de la justicia social
en época de crisis y desigualdad creciente, De Mun siguió defendiendo la
necesidad del ascendiente moral de la Iglesia en una cada vez más secularizada
sociedad francesa[31].
En 1897 fue nombrado
miembro de la Academia francesa, siendo muy aclamado por sus breves pero
elocuentes discursos. En ellos denunció los primeros proyectos de Ley de
separación Iglesia-Estado en Francia, apostó por el rearme nacional tras la
aplastante derrota en la Guerra Franco-prusiana, y defendió la viabilidad del
cristianismo social frente a las críticas del socialismo radical de Jean
Jaurès[1859-1914][32].
Ante el laicismo
estatal, especialmente visible tras el triunfo electoral del bloque
izquierdista en 1902, creó, con otros antiguos monárquicos como el católico
liberal Piou, el partido Action libérale populaire [1901-1919], cuyo lema fue
“Liberté pour tous; égalité devant la loi; amélioration du sort des
travailleurs”[33]. Desde esta plataforma se volcó en la labor crítica contra los
gobiernos de Pierre Waldeck-Rousseau (de 1899 a 1902) y de Émile Combes (de
1902 a1905), y a la finalmente promulgada Ley de separación de la Iglesia y
Estado de 1905[34]. Pese a su marcada
posición política, se opuso a la línea de acción de la naciente y
contrarrevolucionaria Action française, a la que criticó en su artículo
“Descendons dans la rue”, publicado en L'Univers en 1909.
Finalmente quedó la
herencia. Mientras su amplia labor parlamentaria y legislativa, sus “combates”,
fueron reconocidos en los anales republicanos[35], su obra doctrinal fue
limitada. Siempre había que estar en la calle, proclamó sin descanso De Mun. La
política diaria, parlamentaria superó su reflexión doctrinal; así destacaron
sus artículos siempre críticos en Le Figaro o La Croix[36], y su testamento
intelectual Ma sociale vocación (1909).
La pluma se limitó,
ante esa “vocación social” práctica y directa[37], siempre fiel a una nación a
la que pretendió redimir; y que, incluso, en los últimos meses de su vida,
cuando comenzaba la Gran Guerra, le hizo movilizar todos sus recursos para
difundir entre los católicos postergados la defensa de la nación francesa[38].
Acusado en los
últimos años de su vida como defensor de empresas perdidas (la vuelta de la
Monarquía, la Francia católica, el nacionalismo imperial, incluso la justicia
social), su muerte le otorgó, ante la tragedia nacional que se avecinaba en la
línea Maginot (1915), el reconocimiento de una labor siempre al servicio del
Bien común. En su funeral en Burdeos, el mismo presidente Raymond Poincaire
[1860-1934] le otorgó honores de Estado, y Paul Deschanel, presidente de la
Asamblea, le definió como “el honor inmortal de Francia”. Para su colaborador y
amigo Piou, en su vida “defendió causas impopulares pero en su muerte fue el
hombre más popular”[39].
[1] Abbé M. Lissorgues, Albert de Mun. Paris, Spes, 1928.
[2] Sobre la
experiencia católico-social española, a modo de comparativa muy ilustrativa,
véase Manuel J. Peláez, “Democracia cristiana, catolicismo social y Confederación
de Obreros Católicos: relaciones entre los intelectuales y líderes sindicales
en 1921: Maximiliano Arboleya, Emérico Puigferrat, Santiago Leoz y Ángel
Ossorio y Gallardo (en torno a unas misivas)”. En Contribuciones a las Ciencias
Sociales, diciembre de 2009, en http://www.eumed.net/rev/cccss/06/mjp3.htm
[3] Antoine Murat, La
Tour du Pin en son temps. Versailles, Via romana, 2008, pp. 25-26.
[4] Gerard Cholvy, Christianisme et société en France au XIXe siècle,
1790-1914. Paris, Points Histoire, 2001.
[5] Philippe Leivillain, Albert de Mun. Catholicisme français et
catholicisme romain, du Syllabus au Ralliement. Rome, École française de Rome,
1983, pp. 25 sq.
[6] Albert Flory, Albert de Mun. Paris, La bonne presse, 1941.
[7] Raimondo Spiazzi, Enciclopedia del pensiero sociale cristiano. Bolonia,
Edizioni Studio Domenicano, 1992.
[8] Antoine Murat, op.cit., pp. 30 sq..
[9] Roberto Garric, Alberto de Mun. Buenos aires, Difusión, 1943, pp. 11 sq.
[10] Philippe Leivillain, op.cit., pp. 31 sq.
[11] Jacques Piou, Le Comte Albert de Mun. Paris, Editions Spes, 1919,
pp. 50 sq.
[12] Albert de Mun, Dieu et le
Roi. Discours prononcé à Vannes par le Comte Albert de Mun, le 8 Mars 1881. Montbrisson, Le
Passe-Temps, 1881.
[13] Antoine Murat, op.cit. pp. 30
sq.
[14] Albert de Mun, Ma vocation sociale, pp. 35-38.
[15] Jacques Piou, Le ralliement, son histoire. Paris, Spes, 1928.
[16] Sergio Fernández
Riquelme, “La Reforma social de Frédéric Le Play. Presupuestos de una
sociología conservadora”. En La Razón histórica, nº 21, pp. 127-150.
[17] Albert de Mun,
Ma vocation sociale: souvenirs de la fondation de l'Œuvre des cercles
catholiques d'ouvriers, 1871-1875. Paris, Lethielleux, pp. 33-35.
[18] Ídem, pp. 38-40.
[19] Charles Molette,
Albert de Mun, 1872-1890: exigence doctrinale et préoccupations sociales chez
un laïc catholique, d'après des documents inédits. Editions Beauchesne, 1970,
p. 35.
[20] Charles
Brossier, La pensée sociale de Albert de Mun: d'après ses discours et ses
écrits. Paris, Publiroc, 1929.
[21] Albert de Mun,
La loi des suspects. París, Plon, 1900, pp. 14 sq.
[22] Albert de Mun, Ma vocation, pp. 56-57.
[23] Mario Cayota, “Els orígens de la Democràcia Cristiana”. En Diàlegs:
revista d'estudis polítics i socials, Vol. 7, Nº. 26, 2004, pp. 25-56
[24] Benjamin F. Martin, Albert de Mun: Paladin of the Third Republic. NC,
Chapel Hill, 1978.
[25] Albert de Mun, Ma vocation sociale, pp. 52-58.
[26] Henri Fontanille, L'Oeuvre Sociale d'Albert de Mun. Lettre-Préface de
S.G. Monseigneur Julien. París, Éditions Spes, 1926.
[27] Jacques Piou, Le Comte Albert de Mun, pp. 260 sq.
[28] Albert de Mun, La conquête du Peuple. Paris, Lethielleux, 1908, pp.
12-13.
[29] Sobre el mismo véase Albert De Mun, La Loi des suspects: lettres
adressées à M. Waldeck-Rousseau, président du conseil des ministre. Lyon,
Centre d'études Economie et Humanisme, 1900.
[30] Jacques Piou, Le Comte Albert de Mun, pp. 330 sq.
[31] Maurice Ligot, Le Comte Albert de Mun (1841-1914). Dijon, Lumière, 1928.
[32] Albert de Mun,
Les Dernières heures du drapeau blanc. Paris, Lethielleux, 1910.
[33] Roberto Garric,
op.cit., pp. 135-137.
[34] Albert de Mun,
Contre la séparation. París, Librairie, 1905.
[35] Albert de Mun,
Combats d'hier et d'aujourd'hui En deux volumes. Paris, Lethielleux, 1908.
[36] Comte Albert De Mun, Discours et écrits divers tome quatrième
1888-1891. París, Poussielgue, 1895
[37] Albert de Mun, Ma vocation sociale, p. 21.
[38] Albert de Mun, Derniers articles d´Albert de Mun (28 juillet-5
octobre 1914). Paris, l'Echo de Paris, 1914.
[39] Jacques Piou, Le Comte Albert de Mun, pp. 360-362.